Los tiempos están cambiando y la evolución que vivimos es imparable. Existen muchos ejemplos para mostrar este cambio. Aquí os propongo uno relacionado con los procesos de reclutamiento y selección: ocho de los diez perfiles profesionales más buscados en LinkedIn, hoy, corresponden a actividades que no existían en 2014 (¡hace tan solo diez años!). 

La tecnología, en un proceso continuo y cada vez más acelerado, ha conseguido transformar, en los últimos 20 años, el mundo del trabajo casi por completo y, por consiguiente, las relaciones entre los procesos de formación y aprendizaje. Por otra parte, todos los sectores económicos han sido impactados por una digitalización todavía más acelerada como consecuencia de las acciones y reacciones que hemos adoptado durante la pandemia y con posterioridad. Hoy somos ya conscientes de que, a pesar de las tensiones y los pasos atrás que estamos dando para la vuelta a la normalidad el futuro no será igual al pasado. 

Los desafíos que afrontamos no son solo los de carácter tecnológico. La baja natalidad, el incremento de la longevidad o el cambio climático, entre otros, ponen ya de relieve la necesidad de modificar muchos de los paradigmas del mundo del trabajo y consolidan, entre otros aspectos, la necesidad de dotar a los individuos de posibilidades de actualización constante y permanente de sus conocimientos, habilidades y competencias profesionales.

Tenemos que asumir que el pasado no va a volver. Y una de las transformaciones más relevantes es la que resulta del cambio en la división y separación entre etapas de formación/aprendizaje y de trabajo. La época en la que el ser humano se dedicaba durante un periodo de su juventud a actividades formativas y después a desarrollar una actividad profesional es ya parte del pasado. Hoy no podemos seguir con este tipo de planteamientos cuando tenemos la evidencia de que la mayoría de los jóvenes de la actualidad van a tener que desarrollar un mínimo de tres o cuatro actividades distintas a lo largo de su trayectoria profesional. 

El aprendizaje deberá ser cada vez más frecuente y episódico. Lo que exigirá rediseñar los procesos educativos en todas sus fases y entender que la educación superior no es una actividad que (únicamente) se desarrolla durante tres a cinco años sino un proceso permanente, con rutas y caminos diversos y con un gran número de rampas de entrada y salida entre la formación y la actividad profesional. Y ello supone tener que afrontar el reto de cómo preparar a las personas para darles las capacidades y competencias que demandan unos roles que todavía no conocemos. Recordemos que la incapacidad para predecir el futuro es el argumento que se usa en determinados entornos académicos para resistirse al cambio. 

Es importante que cambiemos nuestra forma de pensar y actuar. Resulta vital que organizaciones y empresas inviertan más en formación y en el aprendizaje de sus profesionales y que las instituciones educativas en general (y las de nivel superior en particular) empiecen a tomar consciencia de que el mayor mercado al que tendrán que atender en el futuro será el del reciclaje laboral. En otras palabras, ofrecer respuestas a las personas que, iniciada su trayectoria profesional, requieren de nuevas habilidades para adaptarse a los cambios del mercado de trabajo. Hay que modificar el perfil académico del profesor al mentor con el objetivo de que este se convierta en un asesor capaz de ofrecer a los individuos los contenidos de aprendizaje y las habilidades y competencias que precisan en un momento determinado. 

Por ello el rol de empresas y organizaciones va a ser cada vez más relevante para definir el marco en el que las instituciones académicas deben actuar. Unos planteamientos sobre los que no cabe discusión posible y que además están alineados con los formulados por Michelle Weise (una de las grandes expertas mundiales en aprendizaje) en el marco del Foro de Innovación Educativa EnlightED 2023 organizado por la Fundación Telefónica. 

Soy consciente que esta afirmación, relativa al rol de las empresas y organizaciones en la definición de los marcos educativos y de aprendizaje, va a gustar poco a los “académicos” que se resistan a entender y aceptar que el momento de la colaboración entre ambos sectores va más allá de los criterios de marketing y de algunos entornos puntuales. Las primeras deben de identificar sus necesidades y proponer los conocimientos, habilidades y competencias de las que deben de estar dotados los profesionales que necesitan, mientras que las segundas han de atender estas demandas, insertarse en la actividad de su entorno y, de este modo, dar respuesta adecuada a aquellas. Sea como fuere, el futuro pasará necesariamente por una mayor y más sólida relación entre ambos entornos.