Quizás no es un sentimiento compadecido, y esta es la gracia de estar en una democracia, libertad de opinión y de expresión, pero con respecto a mí, no salgo de la perplejidad cuando leo en determinadas redes, especialmente en entornos de carácter profesional, comentarios que defienden a capa y espada el modelo laboral que hasta el día de hoy había sustentado la compañía catalana de reparto a domicilio Glovo.

Hace poco más de una semana, el lunes 2 de diciembre, para ser más exactos, la tecnológica de Barcelona hacía público su compromiso de cambiar de forma inmediata su polémico modelo de entregas, pasando de operar con una flota de mensajeros autónomos a una flota de asalariados, según dispone la actual legislación laboral en el Estado español.

Curiosamente, y aquí que cada uno llegue a sus propias conclusiones, la noticia se produjo en un momento clave para la compañía, ni más ni menos que el día antes de la declaración de su fundador, Oscar Pierre, ante el juez de instrucción de Barcelona por un presunto delito contra los derechos de los trabajadores a raíz de una denuncia de la Fiscalía, que lo procesa por vulnerar la conocida ley Rider, una normativa que regula el trabajo de los repartidores que trabajan para plataformas digitales de "delivery".

Pero esta "rendición", si es que lo queremos llamar de alguna manera, no ha sido en ningún caso un camino de rosas. Han hecho falta 205,3 millones de euros en multas en España, contando actos de liquidación en la Seguridad Social y actos de infracción, que afectan a un total de 37.348 trabajadores, y llevar a juicio a su fundador.

No ha sido en ningún caso un camino de rosas. Han hecho falta 205,3 millones de euros en multas en España y llevar a juicio a su fundador

Paradójicamente, porque esta es una de aquellas cosas que por mucho que me lo expliquen no veo la lógica por ningún sitio, Glovo, junto con Cabify, eDreams, Idealista, Devo, Jobandtalent, Travelperk, Wallbox y Flywire, forma parte de este club de privilegiados que denominamos "unicornios" y que se ha convertido en el sueño húmedo de todos los emprendedores. Empresas que ofrecen productos disruptivos o servicios con un modelo de negocio innovadores y que han escalado vertiginosamente gracias al apoyo de los inversores y a las sucesivas rondas de financiación, por más que algunas de ellas todavía hoy no han demostrado ser financieramente rentables.

En muchos foros de debate, de aquí y de todo el mundo, Glovo se ha presentado como un verdadero caso de estudio y todo un ejemplo de éxito. Y no somos pocos los que, en un momento u otro, acertada o equivocadamente, nos hemos visto deslumbrados. ¿Por qué, y seamos honestos, quién no se embriaga de orgullo cuando una compañía esbozada en Cataluña, forjada en Cataluña, nutrida en Cataluña, de la nada atraviesa todas las fronteras y llega a todo el mundo con la efervescencia que lo ha hecho Glovo? Yo misma, tiempo atrás, hice de altavoz en cuantiosas ocasiones de esta carrera exitosa, cegada por los grandes titulares y por la excitación del momento. Y en este sentido quiero asumir el "mea culpa", porque involuntariamente he alimentado un modelo de empresa que como sociedad tendríamos que haber cuestionado.

Afortunadamente, el momento actual nos interpela a reflexionar sobre algunos de estos fundamentos que vertebran ciertas compañías de la llamada nueva economía y, sobre todo, a plantearnos qué tipología de empresas queremos promover y captar en nuestra casa, en Cataluña. Y es que el caso de Glovo no es el primero, ni tampoco será el último, que pone de manifiesto la volatilidad del ecosistema emergente. Hoy eres un referente internacional, envidiado y codiciado acá y allá, y al día siguiente te levantas inmerso en una terrible y descomunal crisis legal, económica y reputacional.

El momento actual nos interpela a reflexionar sobre algunos de estos fundamentos que vertebran la nueva economía y a plantearnos qué tipología de empresas queremos promover y captar en Catalunya

Nos toca a todos hacernos esta misma pregunta: ¿queremos seguir midiendo las empresas estrictamente por su volumen de negocio y su capitalización, una decisión respetable pero no compartida, o queremos impulsar un tejido emprendedor y empresarial que crezca y escale aportando valor económico, social y medioambiental? ¿Elegimos la especulación, las burbujas y los popularmente conocidos "pelotazos", o empezamos a construir proyectos que dejen una huella positiva y duradera en la sociedad?

No todo vale para obtener beneficios. La modernidad y el progreso no pueden ir ligados a la desregulación. No es admisible que con el pretexto de las nuevas tecnologías minoremos los estándares laborales y los derechos que tanto han costado de conquistar. Es responsabilidad colectiva rechazar aquellas iniciativas que fundamentan su ventaja competitiva en la explotación y el incumplimiento de la legislación vigente. Porque el gran capital de las empresas, de todas y sin excepción, es su fuerza de trabajo, su capital humano, y es sobre este principio que empresas y empresarios deben proveer a su gente de las garantías y los derechos que la normativa reserva a las personas sujetas al régimen general de Seguridad Social.

La experiencia de Glovo, mal nos pese a muchos, no es en absoluto un caso aislado, sino el espejo de un modelo económico que no deja de crecer. El verdadero reto ahora no es tan solo conseguir la regularización de estos trabajadores, que lo es, sino garantizar que esta venga acompañada de condiciones laborales dignas y de un marco regulador que priorice los derechos de las personas por encima de los intereses empresariales.

¿Es este el fin de la explotación laboral? ¿O, por el contrario, es otra "pelota adelante"? Veremos.