Los seres humanos somos animales de costumbres, nos adaptamos a nuestro entorno y establecemos rutinas que repetimos una vez y otra, a veces incluso arrastrados por la misma inercia. No necesitamos verdaderas convicciones o firmes argumentos del porqué, sencillamente nos adaptamos, por el simple hecho de que todo el mundo lo hace. En Navidad toca ser feliz, toca olvidar rencores y entablarnos horas y horas con la familia, sonreír aquel cuñado o esa suegra que no aguantamos y edulcorarlo todo de turrones, cava, bolas y guirnaldas… Por Sant Jordi, aunque sea por un solo día, nos reivindicamos verdaderos enamorados de la lectura, y nos regalamos novelas, cuentos, ensayos y poesía que sí, que esta vez de verdad leeremos, aunque muy a menudo no pasemos de las diez o veinte primeras páginas. Y por Todos Los Santos, triste e hipócrita realidad, homenajeamos a quien nos falta, aunque tenemos 365 días para recordar los momentos vividos y la ausencia querida. Pero somos así, vivimos de cara a la galería y nos hemos abonado a ello estúpidamente.

Y este final de año, nuevamente, hemos repetido. Una inmensa mayoría de nosotros hemos despedido en el 2024 con los doce granos de uva, la copa de cava y un más o menos extenso repertorio de deseos y buenas intenciones. Aprender inglés, ir al gimnasio, perder algunos kilos, comer mejor, dejar de fumar, cambiar de trabajo… Los mismos viejos conocidos que siempre están en la lista y que nos empeñamos en mantener.

Empezar el nuevo año con una mochila de retos personales en la espalda puede convertirse en una fuente de motivación y un buen motor de cambio

Cabe decir que hace cierta gracia, eso de empezar el nuevo año con una mochila de retos personales en la espalda. Es evidente que para algunas personas esta pila de propósitos puede convertirse en una fuente de motivación y un buen motor de cambio. Pero si hacemos un ejercicio de sinceridad, para una gran mayoría de nosotros este listado en el mejor de los casos quedará olvidado en el fondo de algún cajón o, incluso, nos acosará en forma de culpa durante meses. Ciertamente, somos manifiestamente reincidentes, en esto de dispararnos un tiro en el pie. Coleccionamos inalcanzables y frustraciones, y no nos cansamos.

Pero demasiado a menudo, y cada vez más, somos especialistas en destrozarlo todo. Nos gusta poner el dedo en la llaga y crear polémica de todo y por todo, aunque aquello que señalamos con el dedo sea a 200 km de distancia y no tenga ninguna culpa de nada.

Con la entrada del año nuevo regresan las clásicas tradiciones de los primeros días. Y, por desgracia, todo apunta que una de ellas avanza posiciones para convertirse en una costumbre tóxica de insultos xenófobos. Se trata justamente de la noticia de los primeros bebés nacidos en Cataluña.

Guste más, guste menos, dos de cada tres bebés que nacen hoy en Cataluña son de madres extranjeras, y si hemos crecido como país ha sido gracias a la inmigración

La red X, muy especialmente, se ha hinchado como nunca de una avalancha de comentarios incendiarios y racistas por el nombre de los primeros bebés y por la procedencia de sus padres, en la mayoría de los casos de origen extranjero. Y venga, otra vez. Un anuncio que tendría que vivirse por todos con cierta ternura y dulzura, ha rebrotado nuevamente la teoría conspirativa del reemplazo.

Podemos enfadarnos, indignarnos, tirarnos del pelo y gritar hasta quedarnos sin voz, pero la realidad es la que es. La tasa de fecundidad de la Cataluña de los ocho millones de habitantes se encuentra hoy en estado terminal. Según el último informe del Instituto de Estadística de Cataluña, el IDESCAT, las mujeres con nacionalidad española residentes en nuestro país tienen 1,06 hijos de media, en oposición a los 1,32 hijos de las mujeres de origen foráneo. Dicho esto, guste más, guste menos, dos de cada tres bebés que nacen hoy en Cataluña son de madres extranjeras, y si hemos crecido como país ha sido gracias a la inmigración.

El peso creciente del desarrollo personal y profesional deja en un segundo término el propósito de crear una familia

Y no, no se trata ahora de buscar culpables o razones para justificar el porqué sí o el porqué no, de tener hijos. Todo el mundo es libre de elegir como vivir y la maternidad es una de ellas. No negaré, porque hacerlo sería faltar a la verdad, que determinados factores económicos y sociales, como la inseguridad laboral, el coste de la vida y las desigualdades de género en términos de conciliación, condicionan con más o menos medida esta decisión de tener hijos. Pero también es irrefutable que como sociedad, y lo vemos de forma clara en nuestros jóvenes, hemos cambiado y mucho nuestras prioridades vitales. Tenemos, por un lado, el retraso de la edad de maternidad, que adelgaza el tiempo biológico de la mujer para ser madre. Y tenemos, por otro, este peso creciente del desarrollo personal y profesional, que deja en un segundo término el propósito de crear una familia. De hecho, y debo confesar que en eso les envidio, las generaciones actuales se preocupan cada vez más por su felicidad y por su estabilidad emocional y económica, que a menudo les conduce a la idea de que se vive mejor sin hijos. Disfrutan el presente y miran la vida desde el aquí y el ahora, porque en el fondo eso es lo único real y palpable. El pasado ya no está y el futuro es imprevisible.

Cataluña, al igual que otras regiones de Europa, ha experimentado en las últimas décadas una caída sostenida de la natalidad y, al mismo tiempo, un significativo ascenso de la esperanza de vida. Esta combinación de hechos ha llevado a un envejecimiento progresivo de la población autóctona, una tendencia que pone presión sobre el sistema de pensiones, la sanidad y otros servicios públicos.

Y en este contexto, que todos conocemos, bienvenida sea Nayeli, Derek, Saül, Erola, Leo, Siena o Samuel. Porque todas estas criaturas, se llamen como se llamen y tengan los padres que tengan, son nuestro presente y nuestro futuro.

La transformación demográfica requiere adaptación y políticas públicas sólidas que fomenten la integración, protejan la lengua y la cultura catalanas, y garanticen la sostenibilidad económica y social a largo plazo

La transformación demográfica en Cataluña, que se produce aquí y en todas partes, no solo es un desafío, sino también una ocasión para construir una sociedad más plural, solidaria y resiliente. Y eso requiere adaptación y políticas públicas sólidas que fomenten la integración, protejan la lengua y la cultura catalanas, y garanticen la sostenibilidad económica y social a largo plazo.

Abramos la mente y transformemos los problemas en oportunidades. El odio y la deshumanización no pueden formar parte de la Cataluña de hoy ni la del mañana.