Van transcurriendo los meses desde la última reforma laboral, así como de las últimas decisiones gubernamentales en materia de aumentos salariales, salario mínimo interprofesional, cuantías de los despidos, cotizaciones mínimas y máximas y un largo etcétera de políticas de marcado corte social. El PSOE, junto a sus socios de Sumar, han puesto la directa en cuanto a mejoras para los trabajadores se refiere. De todas las decisiones aprobadas, sin duda la de mayor calado fue la eliminación casi total de los contratos laborales de duración definida, reducidos a su mínima expresión, acotados en número, duración y supuestos, para dar prioridad, como así rezaba la propia norma, a los contratos indefinidos.

A pesar del año de dificultades, donde el crecimiento se ha ralentizado, la Unión Europea sufre por mantenerse, la inflación ha hecho estragos y el Euribor ha machacado a las familias hipotecadas, el empleo ha aguantado razonablemente bien. Y esto ha sido así porque las empresas también han aguantado mucho mejor de lo previsto. El turismo y la balanza comercial han sido claves en 2023, como apunté en anteriores artículos aquí en ON ECONOMIA.

El empleo en 2024 va a plantear diversos retos.

El primero de ellos es resolver la temporalidad en el empleo del sector público. Lo diré sin ambages. Me parece un acto de hipocresía e injusticia económica totales el que, tras la reforma laboral, el sector privado haya reducido la temporalidad en el trabajo a más de la mitad, quedando en torno al 13% el año pasado, mientras que en el sector público sigue superando el 31%. Durante 2024, previsiblemente, la temporalidad en el empleo público será tres veces la del sector privado. En un gobierno que se supone de marcado carácter social, esto es un contrasentido en toda regla. Ideológicamente no se aguanta por ningún lado. Y, económicamente, se ha puesto toda la presión en el sector privado para estabilizar los contratos laborales del país. Esta va a ser la próxima asignatura pendiente.

Es injusto que el sector privado haya reducido la temporalidad a más de la mitad, quedando en torno al 13% el año pasado, mientras que en el sector público sigue superando el 31%

Es cierto que la temporalidad en contratos ha permitido a las empresas españolas ajustar sus necesidades laborales a los vaivenes de exportaciones, turismo y demanda interna, tan condicionada por la evolución del sector de la construcción. Nuestra actividad económica presenta altibajos y la temporalidad ha sido el mecanismo para que los pasivos sociales de las empresas no se disparasen. Dicho esto, recordemos que la temporalidad, de facto, prosigue. Es decir, las empresas no han pasado temporales a indefinidos, sino a indefinidos discontinuos. Es decir, su temporalidad está asegurada para el año siguiente y, en caso de no producirse, tienen derecho a un despido, proporcional al tiempo efectivamente trabajado. Digamos que, de alguna forma, estamos haciendo algo más estable la temporalidad y asignándole una indemnización a su interrupción. Pero una economía no la cambias por real decreto. España seguirá siendo un país con mucho trabajo intermitente.

El segundo gran reto del año que viene va a ser el comportamiento en la creación de empleo. El primer semestre va a ser más difícil que el segundo, pues no se esperan bajadas de tipos de interés hasta la primavera, y estos tardan unos meses en trasladarse a la demanda efectiva. Las empresas han gestionado el año 2023 del siguiente modo: reteniendo y postergando inversiones y contrataciones hasta la segunda mitad del año. Cuando han comprobado que el ejercicio iba a ser bueno, se han desbloqueado decisiones. En este sentido, el 2024 va a ser parecido.

Se espera un año de recuperación, siempre que las tensiones geopolíticas de los respectivos conflictos de Ucrania e Israel no vayan a más, ni en escalada ni en coste militar ni en desestabilización del comercio internacional y mercados de la energía. Se prevé un comportamiento del empleo parecido al de este 2023, cerrando en torno al 2% de creación de puestos de trabajo.

Se está produciendo una socialización de la economía en muchos ámbitos, y nos vamos pareciendo cada vez más a Francia en muchos aspectos

El mercado español de trabajo va a ser menos cambiante que en años precedentes. Se está produciendo una socialización de la economía en muchos ámbitos, y nos vamos pareciendo cada vez más a Francia en muchos aspectos. Pasaremos a ser una economía más estable, pero también más rígida y menos flexible. En España, todo va a ir más despacio, compliance mediante, y en materia laboral este acartonamiento se va a notar también.

El reto laboral de 2024 se traduce en retos empresariales. Competir en un mundo global y tecnológico con mayores costes sociales y más limitaciones a la flexibilidad contractual del trabajo. Sin duda, el empleo merecía esas mejoras. Pero el empresariado español no está acostumbrado a tales costes, y deberá adaptar sus márgenes y reservas para absorberlos.

Si las empresas se sostienen, lo hará el empleo. Si realmente el esquema impuesto al sector privado no permite mantener la competitividad, otro gallo cantará. El 2024 va a ser el año de la verdad de la reforma laboral del PSOE.