¿Qué fue primero: el huevo o la gallina? ¿Es el modelo productivo el que dicta el volumen y el tipo de inmigración que recibe un país o es el flujo de inmigrantes el principal factor que apuntala una determinada estructura productiva? En un interesante y provocativo debate celebrado este mes de enero en el Colegio de Economistas de Cataluña uno de los panelistas, Miquel Puig, se decantó por el huevo: es el tipo de estructura productiva que tenemos, muy dependiente de actividades intensivas en trabajo poco cualificado, como el turismo, el que actúa como imán para atraer un número muy elevado de inmigrantes, que a su vez refuerzan la opción por un modelo productivo sesgado más hacia el crecimiento extensivo del PIB —la cantidad de ocupación— que hacia el incremento sostenible de la productividad y del PIB per cápita.

De la intervención de Puig se deduce que es posible actuar sobre el modelo productivo de un país, quizás activando las políticas públicas adecuadas y/o configurando un determinado consenso social. El dilema que nos presenta sería elegir entre Andorra, país en el que la ocupación ha crecido mucho y poco el PIB per cápita, o Japón, donde se da la situación inversa. O entre el País Vasco y Cataluña, que en las últimas décadas han seguido trayectorias históricas parecidas a los modelos japonés y andorrano, respectivamente. Y para cambiar el modelo productivo de Cataluña (y el de España en general) en el sentido deseado (siguiendo los ejemplos japonés y vasco) hay un cierto consenso en la bondad de aumentar el peso de la industria en el PIB y reducir el del turismo.

Según los economistas políticos clásicos, el crecimiento de la renta per cápita dependerá de la tasa de ahorro e inversión de los productores

Este mismo mes de enero ha fallecido Robert Solow, Premio Nobel de Economía, y pionero de la teoría moderna del crecimiento económico. En el modelo canónico de Solow, el crecimiento de la población y, por extensión, el de la ocupación, es una variable exógena a largo plazo —es decir, la determinan factores que no son de naturaleza estrictamente económica. Y la productividad, que concibe como resultado del progreso técnico derivado de los avances científicos, también se considera como exógena a largo plazo. Por lo tanto, según Solow, la tasa de crecimiento del PIB a largo plazo está determinada por fuerzas que no son objeto de elección económica. No obstante, el nivel del PIB per cápita en un determinado momento del tiempo sí aparece en el modelo de Solow como el resultado de una elección: será mayor cuanto mayor sea la tasa de ahorro y de inversión per cápita de un país.

Los modelos de crecimiento posteriores a Solow plantean la posibilidad de que la tasa de crecimiento a largo plazo también pueda ser endógena. Es decir, que sea el resultado de la inversión en capital humano y/o tecnológico, por ejemplo. Estos modernos modelos de crecimiento endógeno tienen algunos puntos en común con la visión de los economistas clásicos de los siglos XVIII y XIX, como Adam Smith y David Ricardo, que consideraban el crecimiento económico principalmente como el resultado de la acumulación de capital, y esta, a su vez, como un reflejo de la distribución de la renta entre tres grupos sociales: empresarios, rentistas y trabajadores. Los primeros dirigen la producción, ahorran lo que ganan y lo reinvierten en actividades productivas; los segundos viven de rentas y las gastan en consumo suntuario, y los terceros producen y consumen, pero pueden ahorrar entre poco y nada. Por lo tanto, según los economistas políticos clásicos, el crecimiento de la renta per cápita dependerá de la tasa de ahorro e inversión de los productores, que a su vez está relacionada con la mayor o menor participación en la distribución de la renta de aquellas personas o empresas con una mayor propensión a invertir en activos productivos. Pero la gran diferencia entre los economistas clásicos (siglos XVIII y XIX) y los neoclásicos (desde finales del XIX hasta la actualidad) estriba en que de acuerdo con los primeros la disponibilidad de fuerza de trabajo es endógena al crecimiento económico y, por lo tanto, a la acumulación de capital. Para los clásicos la oferta de trabajo tiende a ajustarse a la demanda a largo plazo, por diversas vías: las migraciones del campo a la ciudad o entre territorios que crecen a ritmos diferentes y ofertan salarios reales también diferentes, o el impacto positivo de un aumento de los salarios reales sobre las tasas de fecundidad y de actividad.

