La deriva electoral de Francia en las últimas elecciones, donde una sorpresiva victoria de la coalición de izquierdas no ha alejado completamente la amenaza de la extrema derecha, ha sembrado las dudas sobre el Viejo continente. Observando su evolución, bien parece que más pronto que tarde Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen, acabará dirigiendo el país.

El peso de este grupo populista es una muestra de una creciente desafección política por parte de ciudadanos que piensan que el sistema no resuelve sus problemas. Sin embargo, el fenómeno entre los jóvenes es especialmente relevante. Este colectivo compra las premisas y mensajes simplistas, bien por una carencia de pensamiento crítico, bien por el acertado manejo de las redes sociales de estos partidos, única fuente de información de las generaciones de menor edad.

Pero el caldo de cultivo en Francia lo han generado los partidos tradicionales durante las últimas décadas. Y la economía tiene muchas razones.

En primer lugar, Francia sufre un problema que afecta a otras economías desarrolladas: no ha sabido adaptar su industria productiva a la mundialización. Esta cuestión se inicia a finales de los años 70, cuando el incremento de la apertura de mercados en el mundo abre la oportunidad de expandir el comercio internacional. El país venía de una época de grandeza económica, tras la II Guerra Mundial, y no vieron que el mundo y las reglas cambiaban.

Francia sufre un problema que afecta a otras economías desarrolladas: no ha sabido adaptar su industria productiva a la mundialización

No lo vieron los ciudadanos, pero tampoco los dirigentes, que mantuvieron unas políticas que han llevado a una caída muy importante de la competitividad del país. Quienes culpan a China de este declive, olvidan que no se convirtió en la fábrica del mundo hasta los años 2000. Y además, para un país con una industria potente y de valor añadido, ¿qué amenaza sería el país asiático en esos años, con una estrategia de salarios bajos y productos no diferenciados?

Francia vive estancada desde hace años. Hay numerosos indicadores que lo muestran: retirada masiva de la industria, déficit crónico del comercio exterior, desempleo, déficit disparado o caída de la productividad. El peso relativo de Francia era del 3,5% del PIB mundial en 1983; en 2016 era de solo el 2,4%. Otro ejemplo: en 1970, el PIB per cápita de Francia era 2.000 dólares superior a la media de Europa Occidental; en 2016, era 1.400 dólares inferior.

Hay algunas excepciones de buena actuación, como la industria aeronáutica o empresas individuales. Por ejemplo, Mistral AI y Pasqal, con la que he trabajado. Son líderes europeas en inteligencia artificial y computación cuántica, respectivamente. Pero la correlación no implica causalidad. También en España tenemos a Carolina Marín y no somos una superpotencia en bádminton.

Ante la caída del empleo y los problemas económicos, una de las apuestas fue la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales. Sin embargo, la estadística muestra que ni se aumentó el empleo, ni creció la productividad. Todo lo contrario, hay regiones con un paro cercano al 25% y la pérdida de poder adquisitivo está detrás de muchos votantes de la ultraderecha.

Francia apostó por la reducción de la jornada laboral a 35 horas, pero ni se aumentó el empleo, ni creció la productividad. Todo lo contrario

El proteccionismo es la respuesta de muchos franceses. Se olvidan de que, en el mundo actual, la autarquía es casi una utopía.

En segundo lugar, Francia es el país de la UE con mayor peso del sector público en su PIB, un 57,3% en 2023. Sin embargo, muchas de las quejas de los votantes de partidos extremistas están relacionadas con la falta de servicios públicos y la diferencia entre grandes ciudades y zonas más alejadas: ni transporte, ni colegios, ni atención sanitaria, ni atención a colectivos vulnerables. Este sentimiento de olvido es el vivero ideal para los mensajes políticos emocionales.

En esas regiones desatendidas, además, se une el declive económico e industrial. Condiciones muy parecidas a las que decidieron el Brexit o la primera victoria de Trump, por ejemplo.

Llama la atención que tanto la extrema izquierda como la extrema derecha tengan como premisas electorales medidas de incremento del gasto. Parece obvio que Francia no tiene un problema de cantidad, sino de calidad. Además, la UE les abrió un Expediente de Déficit Excesivo, por lo que muchas de esas promesas son irrealizables, si no se recorta de alguna otra partida. Valdría mejorar no solo el clima de negocios para fomentar el aumento de competitividad del país, sino la eficiencia en la gestión del gasto público.

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza con la misma piedra. Parece que en nuestro vecino se cumple.