Haití y República Dominicana: tan cerca, tan lejos
- Fernando Trias de Bes
- Barcelona. Domingo, 17 de marzo de 2024. 05:30
- Actualizado: Domingo, 17 de marzo de 2024. 18:26
- Tiempo de lectura: 2 minutos
Escribo estas líneas desde la ciudad de Santo Domingo, capital de la República Dominicana, donde he sido invitado a impartir una conferencia sobre el impacto de las nuevas tecnologías en los modelos de negocio empresariales y cómo están modificando el cash management.
Es la segunda ocasión que tengo de visitar esta fabulosa isla, de gentes hospitalarias, corazones alegres e ilusión por el futuro. Cuando vine hace un año, alquilé un coche y recorrí sin guías turísticos el país, para ir más allá de los resorts españoles o americanos que, cuales burbujas en el caribe, ofrecen una experiencia única, pero turística, al fin y al cabo.
Descubrí un país donde se ha hecho mucho y queda mucho por hacer. Un país de posibilidades inmensas. Los valores morales, la ética e incluso la tradición religiosa ha conformado una ética ideal e indispensable para hacer negocios. Los dominicanos son gente fiable y confiable. De todo hay en la viña del Señor, por supuesto, y uno no se chupa el dedo, pero en términos generales se dan muchas de las circunstancias para que la república caribeña siga experimentando un crecimiento económico que pronto llamemos milagro.
Once millones de habitantes y casi once millones de turistas. Queda mucho recorrido. En España, somos 49 millones de habitantes y tenemos 85 millones de turistas. Así que en República Dominicana, fácilmente puede todavía doblarse esta cifra. El turismo es un motor económico sin igual. El desarrollo urbanístico ha sido en general muy benigno con las playas y no se han producido desastres medioambientales. Quedan lugares vírgenes y los lugareños tienen muy claro que las playas son uno de sus principales patrimonios.
Las magnitudes macroeconómicas desde que estuve aquí han evolucionado de forma impresionante: casi no hay desempleo, morosidad inferior al 2%, inflación más que controlada y PIB creciendo.
Mientras volaba hacia la isla, leía las tristes noticias sobre las revueltas civiles en Haití, la casi inminente o encubierta guerra civil. Haití ocupa la parte occidental de la misma isla que la República Dominicana, pero la pobreza, miseria y desastres naturales que han asolado a Haití no tienen parangón en el mundo.
Cada país tiene su historia y no puede culparse a los haitianos. Haití fue, después de Estados Unidos, el primer país en independizarse del continente americano y vivió años de esplendor en el siglo pasado. Las potencias occidentales no ayudaron y contribuyeron en gran medida a su declive: España, Francia y Estados Unidos, cada una a su manera, fueron tejiendo su negro futuro. La desertificación del país a través de la tala de árboles lo ha dejado solo con un 2% de la superficie con bosques, los recientes terremotos, la corrupción… En estos momentos, Haití es un país necesitado de ayuda internacional y donde, si no se hace nada, asistiremos a una violación masiva de derechos humanos, violencia, violaciones y asesinatos de forma descontrolada.
No resulta sencillo realizar un diagnóstico sin caer en el simplismo o en la injusticia. No se llega aquí en diez años, sino en cuatro siglos. Y han sucedido demasiadas cosas como para señalar a nadie.
Sin embargo, como economista, no puedo dejar de preguntarme cómo puede ser que dos lugares tan cercanos, separados por apenas unos pocos kilómetros, en la misma latitud, rodeado por los mismos mares y bañados por el mismo clima, rodeados por los mismos países vecinos estén en las antípodas de desarrollo. La Dominicana ya está considerada una de las más exitosas repúblicas de Centroamérica y se empieza a hablar ya de milagro económico. Y más que se hablará. Y, a pocos kilómetros, el desastre humanitario y un país que va a precisar de casi un siglo para reponerse.
La respuesta no es económica. Es política. Por eso, parafraseando a De Gaulle, “la política es demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos”.
Me voy de estas tierras con un doble sentimiento. Feliz por los dominicanos, que lo están haciendo muy, muy bien. Pero triste por los haitianos, que tendrían la posibilidad y los mismos derechos de hacerlo igual de bien, y que se encuentran en un verdadero abismo.