Llamar polarización a la confrontación de ideas
- Noelia Hernández Sánchez
- ALICANTE. Martes, 2 de julio de 2024. 05:30
- Actualizado: Miércoles, 3 de julio de 2024. 14:48
- Tiempo de lectura: 3 minutos
En los últimos días se produjo una negativa de José Luis Rodríguez Zapatero a un posible debate público sobre la izquierda y el PSOE con Felipe González. El motivo que se adujo fue no querer “polemizar con un compañero”. Como si confrontar ideas fuera algo negativo o controvertido.
Todo esto coincide en el tiempo con una conversación con mis sobrinas, de 11 y 12 años. Ambas con una inteligencia y curiosidad sobresalientes, me contaban que en el colegio e instituto (ambos públicos) no se permite hablar de política ni de ningún conflicto internacional. Si se hace, se arriesgan a recibir un parte por parte de los profesores o la dirección del centro. Mi sorpresa fue mayúscula y al preguntar la razón, me contestaron que los docentes quieren evitar conflictos y problemas emocionales. Ellas lo sienten como una barrera a su necesidad de saber o preguntar.
Ambos hechos transmiten mucho respecto a nuestra sociedad actual y explican cuestiones como, por ejemplo, la polarización y la falta de pensamiento crítico. Si se carece de las herramientas para entender al que no piense como tú y solo se escucha al que opina igual, la visión de nuestro mundo estará sesgada y, probablemente, equivocada. No solo eso, sino que reconocer la confrontación de ideas y el debate como algo a evitar, desemboca en una carencia de herramientas que aseguran la incapacidad de gestionar la frustración, que seguro experimentaremos todos en algún momento de nuestras vidas.
Llevado esto al ámbito empresarial, enlaza con una cuestión que veo cada vez más a menudo en mi trabajo con organizaciones de todo el mundo: la carencia de herramientas de gestión interpersonal y la falta de habilidad para identificar riesgos.
Si se carece de herramientas para entender al que no piensa como tú y solo se escucha al que opina igual, la visión del mundo estará sesgada
En un escenario cada vez más complejo y volátil, las organizaciones necesitan ser capaces de reconocer y superar posibles eventos negativos que afecten su posible supervivencia. Eso que se acostumbra a llamar resiliencia, pero que prefiero denominar capacidad de reacción y adaptación.
Las organizaciones no son sino las personas que las forman. Y, por ello, la falta de lo que se ha venido a llamar soft skills (habilidades como el pensamiento crítico, la flexibilidad, la proactividad, la comunicación, el trabajo en equipo) es una cuestión de gran relevancia y que marca el futuro de muchas empresas.
La innovación es una solución para ser resiliente. Sin embargo, muchos proyectos de startups o muchos productos innovadores fallan porque la identificación de las necesidades y los problemas de los potenciales usuarios no es la adecuada. Y esto se debe en multitud de ocasiones por la incapacidad de ponerse en la piel de alguien diferente a ti. O incluso de entender que algo que a ti te parece maravilloso, no se lo parezca a nadie más.
Además, la falta de habilidad para confrontar ideas o adaptarse se manifiesta no solo en situaciones de crisis, sino cuando un colaborador, un inversor o un posible cliente señala las carencias de esa concepción estratégica. Que pueden estar equivocados, pero ahí está la clave, no solo de defender tus ideas, sino de admitir puntos favorables en el contrario.
Las organizaciones necesitan ser capaces de reconocer y superar posibles eventos negativos que afecten su posible supervivencia
Recuerdo que durante mi paso anecdótico por la política activa, siempre se reseñó como algo raro que persiguiera alcanzar acuerdos con todos los grupos políticos para aprobar leyes y propuestas. No siempre era posible, obviamente, pero muchos vecinos de bancada lo consideraban innecesario, ya que se podía aplicar el rodillo y la ventaja en escaños. Mi creencia es que discutir con posiciones alejadas a la tuya y conseguir llegar a un punto común siempre va a resultar en conclusiones más ricas y representativas de la sociedad.
Más allá de la cultura de liderazgo o de la mentalidad de una organización, nos deberíamos preguntar si estas habilidades son transferibles para la vida profesional y el perfil emprendedor.
En mi opinión, no hay ninguna duda. Aquellos líderes y organizaciones más capaces de adaptarse y más flexibles son los más preparados para sobrevivir y generar ventajas respecto a la competencia. Al igual que en el resto de aspectos de la vida.
Este fenómeno de evitar el conflicto y la confrontación con la excusa de la polémica y las repercusiones emocionales no consiguen más que infantilizar a la sociedad, a la que se le limita la capacidad de gestionar de forma inteligente la frustración y los fenómenos adversos. Es una suerte de discapacidad emocional que no beneficia, sino que está más cercano a la técnica del avestruz ¿Dónde ponemos el límite para preservar el bienestar emocional, pero dotar herramientas de gestión vital?