El PIB es un instrumento esencial, pero insuficiente, para medir el bienestar, individual y colectivo. En los últimos años, han aparecido diferentes sistemas de indicadores que intentan aproximar conceptos más amplios del bienestar, algunos elaborados por organismos oficiales como Eurostat (Índice de Progreso Social) o por entidades reputadas como la Universidad de Oxford (World Happiness Report). Algunos de estos indicadores parten de una base objetiva, usando fuentes estadísticas, mientras que otros se basan en percepciones subjetivas extraídas de encuestas. Ninguno de los sistemas diseñados para evaluar aspectos más amplios del bienestar de las personas puede considerarse sustitutivo del PIB, pero sí complementario.

El bienestar es una realidad multidimensional en la que influyen diferentes variables, cada una con una medida específica. El PIB incluye algunos de estos componentes, pero deja fuera otros. No se le puede pedir que sirva para valorar dimensiones para las que no ha sido diseñado, del mismo modo que un termómetro nos sirve para medir la temperatura, pero si lo que nos interesa es la presión atmosférica, el instrumento adecuado es el barómetro. Y si queremos tener una idea de conjunto de diferentes fenómenos naturales, lo mejor es combinar un conjunto de instrumentos especializados en una estación meteorológica, por ejemplo.

El bienestar es una realidad multidimensional en la que influyen diferentes variables, cada una con una medida específica

Los Indicadores de Progreso y Bienestar, elaborados por la Cambra de Comerç de Barcelona, agrupan diferentes instrumentos representativos de la realidad económica y social de forma secuencial, partiendo del concepto de PIB, e introduciendo sucesivamente variables adicionales que amplían las dimensiones del bienestar a tener en cuenta. La lectura de estos indicadores amplía el campo de visión y ayuda a focalizar las políticas públicas en los factores más críticos que determinan la prosperidad, pero también la equidad y la sostenibilidad del crecimiento. Las economías catalana y española han sorprendido los últimos años registrando tasas de crecimiento del PIB que duplican y triplican las de los principales países europeos. Y si tomamos cierta perspectiva histórica –por ejemplo, desde principios de siglo– observamos que Catalunya muestra una tendencia clara a crecer a largo plazo a una tasa superior a la media europea occidental. En cambio, el PIB per cápita, que puede considerarse un indicador más preciso del bienestar personal, crece tendencialmente por debajo de la media europea, de manera que la brecha que nos separa de los principales países europeos por este concepto se ha ampliado considerablemente en los últimos años. Las razones de este desfase son el débil crecimiento de la productividad y la reducción del número de personas activas en la población total, como consecuencia del envejecimiento de la población catalana.

Una medida más refinada del bienestar que el PIB per cápita es la Renta Familiar Disponible (RFD), también por habitante, que se obtiene a partir del indicador anterior restando los impuestos y cotizaciones que pagan las personas y sumando las prestaciones monetarias que reciben del sector público, como las pensiones. Puede parecer sorprendente que el valor de este indicador, calculado a precios constantes, se haya estancado virtualmente a lo largo de los últimos 25 años, lo cual nos indica que el grado de prosperidad aparentemente asociado con el crecimiento del PIB no se ha trasladado en la misma medida a la población. Además, la distancia con el núcleo europeo por este concepto se amplía. Hay varias razones que lo explican. Uno de los factores sería el aumento de la presión fiscal, no suficientemente compensado por un aumento proporcional de las prestaciones monetarias a los hogares por parte de las administraciones públicas. Por ejemplo, el hecho de no deflactar las tarifas del IRPF con la inflación es una manera encubierta pero muy efectiva de elevar la presión fiscal.

El grado de prosperidad aparentemente asociado con el crecimiento del PIB no se ha trasladado en la misma medida a la población

Por otro lado, cuando a la RFD se le suma el valor de las prestaciones públicas en especie que benefician a los hogares (esencialmente sanidad, educación y protección social), el nivel de bienestar aumenta moderadamente, pero la RFD así ajustada continúa evolucionando por debajo del PIB per cápita. Y cuando se tiene en cuenta el aumento del gasto en vivienda como proporción de la renta familiar durante el período considerado, la parte que resta disponible para consumir y ahorrar se reduce aún más. Como consecuencia del estancamiento de la renta disponible, el consumo privado per cápita, medido a precios constantes, tampoco ha crecido en términos reales desde principios de siglo.

Hasta aquí las dimensiones asociadas con el bienestar económico individual en sentido amplio. Pero también hay una dimensión social y colectiva a tener en cuenta. Comenzando por la equidad, la mediana de la RFD es un mejor indicador del bienestar real de las personas que la media. Esto es así porque la mediana es aquel valor que está situado justo en medio de la distribución. Por tanto, es una medida más representativa del nivel de bienestar de la mayoría de individuos en una población. Por ejemplo, en una sociedad muy polarizada con unos pocos individuos muy ricos la media sería superior a la mediana, pero menos representativa de la realidad. En el caso catalán lo que encontramos es que la mediana de la RFD es significativamente inferior a la media, aunque la distancia entre mediana y media se ha reducido durante el último cuarto de siglo. Este acortamiento de la distancia entre las dos medidas de la RFD es compatible con una reducción de la polarización entre segmentos de renta y, por tanto, con una menor desigualdad en el conjunto de la población –en línea con lo que resulta del indicador de Gini aplicado a Catalunya, que mide específicamente la desigualdad. Esta reducción de la desigualdad está asociada directamente con el aumento de la tasa de ocupación a partir de la reactivación económica iniciada a finales de 2013.

Importa la calidad del crecimiento, en sentido amplio, y no solo la cantidad en términos de PIB

Hay que preguntarse también sobre la sostenibilidad de los niveles de bienestar alcanzados. Una forma de hacerlo es cuantificando el coste que representan las emisiones de gases de efecto invernadero y descontando este coste de la RFD ajustada en las etapas anteriores. La parte negativa es que el coste de estas emisiones reduce la RFD ajustada por la (falta de) sostenibilidad. Mientras que la parte positiva es que Catalunya, como el conjunto de Europa, ha reducido significativamente el volumen de emisiones durante los últimos años, aunque aún queda mucho por hacer. Finalmente, hay que tener en cuenta el impacto de la salud en el bienestar, individual y colectivo. Una forma de medirlo es mediante el avance en la esperanza de vida, cuantificada en términos monetarios a partir del incremento potencial de los ingresos a lo largo del ciclo vital. En este sentido, Catalunya se sitúa por encima de la media europea, gracias a un aumento continuado en la esperanza de vida, gracias a los avances médicos y un sector sanitario de primera línea, así como una cultura que favorece la alimentación y la vida saludables.

En conjunto, Catalunya avanza claramente en determinados aspectos críticos para el bienestar, pero mejora demasiado lentamente o se estanca en otros. Sin duda, debemos congratularnos por el dinamismo de la actividad y la ocupación que caracterizan la economía catalana estos últimos años, pero también hay que elevar la mirada para ver que más allá del PIB hay otros factores fundamentales a tener en consideración y que reclaman de las políticas públicas una atención especial. Importa la calidad del crecimiento, en sentido amplio, y no solo la cantidad en términos de PIB.