Estos días, las siglas MUFACE están en todos los medios. Una especie de rebelión de las compañías aseguradoras privadas que hasta ahora mantenían convenio con la mutua pública de funcionarios, por las tarifas aplicadas, amenaza con interrumpir la asistencia. Se dice que las aseguradoras sufren pérdidas, teniendo en cuenta que la prima pagada está muy lejos del coste anual medio de un español en gasto sanitario público, con un gap valorado en el 60%. Realmente, la cifra no es del todo correcta, ya que la comparativa requiere matices; de entre estos, considerar las prestaciones efectivas que se incluyen en cada caso, la pirámide demográfica, y sobre todo, a la vista de cómo el coste varía a lo largo del ciclo vital, los traspasos anuales o por riesgos llamados catastróficos que mueven hacia el sistema público a las familias a medida que envejecen.

En todo caso, parece claro que, viendo el elevado diferencial entre la prima pagada a las aseguradoras privadas y el coste para el sistema público, cierta infrafinanciación existe. Esta presiona tanto las tarifas de los profesionales que trabajan para las aseguradoras como la selección de servicios, que induce a que las aseguradoras privadas acaben expulsando los riesgos más elevados hacia el sistema público.

La infrafinanciación de Muface presiona tanto las tarifas de los profesionales que trabajan para las aseguradoras como la selección de servicios

Existen ya hoy bastantes estudios para hacer una mínima diagnosis, y no dar más vueltas con comisiones de estudio. ¡Ay, de estas comisiones que tanto vuelven a proliferar, hoy, en nuestra geografía! Como forma de colaboración público-privada, el sistema Muface necesita modificaciones, y no solo de la tarifa: hay que hacer un mejor seguimiento de los servicios ofrecidos sobre el territorio, establecer periodos potenciales de carencia ante cambios y garantizar la homologación de cualidades y de copagos en medicamentos. En todo caso, a muy corto plazo no es posible abolir este sistema de sustitución de proveedores y que el dispositivo público se ajuste sin un descalabro asistencial, erosionando todavía más las listas de espera.

A corto/medio plazo el sistema de mutualidades públicas necesita, además, legitimarse: la población general no entiende este privilegio de elección a coste cero, que está fuera de la Constitución, para jueces, fuerzas armadas, guardia civil y funcionarios de la administración civil del Estado; por cierto, no para los de la Generalitat, ni para los de la Administración local, que no tienen esta capacidad de elección. Pero a medio plazo puede no ser conveniente abolir Muface, por lo que representa de experiencia piloto respecto de aquello que, de manera ordenada, se podría acabar probando para averiguar opciones para el futuro de un sistema sanitario público.

Como forma de colaboración público-privada, el sistema Muface necesita modificaciones, y no solo de la tarifa

Así, con respecto a la elección de proveedores por parte del asegurado (más elección del ciudadano, menos quejas), nos tenemos que plantear si sería posible construir una póliza complementaria a la pública con primas reguladas por prestaciones no cubiertas por el catálogo público (ya sea por una menor efectividad o por un elevado coste) y alinear los incentivos de las partes para no seguir con aquello de "cómo peor esté el sector público, mejor será para el privado". Quizás conviene probar si 'complementar' por encima de la póliza pública 'sustituida' evita dualizar el sistema con seguros 'alternativos' como las que están creciendo hoy; a pesar que de manera todavía incipiente, vistas las coberturas de los servicios incluidos. Y siempre considerando mejor una prima conveniada, y una complementaria regulada, que un pago directo de bolsillo en un mercado privado en que la oferta lidera la demanda, sin competencia efectiva de servicios. Todo seguro conlleva unos mínimos de solidaridad entre quien, habiendo 'pre-pagado', utilizan menos los servicios que los que tienen peor suerte.

Reconocido esto mencionado, ciertamente todo en este mundo tiene pros y contras; también los cambios, sin duda alguna, comportan riesgos. Las prisas, en general, son malas consejeras, y las disrupciones, si se quieren exitosas, se tienen, en todo caso, que pautar.