La dependencia de los recursos marca el destino de las sociedades modernas. Quién no recuerda la saga de ciencia ficción Dune, escrita por Frank Herbert, y la dependencia que sufren los personajes del “spice” o “melange”, esa sustancia esencial y altamente valorada en ese universo ficticio sobre el que gira toda la trama de la historia. En nuestro planeta no vivimos en films de ciencia ficción, pero la actualidad nos ofrece paralelismos muy reales con Dune: la dependencia cada vez mayor que tenemos en relación con la energía e incluso con materias primas como el litio y el cobalto, claves para las energías renovables. En el caso de Cataluña, en una década marcada por el soberanismo, paradójicamente se han aplicado políticas energéticas que nos harán más dependientes a medio y largo plazo.

Actualmente, las sociedades modernas viven en un mundo cada vez más interconectado y globalizado, donde el suministro de energía se ha convertido en un pilar fundamental para el desarrollo económico y la estabilidad de las naciones. Sin embargo, la creciente demanda mundial de energía ha puesto sobre el tablero de juego una disyuntiva crucial tanto para la sociedad como para los gobiernos: ¿Debemos cambiar de rumbo y perseguir la senda del soberanismo energético o seguir dependiendo de fuentes externas para satisfacer nuestras necesidades energéticas?

Lo cierto es que la dependencia energética sale cara. Por ejemplo, España importó 90.879 millones de euros de productos energéticos en 2022, lo que supuso dos terceras partes del déficit comercial. Y Cataluña sigue la misma tendencia. En este sentido, la dependencia de energías fósiles ha sido la opción predominante durante décadas en Occidente, ofreciendo un acceso inmediato a recursos energéticos abundantes y, a menudo, más económicos. No obstante, esta elección conlleva implicaciones significativas, desde la vulnerabilidad frente a fluctuaciones geopolíticas hasta los efectos negativos en el medio ambiente y el cambio climático.

Por ello, la posibilidad de ser independientes energéticamente cada vez cobra mayor importancia para muchos países, que apuestan por la autosuficiencia mediante el desarrollo de energías renovables a gran escala, y no solo con el autoconsumo residencial. Así, el potencial de fuentes limpias y sostenibles, como la energía solar y eólica, ofrece la posibilidad de alcanzar una independencia energética más resiliente y responsable.

Sin embargo, el camino no siempre es llano. Alcanzar la soberanía energética implica recorrer una senda de obstáculos y desafíos que requieren de un análisis cuidadoso para lograr una transición energética más rápida y satisfactoria. Por un lado, es inevitable asumir la parcial dependencia de los combustibles fósiles, debido a que las industrias basadas en estos combustibles pueden resistirse al cambio debido a intereses económicos arraigados. A ello se une el desafío de la existente infraestructura, ya que muchas instalaciones y redes de energía están diseñadas para funcionar con combustibles no renovables.

Asimismo, a pesar de los avances tecnológicos y la eficiencia de las energías limpias, aún existen mitos sobre ellas. Así, una parte de la sociedad, incluidos dirigentes políticos y empresariales, aún cree que las energías renovables son costosas o poco confiables. Precisamente, en la esfera política, la falta de voluntad o compromiso por parte de algunos gobiernos y líderes puede obstaculizar la adopción de políticas favorables a las energías renovables. A ello se suma la influencia que provocan los grupos de presión de la industria de los combustibles fósiles, lo que puede provocar el retraso o bloqueo de iniciativas para fomentar la transición energética.

Desde una perspectiva económica, el alto coste inicial de invertir en energías renovables es la barrera más significativa, especialmente para países en desarrollo o empresas de menor tamaño. Sin embargo, es importante considerar los beneficios a largo plazo de reducir los costos operativos y las emisiones de gases de efecto invernadero. Por ello, se hace evidente que es necesaria una apuesta clara, y en la misma dirección, de los líderes políticos que marcarán el camino hacia la inversión en energías renovables.

Cataluña, en la trampa de la dependencia energética

En este contexto, la política energética catalana no ha ido en la buena dirección en las últimas décadas. Por un lado, Cataluña presenta un grave déficit en energías renovables, que deberá compensar en los próximos años. De hecho, el año pasado, tan solo generó el 15,6% de su energía a partir de renovables, lo que supone una cifra lejos del 40% que establece el Pacto Verde Europeo como objetivo para el 2030. Asimismo, la actual política tampoco camina hacia una transición ecológica, con el objetivo de alcanzar la neutralidad climática de aquí a 2050, en línea con los objetivos de la Unión Europea.

Por otro lado, la apuesta de la Generalitat de Catalunya, creando una empresa pública energética bajo la marca L’Energètica, no constituye ningún avance ni beneficio hacia una mayor autosuficiencia energética. En este marco, tenemos un sector privado que puede ofrecer dinamismo, competitividad y capacidad de financiación a costes bajos en proyectos renovables, siempre que las instituciones públicas sean favorables y no pongan trabas como hace actualmente frente a grandes proyectos solares o eólicos.

Ante este escenario, el reto de Cataluña es complejo. La fórmula del éxito para tener una mayor autonomía energética y una generación más limpia no radica en contar con una comercializadora pública más y en apostar por políticas públicas que apuesten únicamente por la micro generación. Al contrario, debe apostarse por desarrollar fuentes de energía renovables a gran escala para tener un mix energético más verde, y reducir la dependencia de los recursos externos, creando empleo y riqueza. De esta manera, Cataluña podrá alcanzar la soberanía energética, liderando la lucha contra el calentamiento global y contribuyendo a un futuro más limpio y saludable para las futuras generaciones.