En el primero de los artículos de esta serie afirmaba que necesitamos tomar consciencia de las nuevas realidades que estamos empezando a vivir y, consecuentemente, modificar nuestras formas de pensar y actuar. En este proceso incluyo evidentemente las relaciones entre formación y aprendizaje.

Estamos en septiembre y en las primeras fases de un nuevo curso escolar. El curso 2024-2025 es el primero en el que se produce la entrada en vigor de la normativa sobre la aplicación del sistema dual en la Formación Profesional en el conjunto del Estado. Aunque queda un largo recorrido para analizar y valorar los resultados que se obtengan en este proceso, las experiencias desarrolladas hasta este momento y, particularmente, las promovidas por la Fundación Bertelsmann no pueden sino estimarse como muy positivas.

Sin embargo, lo que os propongo ahora son unas reflexiones más globales que no deben de estar únicamente centradas en los procesos formativos básicos y obligatorios sino que respondan a los cambios de paradigma que ya estamos viviendo en el mundo del trabajo. Reflexiones que parten del criterio de que hoy es vital que las empresas y organizaciones tomen más conciencia de la necesidad de invertir y dedicar más recursos en la formación y en el aprendizaje de sus profesionales y que las instituciones educativas en general (y las de nivel superior en particular) empiecen a tomar consciencia de que el mayor mercado al que tendrán que atender en el futuro será el de la formación y aprendizaje permanentes. En otras palabras, ofrecer respuestas a las personas que, iniciada su trayectoria profesional, requieren de nuevas habilidades para adaptarse a los cambios del mercado de trabajo.

Las instituciones educativas deben ser conscientes de que el mayor mercado al que tendrán que atender en el futuro será la formación y aprendizaje permanentes

Y ello supone modificar muchos de los paradigmas que hemos asumido como certezas hasta hoy, empezando por la necesidad de modificar el perfil de los profesionales que se dedican a las actividades formativas. En el futuro una de las actividades fundamentales de los profesores será la mentoría con el objeto de que puedan convertirse en asesores capaces de ofrecer a los individuos los contenidos de aprendizaje y las habilidades y competencias que precisen adquirir, modificar y consolidar a lo largo de su trayectoria laboral.

Por ello el rol de empresas y organizaciones va a ser cada vez más relevante para definir el marco en el que las instituciones académicas deben actuar. Unos planteamientos sobre los que no cabe discusión posible y que además están alineados, como exponía en el primero de los artículos de esta serie, con los formulados por Michelle Weise (una de las grandes expertas mundiales en aprendizaje) en el marco del Foro de Innovación Educativa EnlightED 2023 organizado por la Fundación Telefónica.

Siguiendo los argumentos también formulados en ese momento necesitamos afrontar los nuevos paradigmas, modificar las actitudes y comportamientos que son claramente obsoletos, y superar las resistencias al cambio de quienes se resistan a entender y aceptar que el momento de la colaboración entre ambos sectores va más allá del cumplimiento de una nueva normativa, de las campañas de marketing, o de posiciones más o menos voluntaristas. Las organizaciones tienen la responsabilidad de identificar y plantear sus necesidades, proponiendo los conocimientos, habilidades y competencias de las que deben de dotarse los y las profesionales que necesitan, mientras que las segundas han de atender estas demandas. Y no me estoy refiriendo exclusivamente al ámbito de la formación profesional.

Una colaboración que va a exigir un mayor compromiso de los entornos educativos en la atención a las necesidades del mercado de trabajo. Unas necesidades que condicionarán la demanda de las organizaciones y la de las personas con el objetivo de crear entornos dirigidos a prestarles apoyo para adaptarse en las mejores condiciones posibles a la transformación acelerada que estamos viviendo hoy y que, sin lugar a duda, seguirá en los próximos años.

Es necesario que empecemos a replantear los modelos organizativos y de gestión para transformar a las organizaciones en las aulas del futuro

Este tránsito supone asumir y dar respuesta a los retos que plantea una situación en la que las personas tienen la obligación de adaptar sus competencias y habilidades en diferentes momentos de su trayectoria y que además intercalarán periodos laborales con otros de carácter formativo. Y ahí, al margen de que socialmente desarrollemos estructuras sociales y financieras que lo faciliten, el rol de las empresas y organizaciones resulta clave. Un rol que, además, adquiere mayor valor si tomamos en cuenta la batalla por la atracción y la retención del talento.

Recordemos que tradicionalmente las organizaciones tendían a cubrir sus nuevas necesidades con talento del exterior, abandonando el desarrollo interno. En este nuevo entorno (que coincide con fenómenos nuevos como los que se han definido como “la gran evasión”) las organizaciones estarán obligadas a formar y desarrollar a las personas que ya están en su seno, evitando su “huida” pero al mismo tiempo facilitándoles la adquisición de nuevas habilidades y competencias.

Este proceso exige un gran esfuerzo. Imaginemos un profesional que desea crecer profesionalmente y que ha identificado algunos de los déficits competenciales que posee. Sería labor de las instituciones formativas, en un marco de colaboración con las organizaciones y empresas, colaborar con éste ofreciéndole los contenidos de aprendizaje adecuados. No resulta fácil porque ésta no ha sido la actividad tradicional de las instituciones educativas. Sin embargo, el éxito de las nuevas ofertas formativas y de aprendizaje en formatos digitales y presenciales abundan en esta dirección.

Sin embargo, no todos los cambios deben de realizarse únicamente en los entornos educativos. También es necesario que empecemos a replantear los modelos organizativos y de gestión para transformar a las organizaciones en las aulas del futuro.