¿Cuáles son los factores que determinan el crecimiento diferencial de la productividad entre países? La gran diferencia es la retribución media por empleado

La cuestión central es determinar cuáles son los factores que determinan el crecimiento diferencial de la productividad entre países. ¿Una mayor inmigración o un mayor crecimiento demográfico diluyen necesariamente el crecimiento de la productividad y del PIB por habitante? Cuando se amplía el foco del análisis y se consideran otras economías, más allá de Andorra y Japón, o del País Vasco y Cataluña, no se observa ninguna relación simple entre las tasas de crecimiento del PIB, de la población y del PIB per cápita. De hecho, entre 2000 y 2023 la economía de los Estados Unidos superó ampliamente a Japón y a Alemania en los tres renglones: creció más en población —en gran medida procedente de la inmigración— y en ocupación, pero también en PIB per cápita. Dentro de la Unión Europea, Suecia registró en igual período un crecimiento demográfico prácticamente igual al de la economía española —también en gran parte gracias a la inmigración— pero su PIB por habitante aumentó casi el doble —a una tasa superior incluso a la de Estados Unidos. Por otro lado, países con tasas de crecimiento demográfico y de la ocupación relativamente débiles o negativas, como Portugal o Grecia, experimentaron un aumento del PIB per cápita no muy superior al español (Portugal) o significativamente inferior (Grecia). Tampoco se observa ninguna relación clara entre la participación de la industria manufacturera en el empleo total de un país y el nivel o el crecimiento del PIB per cápita. Entre 2000 y 2019 el peso de la industria en el PIB de Estados Unidos y Países Bajos se situó, en promedio, entre el 9 y el 9,5%, en comparación con valores en el entorno del 16% en Japón y Portugal.

Sin embargo, el crecimiento acumulado durante ese período del PIB per cápita en los dos primeros países fue del 25% y del 20%, respectivamente, en comparación con valores próximos al 15% en los otros dos. Sorprende también saber que históricamente el peso en el empleo de los servicios de alojamiento y restauración, que son la base del sector turístico, es del 6,5% en Austria y del 5,6% en Suiza, en promedio del periodo 2000-2019, en comparación con un 6,9% en España (aunque actualmente se sitúa por encima del 8%). La gran diferencia es la retribución media por empleado en esos sectores, que con datos de 2019 en Suiza era el doble de la española y en Austria un 50% superior.

En definitiva, si el crecimiento de la fuerza de trabajo y de la inmigración en Suecia ha sido similar al español a lo largo de las dos últimas décadas, ¿qué explica que en ese país el PIB per cápita haya crecido casi el doble? No hay un único factor que lo explique, por descontado, pero difícilmente cabe incluir el peso diferencial de la industria manufacturera, que en 2019 representaba el 11,1% en Suecia, frente a un 10,1% en el caso de la economía española. En cambio, una diferencia importante en la evolución de ambas economías es la inversión total (pública y privada, en bienes de equipo y en construcción): a precios constantes, en Suecia ha aumentado un 90% entre 2000 y 2023 y en España un 15%. Dado que el aumento de la fuerza de trabajo ha sido equivalente en ambos países durante el mismo periodo (un 24%), la dotación de capital por empleado ha crecido a un ritmo significativamente superior en Suecia en comparación con España. Es cierto que las actividades industriales muestran una mayor capacidad para aumentar la productividad que muchos sectores de servicios, y que es necesaria una política industrial inteligente que lo favorezca, pero no debe olvidarse que la inversión es clave en todos los sectores, incluido el turismo. Impulsar la inversión productiva es la clave del futuro, con o sin inmigración, en la industria y en los servicios.