Hace unos días se clausuró en Cali, Colombia, la COP 16, la Cumbre de Biodiversidad de Naciones Unidas. La clausura se hizo en medio del más estrepitoso fracaso al ser incapaces los delegados de 190 países, tras dos semanas de negociación, de llegar a un acuerdo sobre cómo establecer un plan financiero que sustente una estrategia mundial para reducir la actual tasa de extinción de especies, que está en modo imparable, pues sólo en vertebrados supera ya en 35 veces la del último millón de años. La cumbre de Cali ha coincidido casi con la COP 29 de Bakú (Azerbaiyan), centrada en el clima y en lo que supone el enésimo intento de encontrar financiación pública para combatir el calentamiento global.

La biodiversidad y el clima, forman, como se sabe, los dos focos esenciales de actuación para la preservación de nuestro espacio natural. Ambas cumbres visualizan la imposibilidad casi crónica de los estados por alcanzar mínimos consensos sobre quién y cómo debe pagar el deterioro ambiental y evidencian cada vez más cómo el mundo empresarial y financiero, el sector privado, es pieza clave para generar los recursos necesarios para abordar esa tarea ingente de preservación de la naturaleza. La propia ONU ha reconocido expresamente que sin el apoyo de la iniciativa privada no hay manera de hacer nada eficiente contra la degradación de nuestro entorno. Y aunque no se señale explícitamente, ha quedado bien claro que la intervención e implicación de las empresas y los bancos en cuestiones conservacionistas está directamente ligada a la generación de negocio, a la monetización de ambos conceptos, el clima y la biodiversidad.

El sector privado es clave para generar los recursos necesarios para abordar esa tarea ingente de preservación de la naturaleza

Es evidente que en el tema del clima la intervención de empresas y bancos ha sido bastante eficiente, pues la expectativa de negocio ha quedado bien patente desde el primer momento. El desarrollo de energías renovables, los nuevos combustibles, el impulso del hidrógeno verde y toda la tecnología que se está generando para incrementar la descarbonización son, entre otros muchos, ejemplos bien visibles de que la implicación en todo lo que supone el cambio climático es buen negocio para la inversión privada. El cambio climático está bastante monetarizado por empresas y bancos y las perspectivas de generación de recursos desde el sector privado son razonablemente optimistas.

Sin embargo, en el tema de la biodiversidad las cosas no son tan fáciles. Unir dinero y diversidad biológica es muy complicado pues la rentabilidad no está nada clara. El mundo empresarial aborda el tema de la biodiversidad desde una óptica bastante derrotista, por decirlo de una manera directa. No hay mucho negocio por ahora en la biodiversidad y el asunto se aborda desde una perspectiva pasiva de coste, contribución, ayuda, pago por uso y similares. Ya en 2014 se puso en marcha el conocido como Protocolo de Nagoya, que pretendía impulsar el reparto justo y equitativo de los beneficios derivados de la utilización de los recursos genéticos proporcionado por la propia naturaleza. Diez años después apenas son visibles los resultados prácticos de ese compromiso.

En Cali también se acordó otro Protocolo similar por el que se pretende establecer un fondo financiado por una especie de impuesto global sobre los productos generados a partir de información genética de la naturaleza, conocido como Digital Sequence Information (DSI). Empresas con ingresos superiores a los 50 millones de dólares  o ganancias de más de 5 millones anuales deberían destinar una fracción de sus beneficios a este fondo, cuya mitad sería distribuida a comunidades indígenas y países en desarrollo. Otro protocolo con destino a la papelera, me temo, al no constar compromiso alguno de los grandes, estados y empresas.

No hay visión de negocio en la biodiversidad y sí mucha visión social por parte de las empresas, como ese invento de la agrivoltaica que pretende el aprovechamiento agrícola y ganadero de los terrenos ocupados por las grandes plantas fotovoltaicas o los parques de aerogeneradores y que por ahora sólo ha logrado vistosas fotos de ovejas bajo los paneles solares. No hay que olvidar que para generar un megawatio en fotovoltaica se necesitan dos hectáreas de terreno y en el caso de los aerogeneradores se llega hasta las 24 hectáreas.

Unir dinero y diversidad biológica es muy complicado pues la rentabilidad no está nada clara

Me parece que la única esperanza de monetizar la biodiversidad está en el sector financiero, y buena parte de los grandes bancos mundiales lo entienden así. Por primera vez entidades como JP Morgan, UBS, Standard Chartered, Citibank, Bank of America, HSBC Holding o Deutsche Bank han enviado representantes a la cumbre de Cali para conocer más de cerca el tema y ver cómo impulsar esa monetización. Un portavoz de JP Morgan aseguró que su presencia pretendía “estudiar qué se puede hacer para desarrollar nuevos productos y mejorar los existentes y comprobar si tienen sentido y hay demanda entre los clientes”.

Los bancos necesitan productos financieros basados en la biodiversidad. Actualmente hay muy pocos; entre ellos los conocidos como canjes de deuda por naturaleza que permiten a los gobiernos refinanciar deuda y destinar los ahorros a la conservación de la naturaleza. Hasta hace tres años eran productos financieros destinados a las instituciones públicas y ahora, a través de Credit Suisse, son aptos para inversores particulares. Su volumen de negocio es todavía reducido, apenas 1.600 millones de dólares anuales, pero hay buenas perspectivas de crecimiento. Morningstar predice un escenario posible de 4.000 millones de dólares de negocio para estos productos en el corto plazo. Se buscan desesperadamente nuevos productos financieros ligados a la biodiversidad. Hay iniciativas para crear créditos similares a los créditos de carbono, de modo que los compradores de estos productos financieros podrían abordar su huella de biodiversidad invirtiendo en proyectos de conservación.

 En fin, es evidente que no le falta creatividad al mundo financiero para diseñar modelos de monetización de la biodiversidad. Las empresas lo harán el algún momento, estoy seguro. No queda otra. Cumbre tras cumbre no conseguimos sino constatar la ineptitud de los gobiernos para alcanzar acuerdos financieros que permitan controlar el cambio climático y desacelerar la pérdida de biodiversidad. Por ahora las esperanzas de generar recursos están en el sector privado; mientras haya beneficio, por supuesto. Sólo hay que buscarlo.