Las elecciones a la presidencia de Estados Unidos de la semana pasada han producido unos resultados sorprendentes. A pesar de que la opinión general coincidía en la ajustadísima pugna entre Kamala Harris y Donald Trump y cualquiera de las dos direcciones parecía plausible, en la práctica la victoria no se puede calificar de ajustada: de los siete estados que podían recaer en cualquiera de los dos lados (los denominados swing states), los siete han ido a parar en bloque hacia el bando republicano, encabezado por la candidatura de Trump.

Bien pocas encuestas pronosticaban una goleada de estas características, lo cual ha propiciado, evidentemente, una reflexión colectiva sobre qué errores de cálculo han conducido hasta aquí. Y esta reflexión también es oportuna en una columna de análisis económico, dado que el estado de salud de la economía norteamericana ha tenido un papel fundamental en estos comicios, en un contexto marcado por la grave crisis inflacionaria post-Covid que ha erosionado el poder adquisitivo de la clase media y ha colocado a la clase baja en una situación que entra dentro de los parámetros de la pobreza, en muchos casos.

El equipo de Donald Trump se movió con habilidad para atraer a Elon Musk a la campaña, con un papel de gran relevancia: se anunció que en caso de ganar la candidatura de Trump, encabezaría el Department of Government Efficiency (DOGE), lo que podríamos traducir como "Ministerio de Eficiencia Gubernamental", un departamento de nueva creación. Musk es una figura polarizante que genera poca o nula simpatía a algunos, y que se percibe desde nuestra casa, en muchas ocasiones, como uno auténtico impresentable.

Cuando en 2007 predicaba que los coches eléctricos tenían ya sentido comercial, prácticamente nadie tomó seriamente a Elon Musk

Hay que entender, sin embargo, el componente de credibilidad que rodea a Elon Musk. Cuando el año 2007 predicaba que los coches eléctricos tenían ya sentido comercial, prácticamente nadie lo tomó seriamente. Fundó Tesla con sus ahorros porque ningún banco ni fondos de capital riesgo con dos dedos de frente confiaban en aquella aventura estrambótica, y Tesla es hoy no solo la marca que ha vendido más coches eléctricos en el mundo, sino el fabricante del modelo más vendido por todo el mundo y también en Europa –no el modelo de coche eléctrico, sino el modelo de coche, incluyendo también los de combustión.

Esta historia de superación, enfrentándose y derrotando a conglomerados gigantes de automoción que están en una situación más que comprometida (Volkswagen acaba de anunciar el cierre de tres fábricas y decenas de miles de despidos en el marco de una electrificación traumática), crea un aura heroica que rodea la figura de Musk. Y se suma que en plena campaña electoral consigue que un satélite lanzado por su empresa SpaceX pueda retornar y aterrizar de forma ordenada y con precisión en su base de Tejas, abriendo la puerta por primera vez a que la aviación espacial pueda ser reutilizable, un hito de extraordinaria importancia por su contribución a la reducción de costes y la racionalidad de la empresa privada hacia el gasto descontrolado de la administración –la NASA, en este caso.

Finalmente, Musk es conocido por todo el mundo por haber comprado la red social Twitter (ahora X) y haber conseguido que siga funcionando a pesar de que dispone ahora de un tercio de la plantilla que conformaba la empresa en el momento de la transición de propiedad, cuando bordeaba la quiebra; un momento épico en el imaginario colectivo por la imagen del hall de las oficinas de San Francisco con una pila en las manos (por el juego de palabras americano "let that sink in", que se puede traducir tanto para "deja que entre con esta pila" como "deja que cuaje esta idea").

Musk puede ser un impresentable, pero un impresentable creíble, bordeando la frontera de la heroicidad corporativa

Sea como sea, Musk es creíble en el terreno económico. Puede ser un impresentable, pero un impresentable creíble, bordeando la frontera de la heroicidad corporativa. Este no es un componente menor si consideramos el contexto de las elecciones, marcado por la necesidad de que se produzca un auténtico milagro económico que devuelva el poder adquisitivo a los americanos, que les permita volver a otro momento temporal donde podían afirmar que vivían el sueño americano, el estado del bienestar; donde la vivienda, el ocio y la restauración eran accesibles. Y en la acera contraria hay un universo de ideas abstractas, de conceptos inconcrets, que simboliza perfectamente el discurso de Kamala Harris, donde adjudicaba la victoria a su oponente hablando de construir un ejército de miles de estrellas luminosas que brillen en el cielo, símbolo del optimismo, la fe y la verdad.

La lección de los comicios americanos es también extrapolable para nuestra política. La última década ha proliferado en nuestro entorno esta misma tendencia a las ideas abstractas y las luchas morales. Entre una propuesta incomprensible y otra comprensible pero arriesgada, muchos votantes escogerán la comprensible, la tangible, la creíble, aunque no la acaben de compartir del todo. Y así es como nos vemos vertidos a cuatro años de proteccionismo y políticas iliberales. ¿Tomaremos nota?