El título correcto es Hanging on the telephone, un tema de la banda Blondie, popular en los años 70 y 80 que trata de alguien enamorado que está desesperado porque la persona amada le llame por teléfono. Significa, colgado del teléfono, estar ansioso al lado del mismo esperando a que te llamen. La misma banda tuvo un gran éxito con el tema Call me, que apareció en la película American Gigoló. La letra de Call me todavía remarca más esa sensación de querer que alguien te llame por teléfono. "Call me, call me on the line, call me anythime, anywhere, any place, any way". Llámame en cualquier momento, en cualquier lugar de cualquiera de las formas.

Pues ese es el drama con el marketing telefónico. Aparecido en los años 70, el marketing telefónico irrumpió como un inocente personaje secundario de las técnicas comerciales. Inofensivo, poco habitual e invasivo. Sin embargo, en la actualidad, es, literalmente, el demonio.

Muy seriamente, el Gobierno debe ponerse a sancionar y regular de verdad esta actividad comercial que ya no es televenta, sino teletimo. Es absolutamente indignante, desesperante e intolerable hacia donde ha evolucionado la invasión personal de nuestra intimidad, tiempo y derecho a no ser abordados. Roza la violencia.

Hace unos años, las llamadas de teleoperadoras eran una pesadilla. Llamadas para cambiar de operador de telefonía y, más adelante, para cambiarte o suscribirte a conexiones de Internet. Poco a poco, la normativa fue protegiendo a aquellos ciudadanos que no deseaban ser llamados por teléfono. La posibilidad, y creativa idea, de las listas Robinson se postularon como una de las mejores soluciones. Yo me apunto a esa lista y una compañía que me llame para venderme algo podrá ser denunciada si no comprueba de antemano que no pertenezco a la susodicha relación de millones de teléfonos a los que está prohibido llamar.

El Gobierno debe ponerse a sancionar y regular de verdad esta actividad comercial que ya no es televenta, sino 'teletimo'

El problema aparece cuando uno, con toda la inocencia del mundo, realiza una compra por Internet cualquiera. A la hora de adquirir el producto o servicio de venta online, te solicitan tus datos, a menudo para justificar el poder localizarte cuando vaya a entregarse el pedido. Lógicamente, proporcionas tus datos y le das a la casilla “acepto” de un largo texto que nadie va a leer porque roza la extensión y complejidad de las cláusulas de pólizas de seguros o contratos bancarios. En ese texto es fácil haber aprobado la posibilidad de que se use tu teléfono para llamarte y venderte otras cosas. La empresa a la que has comprado e incluso un tercero.

Es decir, que por mucho que uno se esmera en proteger y aislar su línea de llamadas no deseadas, si participas del comercio o de cualquier tarjeta de fidelización o entregas de producto a domicilio en cualesquiera de sus formas, es fácil acabar firmando una autorización para que te llamen. Quedas automáticamente inhabilitado para exigir la pertenencia a la Lista Robinson porque has firmado una autorización a ciertas empresas que desconoces. Puedes luego revocarla, pero la cuestión es que nos pasamos el año autorizando para comprar y desautorizando para que luego nos dejen tranquilos.

Recientemente, la cosa ha evolucionado a peor porque se ha colado la ciberdelincuencia, que está utilizando el marketing telefónico falseado como forma de sacarte dinero de forma ilegal. Así, están proliferando las llamadas desde hace meses desde móviles e incluso otros países, en que simplemente te dicen algo así como “Recursos Humanos” o “Llámame para la entrevista” o “Envíame un whatsapp a este número”.

Son todo ardides para obtener datos tuyos o bien hackearte el teléfono o acceder a información confidencial que les permita sustraerte la identidad para cualquier fechoría digital.

Tanto las empresas legales que se saltan la norma como las que tratan de robarte deberían ser identificadas y fuertemente sancionadas

Lo de que te llamen tres o cuatro veces al día, tanto a horas intempestivas como en días festivos, es ya lo de menos. Lo peor es la sensación que te invade de que ya no puedes hacer nada. Es como si estuvieras en el medio de una batalla campal y te cae encima de todo. Lo máximo que puedes hacer es ponerte a buen refugio, tratar de que no te hagan daño. Pero ya no aspiras a nada más que a la protección física.

Deberíamos ponernos muy, pero que muy serios con este asunto. Tanto las empresas legales que se siguen saltando la norma como las que tratan de robarte deberían ser identificadas y fuertemente sancionadas. Necesitamos una reacción muy contundente con multas millonarias, a nivel internacional, para todas aquellas organizaciones que asaltan a través del móvil.

Es más, debería crearse una agencia de ciberseguridad y derecho a la intimidad internacional, una especie de Interpol de la telefonía móvil, que identificase, clausurase y condenase duramente a todas aquellas organizaciones que están haciendo que las personas estemos ya desentendidos del teléfono: hanging off the telephone, porque el mismo ya pasa de ser una comodidad del progreso a una amenaza para la seguridad, la tranquilidad y tu propio dinero.

Personalmente, me he planteado no tener móvil y sencillamente utilizarlo para conectividad a datos en movilidad. Tiempo al tiempo. Esto llegará si no se toman serias medidas al respecto.