A la inmensa mayoría de población minerales como el antimonio, la fluorita, el germanio o expresiones como "tierras raras" —referidas a metales— les suenan a chino; en cambio, los expertos en tecnología saben que son componentes esenciales para los productos actuales.

La mayoría de estos minerales ("ingredientes") están localizados y se extraen en el continente asiático, con porcentajes altísimos sobre el total global disponible del planeta en China (como por ejemplo el antimonio, en un 53%, y las tierras raras, en un 87%).

¿Por qué son tan importantes? Los consumidores sí que saben sobre artículos tecnológicos y aparatos electrónicos, que utilizan en su día a día, y los gobiernos conocen la importancia para sectores clave como los de la energía, el armamentístico y la industria. Para fabricar todos estos aparatos tecnológicos avanzados, hacen falta estos y otros minerales en las fórmulas. Las tierras raras se utilizan en muchos productos comerciales de alta tecnología, como teléfonos inteligentes, televisores, baterías, motores eléctricos y dispositivos médicos.

Justamente por esta conexión entre los citados minerales y estas nuevas tecnologías, en estos dos últimos años en un entorno global covid, la antigua lucha por el petróleo se ha trasladado al terreno de las energías denominadas limpias y se ha creado una competición global por estos recursos naturales del planeta tan escasos en algunos lugares como "abundantes" en otros (específicamente las tierras raras, conocidas en inglés como REE).

Así pues, hablando de territorios, en la vieja Europa estas materias primas son casi inexistentes y en los Estados Unidos son muy escasas. El resto de los porcentajes globales de estos y otros minerales claves para la tecnología están localizados en países de África, algunos de Sudamérica y en Rusia. Su gestión se ha convertido en un elemento estratégico crítico para los EE.UU. y para todos los países de Europa, que hacen esfuerzos enormes para encontrarlos en sus territorios, con muy elevados costes de extracción y medioambientales asociados (por ejemplo, a veces, se encuentran en los fondos marinos).

Estos dos bloques geopolíticos (Unión Europea y EE.UU.) están trabajando conjuntamente a contrarreloj para romper la posición actual casi de monopolio de China —y sus socios rusos y africanos— en la extracción y gestión de estos importantísimos minerales, con iniciativas muy costosas y que —en paralelo— provocan más contaminación ambiental. La China, como fábrica del mundo, ahora tiene el control de estos materiales y sufre una mayor contaminación que otras zonas, por estos motivos también.

Los valores de producción anual y reservas existentes entre China (132.000 toneladas métricas y reservas de 44 millones de toneladas métricas estimadas) y los EE.UU. (26.000 de toneladas métricas de producción anual y reservas de 1,4 millones) dejan un panorama desolador para los norteamericanos, mostrando un evidente riesgo inminente en su liderazgo global si no cambian pronto las dinámicas de estos ingredientes clave.

También es destacable que el hecho de que estos componentes sean parte de las nuevas tecnologías digitales podría hacer que la economía global fuera más dependiente todavía de estos minerales y metales. Gestionar este reto es casi tan retador como el de encontrar energías sostenibles para la transición hacia las cero emisiones globales, ya que, por lo visto, el hecho de extraerlos es muy nocivo para el propio medio ambiente.

Nos encontramos delante de una importante encrucijada geopolítica para Europa y EE.UU.: cómo conseguir más minerales críticos sin depender tanto de China

Resumiendo todo este panorama, nos encontramos delante de una importante encrucijada geopolítica para los bloques europeo y americano: cómo conseguir obtener más de estos minerales críticos para las tecnologías actuales y futuras, sin depender tanto de China como hasta ahora, y, a la vez, seguir cumpliendo con los compromisos medioambientales que son críticos para la sostenibilidad global del planeta.

Parece que ambos objetivos van en direcciones opuestas, y habrá que sacrificar parte de las mejoras en sostenibilidad previstas para los próximos años (parece que los objetivos fijados para el 2030 se plantea que se retrasen hasta el 2050) o bien asumir que los consumidores, empresas y estados pagarán más por los productos tecnológicos, por el control sobre los ingredientes, lo que permitirá a China subir los precios cuando considere oportuno.

La clave estará en las negociaciones que, sin duda, los dos o tres bloques tendrán que tener en el futuro muy inmediato en relación con estos materiales, y que muy probablemente implicarán otros temas colaterales, vinculados al poder geopolítico, económico, instituciones, territorios, entre otras opciones.

Personalmente, considero que sería mejor un "mal acuerdo" que una guerra continuada, de la cual no sabríamos nunca las potenciales consecuencias para todos nosotros y para el planeta en conjunto a corto o medio plazo, y mucho menos a largo.