La paradoja del desempleo y la inmigración
- Fernando Trias de Bes
- Barcelona. Domingo, 19 de mayo de 2024. 05:30
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Voy a ser muy claro y taxativo. Lo del mercado laboral español es una vergüenza con mayúsculas. Los hechos, irrefutables, son los siguientes:
Seguimos con dos millones setecientos mil parados. Aparte del medio millón que no constan como desempleados, pero que están como demandantes de empleo con contratos fijos discontinuos. El caso de Baleares es paradigmático. Hay más demandantes de empleo que desempleados.
Siguiente: tenemos la tasa de desempleo juvenil más alta de Europa, y de largo.
Otro hecho más: el empleo informal, economía sumergida y dinero negro pagando horas de trabajo a gente no asegurada está entre el 15% y el 20% del PIB.
Los empresarios tienen verdaderas dificultades para encontrar transportistas, industriales o albañiles. En hostelería y turismo hay carencia de personal de limpieza, camareros y personal auxiliar. En el otro extremo, en las profesiones más cualificadas, problemas para encontrar programadores, analistas o administrativos.
Así que tenemos que abrir el grifo de la inmigración para traernos a más población. Me encanta la inmigración. Me gusta que mi país acoja a otras personas y atraigamos talento o a gente motivada para producir, crecer y contribuir.
Pero… ¿Traer a más gente cuando hay casi tres millones de desempleados y tenemos la tasa de desempleo juvenil más alta de Europa? ¿Cuando tenemos a gente apuntada al paro y está haciendo trabajos cobrando en negro?
Lo diré sin ambages: a este país se viene a trabajar. No a utilizar servicios sociales sin cotizar. No a cobrar en negro sin contribuir a nuestra seguridad social. No a apuntarse al paro y a subvenciones de toda índole por ser persona vulnerable y, por otro lado, trapichear y trabajar sin declarar. Los contratadores, mal llamados empresarios, que colaboran con ese fraude, son otra vergüenza para el país.
Esta semana, tuve el honor de impartir una conferencia en la asamblea anual de AEFA, la Asociación de la Empresa Familiar de Alicante. Cuando llegó el turno de preguntas y respuestas, un empresario me pidió conocer cuál sería mi recomendación para acabar con el desempleo en España.
Autónomo o empresario descubierto con empleo informal, multa que se le quiten las ganas de defraudar durante el resto de su vida, más inhabilitación
Mi respuesta fue la siguiente. En primer lugar, autónomo o empresario descubierto con empleo informal, esto es, teniendo a gente trabajando sin cotizar y pagando en negro, multa que se le quiten las ganas de defraudar durante el resto de su vida, más inhabilitación por tres años como empresario. Si hace falta, cárcel o trabajos sociales seis meses.
En segundo lugar, las personas inscritas al paro o demandantes de empleo, para cobrar la prestación o el subsidio, deben indicar un mínimo de cuatro sectores de actividad donde estén dispuestos a trabajar a, al menos, cincuenta kilómetros de su lugar de residencia. A la segunda oferta laboral rechazada de cualquiera de esos sectores, se le retiran las ayudas y los subsidios.
En tercer lugar, no se acepta ninguna entrada de ningún extranjero más basada en una oferta de trabajo que primeramente no acepten residentes en España que sean demandantes de empleo.
En cuarto lugar, cualquier inmigrante que durante seis meses no haya encontrado empleo en España, debe retornar a su país. No se le expulsa. Sencillamente, no lo podemos mantener si no contribuye al sostén del mismo.
A muchos les parecerá que este conjunto de medidas es insolidario, desmedido o xenófobo. Todo lo contrario. Soy un economista que pone por delante la solidaridad, la redistribución de la renta, la igualdad de oportunidades y la acogida del extranjero. En todos estos ámbitos he colaborado profesionalmente y, a veces, de forma desinteresada. Pero hemos olvidado que derechos y obligaciones, en un país, van de la mano.
Si se hiciera todo esto, les aseguro que España podría bajar los impuestos y el déficit —con el gasto público actual— no aumentado, sería cero.
Son medidas duras. Lo sé. Pero los países blandos, laxos y que pecan de buenismo se acaban convirtiendo en países pobres y decrépitos.