Se va acercando el final del año y empieza el baile entre el departamento financiero y comercial, con la dirección general de director de orquesta.

La cosa es bien simple. Las empresas funcionan por ejercicios anuales, también llamados años fiscales. La mayoría de las empresas en España, como se sabe, cierran el ejercicio el 31 de diciembre y empiezan año fiscal el 1 de enero. Es la mayoría, pero no la totalidad. Está permitido y la ley no solo permite, sino que da libertad, para fijar el año calendario del modo en que se considere más oportuno. Por ejemplo, a las empresas turísticas a veces les convendría más cerrar ejercicio en otoño porque así coincide la parte fuerte del año, el verano, con su final de año financiero, contable e impositivo. Hay muchas empresas que fijan el inicio de año en el mes de abril, por motivos similares.

Sea como fuere, el caso es que el hecho de dar carpetazo a todas las sumas, es decir, a lo que se lleva acumulado de ventas, lo que se lleva acumulado de costes, lo que se lleva acumulado de beneficios o lo que se lleva acumulado de comisiones o retribuciones variables, entraña consecuencias importantes. Las principales son el pago de impuestos sobre el beneficio, pues es conocido que, al acabar el año fiscal, se tributa sobre lo que se ha ganado ese año, poniendo el contador a cero al día siguiente. Y, después, sobre las comisiones de los equipos de ventas o salarios variables de los trabajadores que están sujetos a una parte de retribución en base a objetivos. Esos objetivos, al día siguiente, también se pondrán a cero.

Las últimas semanas del año, los directivos se las pasan haciendo sumas y restas, calculando cuánto “meter” y cuánto “posponer”

Pero el día antes de ponerse a cero, justo el día antes, alcanzan su valor máximo acumulado, y la empresa ha adquirido obligaciones que dependen de esa cifra.

Claro, a unos les interesa a veces que un pedido que está previsto para al cabo de pocos días entre antes y, de ese modo, tal vez, conseguir los objetivos marcados y cobrar el variable o las comisiones o los rappeles o el premio del que se trate. A veces, sucede lo contrario, interesa pasar ventas a uno o dos días después. Eso a veces interesa porque no llegas o porque ya te pasas. Me explico. Cuando ya es imposible llegar al objetivo comercial, si no va a haber sueldo variable o bonus, pues ¿para qué cargar con más ventas al ejercicio infructuoso? Interesa más a los equipos de ventas que esos pedidos pasen ya al siguiente ejercicio. Y cuando van pasados, sucede lo propio. Si el objetivo marcado está muy superado, muchas veces interesa no cargar con más ventas al presente año fiscal.

Pero, claro, esto colisiona muchas veces con la parte fiscal. Si una empresa no ha cumplido sus objetivos y está en pérdidas, interesa que los últimos pedidos del año entren antes de cerrar ejercicio, dado que los beneficios que produzcan no tributarán en impuesto de sociedades. Interesa vender lo máximo, pero no acabar en positivo.

Por la parte de los costes, el tema se complica muchísimo porque las facturas que no lleguen con fecha previa al cierre o vengan fechadas con año próximo, no podrán ser imputadas a la contabilidad del presente. La casuística depende de cada sector de actividad y de lo que, en base a cada industria, el criterio contable establece. Pero, en términos generales, es así.

El fisco no está en el baile la noche de fin de año. Aparece más tarde. Quienes bailan y deciden son los directivos. Y bailan hasta el último minuto

El resultado es que las últimas semanas del año, los directivos se las pasan haciendo sumas y restas, calculando cuánto “meter” y cuánto “posponer”. Es un baile a caballo entre lo divertido, lo absurdo, lo importante y lo kafkiano. Ninguna empresa refleja en sus estados financieros el año, sino el “cuasi año”, es decir, algo cercano a lo que han sido sus doce meses de actividad, pero que no coinciden con ellos plenamente.

En mi vida profesional, he visto, al respecto, cosas increíbles. Trabajé durante un tiempo en el sector de perfumería. En navidades se realizaban el 80% de las ventas, pero los distribuidores tenían libertad para retornar producto hasta bien entrado febrero. Así que, eran otros tiempos, a los mayoristas se les colocaba a menudo pedidos desorbitados a sabiendas de que no se venderían. El año se cerraba a 31 de diciembre, pero hasta febrero no se conocía el verdadero sell-out, es decir, lo que el consumidor realmente había comprado y había salido del canal de distribución.

En los últimos años, se han diseñado mecanismos de corrección de estos absurdos, tales como calcular los variables no en base al ejercicio fiscal, sino dejando pasar unos meses del cierre del año. Pero el problema suele ser el mismo. Con el fisco, la cosa no ha cambiado. Al fisco le da un poco más igual porque las pérdidas se quedan en el balance y se contabiliza el crédito fiscal. Si no ganas este año más, lo harás el siguiente, piensa la Agencia Tributaria. Luego, si hay inspecciones, no es así. Y esas cosas se miran. Pero, claro, el fisco no está en el baile la noche de fin de año. Aparece más tarde. Quienes bailan y deciden son los directivos. Y siguen bailando hasta el último minuto. Hasta que, tras sonar las campanadas, exclaman: “¡feliz año nuevo!”.

Justo ahí, se detiene la música.