Hace más de una década, diseñé para Esade una herramienta llamada Diana Esade, donde la idea era, acabado el ejercicio, revisar lo que los distintos servicios de estudios e instituciones, tanto nacionales como europeos, habían previsto que sucedería en España con el crecimiento económico.

No se trataba, ni mucho menos, de sacar los colores a nadie. Realizar previsiones es dificilísimo y aquellos economistas que las elaboran para los organismos que se las encargan aceptan generosamente exponerse al error. Y también al acierto, claro. Nadie tiene una bola de cristal. Los economistas no somos brujos que podemos inferir del pasado lo que va a deparar el futuro. Aun así, se nos exige realizar previsiones por un motivo bien simple: porque los agentes económicos, empresas, sector público, instituciones financieras, pymes, profesionales, entre otros, necesitan planificar y decidir cuánto van a gastar, invertir y contratar.

La Diana Esade que, después de diseñarla, estuve unos años dirigiendo y todavía continua bajo la tutela de otros profesores que ha mejorado y enriquecido mi primer diseño, se ha convertido en un referente y es, ya hoy, un indicador más que se consulta y analiza. Se empezó con PIB y se fueron añadiendo otras variables macro (paro, inflación…).

La distancia entre el dato previsto y la realidad no debe medirse en términos de “cuánto” hemos fallado sino en “por qué”

El nombre “Diana” le da un tono ligero. Los economistas no lanzamos dardos, sino que realizamos modelos econométricos y predictivos, aplicando ahora, además, modelos de inteligencia artificial y algoritmos iterativos que perfilan cada vez mejor los análisis estadísticos para responder a algo tan difícil e incierto: ¿qué pasará mañana?

Contrario a lo que se temió, la Diana Esade fue agradecida por las instituciones y servicios de estudios que tanto se esfuerzan en realizar previsiones, pues el asunto se trató con rigor y respeto. No se trataba de señalar al “bueno” o al “malo” porque eso sería caer en la trampa y asumir que hay buenos y malos adivinos. Y ya he aclarado que a adivinos los economistas no jugamos. La distancia entre el dato previsto y la realidad no debe medirse en términos de “cuánto” hemos fallado sino en “por qué” el modelo no ha realizado una buena previsión. En otras palabras, ¿qué variables explicativas deberían haber tenido más peso? O bien: ¿qué sucesos geopolíticos, naturales o sociales han emergido sin aviso y han desbaratado la bondad del modelo?

También es interesante el análisis de dispersión. ¿Las previsiones de alrededor de 20 equipos de economistas que tienen libertad para definir sus modelos coinciden? ¿Hay consenso? ¿O hay disparidad? Si la hay, ¿qué les lleva a dar más peso a un tema que a otro?

Me encontré tres grandes categorías en el análisis de la inflación: unos preveían casi un 5%, otros, un 4% y, los más optimistas, alrededor del 3%

Dicho todo lo anterior, he tenido curiosidad, en este año que tanto se me ha preguntado en medios por la inflación, analizar qué disparidad o consenso hay en cómo acabará la inflación en España este 2024.

Me he encontrado tres grandes categorías: las que anticipan una inflación más elevada, las que estiman una inflación moderada y las que prevén una inflación más baja.

El Servicio de Estudios de CaixaBank y el Banco de España estiman que la inflación anual en España empezaron el año considerando que la inflación podría cerrar el año en torno al 4,8% y 4,5%, respectivamente. En el segundo grupo están las previsiones que apuntaron en su día a una inflación más moderada, situándose entre el 3,5% y el 4%. BBVA Research y el Fondo Monetario Internacional (FMI), por citar dos ejemplos. En el tercer grupo, con previsiones de inflación más baja, se encuentran organismos como la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (BCE), que estimaron al principio una inflación en torno al 3% a finales de 2023. Si redondeamos, diríamos que unos dicen que casi el 5%, otros que alrededor del 4% y los más optimistas, alrededor del 3%.

La mayoría de las instituciones han ido revisando a la baja sus previsiones de inflación a medida que ha avanzado el ejercicio

Las diferencias son interesantes. Los del 5% otorgan mucha importancia al conflicto con Ucrania, cadenas de suministro y el buen comportamiento de la demanda interna. Los moderados dan mucho peso a la bajada de tipos de interés y descenso de precios de la energía. Los optimistas añaden a lo anterior que la desaceleración económica de la UE forzará a las empresas y distribuidores a moderar las subidas de precios.

La mayoría de las instituciones han ido revisando a la baja sus previsiones a medida que ha avanzado el ejercicio. El dato de agosto, del 2,2%, que ha sorprendido, parece ir dando la razón al último grupo que, antes de empezar el año, se situaban en la franja inferior.

Cualquier final de año por encima de un 4%, en mi opinión, sería una mala noticia. Necesitamos una inflación final con un tres como primer dígito. Porque nos permitiría empezar a pensar en un aterrizaje final en torno al 2% para 2025 y no en otro escenario, que sería el de una inflación moderada en forma de meseta y cuya duración sería realmente incierta.

La cosa pinta bien y todo apunta a ese escenario de aterrizaje final para 2025. Vamos a ver el último cuatrimestre, que aun queda partido y, por desgracia, hay demasiados cisnes negros geopolíticos que destrozan tan a menudo los modelos econométricos y la magia de la estadística predictiva.