Regularmente, al calor de las distintas agendas políticas, el acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur vuelve a emerger del (¿dulce?) sueño en el que duerme desde el 28 de junio de 2019. En esta fecha, tras casi 20 años de negociaciones, el Mercosur y la UE alcanzaron un “principio de acuerdo” para cerrar un tratado comercial de gran alcance, mientras que, un año más tarde acordaron los pilares de diálogo político y cooperación.

Hoy, en el mes de diciembre del 2024, el acuerdo sigue sin ser ratificado y mi pronostico es que nunca lo va a estar.

Esto se debe no solo a los agricultores franceses, y a la debilidad del presidente Macron. En contra se han manifestado tanto ya el gobierno polaco (que compara la “invasión” previsible de productos del Mercosur con la que ya hoy sufren desde Ucrania), como el ministro de agricultura italiano (aunque el gobierno no se ha pronunciado), el parlamento neerlandés y representantes de los ecologistas y los consumidores.

En junio de 2019, tras casi 20 años de negociaciones, el Mercosur y la UE alcanzaron un principio de acuerdo que hoy sigue sin ser ratificado

Unos temen la competencia de la carne de vacuno argentina o del azúcar y las naranjas brasileñas, otros anuncian más deforestación, una vez que entre otros estos países se hayan opuesto a la Ley europea contra la deforestación y hayan conseguido, por lo pronto, un retraso de un año en su aplicación. Todas temen que por esta puerta van a entrar productos que no cumplen la reglamentación sanitaria y fitosanitaria a la que están sometidos los productores, y disfrutan los consumidores, europeos. Ninguno confía en la voluntad y la capacidad administrativa de estos países para cumplir incluso las (modestas) obligaciones a las que se han comprometidos en estos acuerdos.

Si el obstáculo fuera únicamente político y de opinión pública, no estaría yo tan afirmativo en mi pesimismo con respecto a la ratificación del acuerdo. Pero es que nos hemos topado con un obstáculo jurídico para el cual no hay antecedentes.

Un obstáculo jurídico sin precedente

Este acuerdo es global. Además de los aspectos comerciales clásicos en este tipo de negociación (eliminación de los derechos de aduanas, cuotas de importación con aranceles reducidos, …), incorpora clausulas relativas a la seguridad alimentaria, la salud animal y vegetal, la protección del medio ambiente y las condiciones laborales. Algunos de estos temas son de competencia exclusiva europea pero otros son competencia de los Estados miembros, o competencias llamadas “compartidas” (entre la Unión y los Estados miembros).

Esto tiene su importancia decisiva porque un acuerdo “global” como este está sometido a una doble ratificación. Debe ser ratificado por las instituciones europeas por los temas de competencia común, por mayoría cualificada es decir sin unanimidad obligatoria. Pero también debe ser refrendado por todos y cada uno de los parlamentos nacionales por los restantes temas, debiendo esta última fase hacerse por unanimidad.

En el contexto político actual, esto es imposible.

Algunos temas son de competencia exclusiva europea pero otros son competencia de los Estados miembros o compartidas

La única manera de avanzar que tienen los partidarios del acuerdo es dividir el acuerdo inicial en dos, separando la parte de competencia exclusiva europea (principalmente los temas comerciales) del resto e intentar someterla al refrendo por parte del Parlamento Europeo y del Consejo.

El procedimiento para conseguirlo sería presentar la aprobación de la parte comercial como un “acuerdo provisional”, que se podría implementar “provisionalmente”… a la espera de que se ratifique el acuerdo completo en su totalidad. Incluso así, el camino no está exento de obstáculos.

El primero es conceptual. Al ser un acuerdo “global”, incorporaba una serie de consideraciones que tenían vocación de limitar (o incluso corregir) las consecuencias potencialmente negativas de un acuerdo potencialmente comercial. Estas otras consideraciones se han presentado como una de las garantías para que la parte comercial pueda ser aceptable y aceptada.

El segundo es que no hay precedente de semejante maniobra institucional. Parece poco creíble que, tras una entrada en función más que problemática de la nueva Comisión Von der Leyen, Europa se permita el lujo de una crisis institucional enfrentándose como mínimo a un Estado miembro fundador como Francia y al más importante Estado miembro del este europeo.

¿Un acuerdo positivo?

Mi opinión es que un acuerdo entre Europa y Mercosur podría ser un acuerdo globalmente positivo para las dos economías, y lo que es más importante, para ambas poblaciones.

Pero las cosas hay que hacerlas bien.

Un acuerdo comercial ha de construirse sobre la base de una confianza mutua entre las partes. Ya hemos señalado las grandes diferencias entre las exigencias medioambientales y sanitarias y las serias (y fundadas) dudas  sobre la capacidad administrativa (en Brasil, por ejemplo) y la voluntad política (en Argentina, por ejemplo) de las administraciones de estos países para hacerlas respetar y vigilar su cumplimiento.

Un acuerdo entre Europa y Mercosur podría ser globalmente positivo para las dos economías y poblaciones, pero he de confesar que no me invade el optimismo

Por otro lado, un acuerdo comercial, aunque su impacto sea globalmente positivo, tiene siempre sectores más beneficiados y otros más perjudicados. Lo lógico es entonces que una parte de esta ganancia de bienestar global se canalice hacia los sectores con mayor dificultad para facilitar su adaptación a la nueva situación, como pide entre otros la Unión de Pequeños Agricultores.

La pregunta es entonces si la Unión Europea va a tener los medios de su política o tendrá que tener (una vez más) la política de sus medios.

En el actual contexto político en distintos Estados miembros; con el auge del nacionalismo, de la derecha extrema y la extrema derecha y de los sentimientos antieuropeos; con los equilibrios actuales en el Parlamento Europeo; con el escaso cariño de políticos nacionales a los temas europeos considerándolos como un pretexto para sus batallas nacionales… he de confesar que no me invade el optimismo.