Hace apenas dos semanas, Intel anunció que retrasa la construcción de las dos plantas de fabricación de semiconductores que tenía previstas en Alemania y Polonia. La razón: la caída de la demanda mundial. Ambos proyectos estaban regados con abundantes subsidios, siendo el alemán el proyecto con mayor financiación procedente del EU Chip Act.

Otras multinacionales que habían decidido aprovechar la lluvia de millones para construir plantas en territorio europeo también están retrasando o anulando sus proyectos. Los más numerosos son los de producción de baterías eléctricas, cuyos planes se están postponiendo o cancelando. Ejemplos hay bastantes, como BMW y Volkswagen, la sueca Northvolt tanto con su planta en Alemania, como en el acuerdo con Galp para invertir en Portugal, Italvolt en Italia, Tesla en Alemania. Muchos de ellos financiados con Fondos Next Generation. Todos ellos también argumentan el bajo dinamismo del mercado del vehículo eléctrico en Europa como motivo de sus decisiones.

Estos movimientos me plantean varias preguntas, pero la principal es si la estrategia de subsidios diseñada por la UE y sus Estados miembros para captar inversión industrial es acertada. Es decir, ¿es suficiente, en el competitivo mercado de la captación de inversiones global, únicamente poner un cheque en blanco sobre la mesa?

Tanto dinero público no parece ser la respuesta para salir de la pesadilla industrial europea, máxime en sectores donde la demanda local cae

Los planes que se han diseñado tanto en Bruselas como en los diferentes países se han centrado en captar proyectos en los sectores que se han considerado prioritarios. Muchos de ellos responden a las tendencias internacionales y al miedo a quedar excluidos de las cadenas de suministro global. Es cierto que el COVID y las crisis logísticas posteriores pusieron de manifiesto la dependencia de nuestras economías de determinadas materias primas y componentes foráneos. Pero también es legítimo pensar que, quizá, en esos planes debería haber habido menor intervención política y mayor participación de los ecosistemas locales.

¿Tiene sentido destinar millones y millones de euros a un PERTE para captar una multinacional fabricante de chips que se quedará desierto, a pesar de los esfuerzos ímprobos del Gobierno español, cuando se podrían destinar a fomentar la competitividad de sectores donde podamos ser relevantes en el entorno internacional? Tanto dinero público no parece ser la respuesta para salir de la pesadilla industrial europea. Máxime en sectores, por ejemplo, donde la demanda local cae, o muy intensivos en energía. La UE continúa siendo un territorio poco adecuado por la poca competitividad en términos energéticos y su dependencia (aún) de los combustibles fósiles.

Pero también hay otra cuestión que me parece llamativa. Al hilo de los retrasos y las cancelaciones de proyectos en algunos sectores, como las baterías eléctricas, es curioso ver cómo Europa cuenta con numerosas investigaciones e, incluso, patentes en este ámbito. Sin embargo, este esfuerzo investigador no se plasma en una potente estructura industrial. Esto denota otro problema evidente del viejo continente: la desconexión total entre los elementos del triángulo del conocimiento. Esto es, la carencia de cooperación entre academia y empresa.

Europa no tiene una política industrial, hay competencia entre los países miembros por captar proyectos

Europa no tiene una política industrial. Ya que parece que el Informe Draghi será la hoja de ruta, sería conveniente considerar unas directrices comunes y decisiones políticas consensuadas con el entorno industrial. ¿Por qué digo esto? Porque al ser las decisiones de captación de inversiones de cada Estado miembro, lo que hay actualmente es una competencia entre ellos por captar proyectos. Obviamente los Estados más grandes parten con mayores ventajas, al disponer de más presupuesto. Y esta fragmentación, como en otras áreas, no beneficia al territorio comunitario en su conjunto.

Quizá sería interesante replantearse si se puede dar marcha atrás completamente en el proceso de deslocalización o tiene más sentido posicionarse en sectores donde la industria europea puede jugar un papel relevante en las cadenas internacionales, no solo en el mercado local. A veces parece que la respuesta política es una cierta autarquía europea que nos aísle de conflictos bélicos, crisis logísticas o cuestiones geopolíticas. Sin embargo, ¿esta inversión de dinero público servirá para solucionar el grave problema de productividad y competitividad de la UE? Sinceramente, creo que una vez más miramos el dedo, pero no la Luna.