La escena vivida este viernes en el Despacho Oval de la Casa Blanca es un ejemplo más del rumbo peligroso que está tomando la política internacional bajo el liderazgo de Donald Trump. Ante las cámaras, a puerta abierta, en un acto de despotismo calculado, Trump humilló públicamente al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, exigiéndole una actitud servil y agradecida por la ayuda que en el pasado Estados Unidos prestó a su país. La imagen de Zelenski, firme pero incómodo, aguantando el tono arrogante y el desprecio abierto de Trump, es un símbolo de cómo el presidente estadounidense entiende las relaciones internacionales: no como un espacio de diálogo entre iguales, sino como un escenario donde él es el dueño absoluto, y el resto, simples figurantes.

Cada acción de Trump es un test de resistencia para Europa: ¿reaccionar o abdicar? El incidente con Zelenski no es algo aislado, sino un capítulo más de un libro en el que Trump reescribe las reglas del juego a base de humillaciones e imposiciones.

Trump ya no es solo un presidente con impulsos autoritarios. Es el líder de un movimiento global que desafía la razón, la verdad y las reglas del juego democrático

Trump ya no es solo un presidente con impulsos autoritarios. Es el líder de un movimiento global que desafía la razón, la verdad y las reglas del juego democrático. Su estrategia es clara: desacreditar instituciones, ridiculizar a adversarios y convertir la política en un circo mediático donde él siempre tiene la última palabra. No gobierna, impone. No dialoga, berrea. No dirige, atropella. Su narcisismo le ha llevado a transformar el liderazgo en un ejercicio constante de autoadulación, convirtiendo cada rueda de prensa en una especie de reality show en la que él es el protagonista absoluto y el mundo, un simple decorado al servicio de su ego descomunal.

Y como muestra de su talante grotesco, su última hazaña: la difusión de un vídeo generado con inteligencia artificial sobre Gaza, un despropósito que roza la sátira involuntaria. En su delirio narcisista, Trump se presenta como el único capaz de “solucionar” el conflicto, pero no con diplomacia y humanidad, sino transformando a Gaza en un resorte de lujo. Para él, la destrucción, el sufrimiento y la crisis humanitaria pueden resolverse con campos de golf, hoteles y casinos, convirtiendo una zona devastada en su parque temático personal. Es el mismo esquema de siempre: mercantilizar el dolor, exprimir el desastre y venderlo todo como una gran oportunidad. Una promesa de futuro que, como todo lo que sale de su boca, no tiene fundamento realista, solo la parodia de un personaje obsesionado con su propio nombre en letras hechas de oro.

Este vídeo no sólo es indigno e impropio de un líder mundial; es algo inequívoco que Trump vive en una realidad paralela, una burbuja de grandeza artificial donde los conflictos geopolíticos son simples oportunidades de negocio y el sufrimiento humano, un decorado de fondo para su espectáculo. Y mientras él juega en el urbanismo delirante, Europa calla. Sin condena, sin reacción, sin liderazgo.

Con Trump en la Casa Blanca, Musk encuentra un aliado perfecto para imponer su visión ultraliberal y tecnocrática del mundo

Pero si Trump es un lindo peligroso, Elon Musk es el tirano tecnológico que le remata la obra. Musk ya no es el genio visionario que revolucionaba a la industria. Ahora es un magnate enloquecido por el poder, convencido de que el mundo le pertenece y que sus empresas no deben rendir cuentas a nadie. Además de acaparar el control sobre la comunicación digital a través de X (el antiguo Twitter), juega con la inteligencia artificial, la carrera espacial y las redes de satélites como si fueran las piezas de un tablero de Monopoly. Con Trump en la Casa Blanca, Musk encuentra un aliado perfecto para imponer su visión ultraliberal y tecnocrática del mundo, donde los gobiernos son simples obstáculos y el poder recae en las grandes corporaciones. Si Trump gobierna a golpes de tuit, Musk gobierna a golpes de algoritmo. Y Europa, ¿qué hace frente a esta nueva realidad?

La Unión Europea se encuentra, una vez más, ante su eterno dilema: liderar o resignarse a ser una simple comparsa en el escenario global. Hasta ahora, su respuesta ha sido de una tibieza exasperante. Ante las agresiones comerciales, la retirada estadounidense de acuerdos climáticos y el desprecio explícito de Trump por las instituciones europeas, la Unión Europea ha reaccionado con declaraciones moderadas, gestos simbólicos y la ingenua confianza de que el tiempo lo arreglará todo. Pero el tiempo no juega a favor de Europa. Trump y Musk no respetan nada que no sea su propio poder, y cualquier signo de debilidad será aprovechado para someter al continente a sus intereses.

El mayor error que puede cometer Europa es seguir jugando con las mismas reglas de siempre

Los aranceles del 25% sobre las importaciones europeas son apenas el principio. Trump quiere una Europa sumisa, dividida y dependiente. Su táctica es clara: presionar a Alemania para que incremente su gasto militar bajo la sombra de una posible retirada de la OTAN, forzar a la Unión Europea a elegir entre Estados Unidos y China en materia comercial y, sobre todo, alimentar a la extrema derecha europea para que dinamite el proyecto comunitario desde dentro.

El mayor error que puede cometer Europa es seguir jugando con las mismas reglas de siempre, creyendo que el diálogo y la diplomacia serán suficientes para contener a un Trump que solo entiende el lenguaje de la imposición. No basta con condenas simbólicas ni acuerdos comerciales tímidos. La Unión Europea debe reaccionar con contundencia y tomar decisiones que definan su futuro como actor global. Si Trump quiere una guerra comercial, Europa debe diversificar sus mercados y apostar por alianzas estratégicas con Asia y América Latina.

Y, guste o no, es necesario reforzar la defensa europea. La OTAN ya no puede ser el único paraguas de seguridad del continente. Es necesario que de una vez por todas Europa asuma su propia capacidad de disuasión militar. Y, del mismo modo, también es urgente que detenga la expansión del modelo autoritario que Trump y Musk representan. La Unión Europea debe ser un muro de contención contra el auge de líderes que se consideran por encima de la ley, dentro y fuera del continente.

La sumisión no es tan sólo una actitud, es un camino directo hacia la irrelevancia política

La sumisión no es solo una actitud, es un camino directo hacia la irrelevancia política. Si Europa sigue desempeñando el papel de comparsa, aceptando sin resistencia la agenda de Trump y dejando que Musk domine las infraestructuras digitales y la tecnología crítica, su declive será inevitable. Estados Unidos ha dejado claro que ya no es un aliado fiable, y la UE debe asumir que el mundo que todos conocíamos ya ha terminado.

La hora de la verdad ha llegado. O Europa asume el liderazgo y defiende con firmeza y valentía sus intereses, o seguirá siendo una comparsa en un mundo dominado por egos descontrolados y poderes desbocados. La historia no espera.