La ley de la atracción universal fue enunciada por Isaac Newton y establece que dos cuerpos cualesquiera en el universo se atraen con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa.

Esta ley física se reproduce en el mundo digital de una forma apabullante. Se le ha llamado fenómeno de masas o economías de escala. Sectores de actividad donde la ventaja competitiva es el volumen y el tamaño. Por eso, en su día, las startups tecnológicas, fueran de telefonía móvil, fija, conectividad, portales o aplicaciones corrían como locos descabezados. La velocidad era mucho más importante que la estrategia. Se trataba de ser los primeros. Y si había alguien que había salido antes que uno, había que atraparlo. Recibí encargos profesionales de muchos de los operadores europeos de telefonía móvil e internet a inicios de los 2000, y les aseguro que era una locura. Obtener la segunda licencia de telefonía móvil en un país europeo o bien obtener la tercera iba a suponer una diferencia en cuota de mercado que podía tardarse una década en recuperar.

En internet era lo mismo, pero, además, con unos índices de mortalidad apabullantes. Recuerden la burbuja puntocom, así como la cantidad de portales por los que se pagó millones de euros y pasaron a valer cero o desaparecer en menos de 24 meses.

Mi abuelo me decía que el dinero siempre atrae al dinero. Era una frase antigua y todavía se dice. Viene a significar que, quien tiene dinero, tiene más posibilidades de hacer todavía más dinero. Es la lógica del capital. Bien invertido, claro está.

La ley de la atracción universal se reproduce en el mundo digital de una forma apabullante, sectores donde la ventaja es el volumen y el tamaño

Y explico todo esto porque estoy fascinado y perplejo de observar, como ciudadano o como usuario, el fenómeno Telegram, por lo menos en España.

Telegram salió mucho más tarde que Whatsapp y, de salida, la brecha de millones de usuarios entre ambos en el mundo era enorme. En 2014, cuando Whatsapp totalizaba 600 millones de usuarios, Telegram tenía 35. En 2023, se estima que el primero tiene 2.244 millones de usuarios en el mundo. Estamos hablando de que una de cada tres personas con más de 12 años (edad que he tomado como referencia para un tener móvil) utiliza la app “verde” de mensajería. Telegram, la “azul”, tiene aproximadamente 950 millones de usuarios, y pronto llegará a los mil.

Vamos ahora de los datos generales a la experiencia personal. Es mi testimonio particular y, como tal, no puede servir para inducir una conclusión general. Mal pensamiento científico estaría aplicando. Pero estoy seguro de que lo que voy a explicar les está sucediendo a muchos de ustedes.

Y lo que me sucedió es que una amiga, se llama Isabel, que no tenía whatsapp y a quien quería enviar mensajes instantáneos, debía recurrir a los rupestres y otrora habituales SMS. Un día, hablando por teléfono, me dijo que solo utilizaba Telegram. Y me dijo que era más fiable, más seguro y más privado. Me bajé la aplicación. Y la app me envía un mensaje cada vez que uno de mis contactos se da de alta en Telegram. El caso es que cuando entro en la app, mi timeline se compone de cientos de mensajes de contactos míos, donde dice “Fulanito de tal se unió a Telegram”. Pero no recibo mensajes de ninguno de ellos. Todos siguen escribiéndome por Whatsapp. Solo con mi amiga Isabel nos escribimos por Telegram.

El reto de Telegram es lo que en marketing se llama ratio de conversión: pasar de prueba a repetición y de repetición a uso continuado

¿Por qué? Por la ley de la gravitación universal. Más dinero llama a más dinero. Más volumen llama a más volumen. Más tráfico llama a más tráfico. Se llaman redes sociales, ¿no? Pues por eso. Cuando la gente del barrio está en tal bar, te vas a ese bar a ver qué pasa o entretenerte o tomarte algo, así que el otro bar está vacío o solo con los más listos o los que valoran otras cosas distintas a Vicente, que va donde va la gente.

Yo uso Telegram, pero solo con una persona. Es decir, el 99,9% de mis mensajes los hago por whatsapp, a pesar de que consto como usuario de ambas aplicaciones. Veamos el volumen de mensajes enviados en cada aplicación. Las estadísticas no son oficiales, pero se estima que diariamente se envían 100.000 millones de whatsapps y unos 15.000 millones de mensajes de Telegram. Fíjense que, si bien la relación de usuarios es de 2 a 1 (dos mil millones versus mil millones), la de mensajes es de 7 a 1.

El dato es indicativo, pero es relevante. ¿Cuál es el reto de Telegram? Lo que en marketing llamábamos ratio de conversión. Es decir, pasar de prueba a repetición y de repetición a uso continuado. Eso requiere otro tipo de estrategias. Otro tipo de marketing. Pero es un marketing muy difícil porque, como he indicado, depende de una ley física tremenda e insoslayable. La fuerza e inercia de los movimientos de masa. Telegram empuja fuerte. Deberá alcanzar el llamado tipping point en algún momento. Ese punto de inflexión donde, como pasaba con los bares de moda, de pronto empezaban a no ser punto de encuentro y, en poco tiempo, estaban vacíos.

Jamás supe cómo los nuevos bares de moda lo lograban. Dicen que había relaciones públicas en las ciudades que sabían mover a la gente. Pero en el mundo digital, no va de lo que hagan unos pocos. Va de lo que hacen millones de personas. Y mover a millones de personas requiere tiempo, dinero y mucha, mucha inteligencia.