La Gran Dimisión, versión española
- Fernando Trias de Bes
- Madrid. Domingo, 3 de marzo de 2024. 05:30
- Actualizado: Lunes, 4 de marzo de 2024. 11:21
- Tiempo de lectura: 3 minutos
Esta semana, hemos conocido dos datos realmente demoledores. Por un lado, un estudio de Fedea (Fundación de Estudios de Economía Aplicada) que revela que el porcentaje de españoles que busca otro trabajo está en máximos históricos. En 2023, se produjo un récord de dimisiones: dos millones setecientos mil trabajadores dejaron su empleo, lo que, sobre las aproximadamente trece millones ochocientas mil personas empleadas en el sector privado por cuenta ajena, supone nada más y nada menos que el 20% de la masa laboral. En otras palabras, la rotación alcanza a una de cada cinco personas en activo. Pero hay un segundo dato que nos deja todavía más perplejos: según el mismo estudio, un 58% no encuentra empleo antes de dos meses, eso si lo consigue, y el 36% de ellos acaba con un sueldo peor.
Debemos poner en relación este dato con otro que, paradójicamente, apunta a ratios y cifras similares. Según el informe de mutuas colaboradoras de la Seguridad Social, el absentismo laboral sigue desbocado. Un millón cuatrocientos cincuenta mil trabajadores faltaron todos los días del año al trabajo, lo que equivale al 7% de los trabajadores de España. El cálculo es en realidad el resultado de sumar el total de horas de absentismo entre el número de trabajadores y la jornada laboral tipo. Sea cual sea la fórmula de cálculo, debemos pensar que en 2015 el absentismo era prácticamente la mitad.
Distinto a Estados Unidos, donde gran parte de la Gran Dimisión consistía en una dimisión total, con personas que decidían buscar una forma de vida distinta y alternativa, a veces en el campo, lejos de las ciudades, buscando fórmulas cooperativas o colaborativas e incluso tratando de ser autosuficientes, el modelo español de Gran Dimisión es distinto: falto al trabajo o abandono el empleo. Y se dimite, en un elevadísimo porcentaje de los casos, sin tener otro trabajo alternativo, con el riesgo que eso supone, tanto profesional como personal. Siempre he recomendado a personas que me consultan sobre abandonar su empleo que, mientras no esté en riesgo aun su salud psicológica o física, aguanten y busquen un trabajo alternativo antes de dejar el actual, por cansados o insatisfechos que estén. Todos tenemos un sesgo y tendemos a pensar que encontraremos empleo rápidamente, y luego no es tan sencillo. Además, desde el paro se busca peor, se pasan más nervios, se nota la desesperación en las entrevistas, y se negocia muy mal.
Pero vayamos a lo que nos ocupa. La gran pregunta es ¿por qué hay cientos de miles de personas que abandonan sus empleos para abrazar otro peor? Si bien no dispongo de datos empíricos que lo avalen, un conocimiento profundo de la realidad empresarial me permite plantear varias respuestas que, aun siendo hipótesis, estoy seguro de que son bastante acertadas.
El primero es el de la conciliación. Desde la covid el asunto de la conciliación no ha vuelto a ser igual. Pensemos que muchas familias, durante la pandemia, se organizaron para trabajar desde casa y, tanto debido al propio confinamiento como a la posibilidad de desempeñar el trabajo desde el hogar, renunciaron a guarderías, canguros o familiares cubriendo las horas en que los hijos están en casa y sus padres en el trabajo. Se sentó un precedente que muchas madres y padres no están dispuestos a renunciar. Eso ha llevado a que muchas personas prefieran ganar menos, pero conciliar mejor o, por lo menos, poder estar más horas en sus casas.
El segundo motivo tiene que ver con el estrés y la presión, el llamado burnout o síndrome del trabajador quemado. El mundo es cada vez más competitivo, así que la exigencia es, en muchos puestos, enorme. La inflación y aumento de costes de las materias primas ha puesto mucha presión sobre la productividad y la eficiencia. Antes se medían las horas. Ahora los KPI de desempeño miden al dedillo los resultados de lo que hacemos.
El tercer motivo es el de las relaciones laborales tóxicas. Lo que antes llamábamos atmósfera o clima laboral. Hay compañeros y superiores que transportan al trabajo todas sus deficiencias de carácter, complejos personales, trastornos sociales y desencantos familiares. Y se ensañan en sus inferiores o iguales. Cada vez son necesarios más psicólogos en el mundo porque cada vez estamos peor. No hay más que ver la evolución de la prevalencia de suicidios y trastornos mentales en los países desarrollados.
Pienso que es una lástima. Si bien todo es difícil y el mundo es competitivo, jamás antes habíamos alcanzado las cotas de bienestar y prosperidad actuales. ¿Hace falta convertir el trabajo, una de las facetas más importantes de la vida, en una pesadilla? No podemos ni debemos permitirnos ni tanto absentismo ni tanta rotación.