El retorno de la sede social de Cementos Molins, una de las grandes empresas familiares catalanas, es una muy buena noticia para Catalunya. Pero no por una supuesta vuelta a la normalidad institucional y empresarial o por una estabilidad política que, si bien se perciben en el discurso calmado y centrista de Salvador Illa, se aguantan sobre un Govern socialista en minoría.

La decisión de la familia Molins es importante porque es la primera gran empresa que da el paso y abre el camino a que otros sigan los mismos pasos. Y lo harán. En el mundo empresarial hay cierto runrún de que ya se da la situación para volver, de que la estabilidad institucional actual genera el clima que querían, y se espera un goteo en los próximos meses y años. "Irán cayendo", explican fuentes empresariales.

El Govern se está moviendo para conseguirlo, tanto de forma pública, cuando Illa proclama, siempre que puede, "estabilidad política y seguridad jurídica", como de forma privada. El conseller de Empresa i Treball, Miquel Sàmper, y el secretario de Empresa y Competitividad, Jaume Baró, son los que, con mayor o menor discreción, lo están moviendo en los círculos empresariales. También Foment del Treball sigue haciendo gestiones por su parte. Su presidente, Josep Sánchez Llibre, cogió esta bandera y la sigue blandiendo y defendiendo, pero también defiende que hace falta ir más allá y mejorar la fiscalidad.

Ni las empresas –entendidas como los centros de decisión y producción– han huido de Catalunya, ni la inseguridad jurídica ha alejado a los inversores

Pero no podemos olvidar lo que ha pasado los últimos siete años en Catalunya con respecto al ámbito empresarial. Simplificando, ni las empresas –entendidas como los centros de decisión y de producción– han huido del país, ni la inseguridad jurídica ha alejado a los inversores. Seguro que hay proyectos que se podrían haber hecho y no se han hecho, como en todas partes, pero han jugado un papel más disuasivo la burocracia y la fiscalidad que el procés. Y la alta fiscalidad es en buena parte consecuencia del estrangulamiento que sufre Catalunya por parte del Gobierno con respecto a la financiación. En el caso de la burocracia, no podemos buscar culpables fuera, somos nuestro peor enemigo. Catalunya mantiene su peso en la economía española y, si bien es cierto que Madrid ha ganado peso, lo ha hecho gracias al dumping fiscal, que puede ejercer porque se puede permitir el lujo de renunciar a ingresos porque el Estado invierte abundantemente.

Pese a todo, el relato fue por un lado y la realidad, por otro. Se habló mucho de las grandes empresas que se marcharon, pero quedaron en un segundo plano las que no se movieron, y no les ha ido nada mal. Por ejemplo, Almirall, que la semana pasada celebró su 80 aniversario. Farmacéutica, multinacional y cotizada, tenía todos los números para sufrir un ataque de pánico en octubre de 2017 ante las proclamas apocalípticas de algunos, pero se quedó. No ha sufrido ninguna consecuencia negativa.

No es un caso aislado. Mirando al Ibex, hay otras empresas catalanas que se quedaron y han crecido. Grifols es el más importante, y aunque ha sufrido turbulencias este año por cuestiones de gobernanza y contables, factura ahora 1.000 millones más que en 2017. Fluidra cotizaba, pero no estaba en el Ibex, y el hecho de que haya entrado (en 2021) evidencia que el líder mundial de piscinas y wellness sigue un camino ascendente. Puig ni cotizaba. Y no continúo porque la lista es inacabable.

Se espera un goteo de empresas volviendo a Catalunya. El Govern trabaja en público y en privado y Foment sigue haciendo gestiones para facilitarlo

Hace un año y medio, en la reunión anual del Cercle d'Economia, dos directivos extranjeros que habían abierto oficina en Barcelona los últimos años me explicaban que estaban encantados de estar en la ciudad, que todo el mundo quería venir a trabajar, que se vivía muy bien, que encontraban un clima emprendedor muy enriquecedor y, sobre todo, que les daba igual la política, que no era importante para hacer negocios.

Visto con perspectiva, sacar la sede de Catalunya fue una mezcla de sobrereacción, protección y acción comercial. En empresas con un volumen de ventas importantes en España, anunciar el traslado de Barcelona a Madrid o a cualquier capital de provincia las protegía. Y quedarse implicaba el riesgo, incluso, de ser señalada y estigmatizada. Los bancos catalanes sufrieron la fuga de miles de millones, pero ni detuvieron totalmente la sangría con el traslado ni la pérdida de clientes se notó de forma significativa en sus cuentas de resultados.

Ahora, algunas empresas volverán y otras no. Hace años que se dice que mientras haya un presidente independentista no volverán porque nunca se sabe. Ahora puede parecer el momento, pero el independentismo sigue representando casi la mitad del Parlament, y unas futuras elecciones pueden hacer cambiar de nuevo las mayorías. Entonces, las que han vuelto, ¿se marcharán de nuevo? Es tan obvio que no tiene sentido como el hecho de que la mejor estabilidad que pueden encontrar en Catalunya es la cultura emprendedora, el talento, un ecosistema de innovación y, también, calidad de vida. Si añadimos agilidad administrativa y alicientes fiscales para la creación de riqueza, vendrán muchas más empresas de las que se marcharán.