El peso del mal liderazgo
Las empresas que toleran o fomentan un liderazgo tóxico están construyendo las bases para su propia decadencia.
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- Rat Gasol
- Olèrdola. Martes, 18 de febrero de 2025. 05:35
- Actualizado: Martes, 18 de febrero de 2025. 08:48
- Tiempo de lectura: 4 minutos
Este es un recorte de vida, uno de esos momentos agrios que todos tenemos dentro y que un día necesitamos explicar y borrar. Porque no hay mejor ejercicio que desnudarse y hacer de las palabras una liberación. Sé sobradamente que nadie es perfecto, tampoco lo pretendo, y que todos tenemos mejores y peores días; al fin y al cabo, todos somos personas y todos tenemos nuestras virtudes y defectos. Pero no todo vale, y menos cuando determinados comportamientos y actitudes se dan impunemente en el contexto laboral.
Hay experiencias que dejan huella, y no precisamente por su cara positiva. Haber trabajado bajo un liderazgo tóxico es una de aquellas vivencias que deja cicatrices profundas, tanto a nivel personal como profesional. No se trata tan solo del desgaste emocional, que ya es bastante grave, sino de las consecuencias devastadoras que este estilo de mando puede tener en el conjunto de la organización. El mal liderazgo no solo agrieta equipos e intoxica a los entornos de trabajo. Llevado a los extremos puede incluso dinamitar organizaciones enteras.
El mal liderazgo no sólo agrieta equipos e intoxica a los entornos de trabajo. Llevado a los extremos puede incluso dinamitar organizaciones enteras
Pero lo más sorprendente de todo es su blanqueamiento generalizado. Con demasiada frecuencia se tolera, se normaliza e incluso se disimula bajo el paraguas de la exigencia o los resultados inmediatos. Pero este tipo de liderazgo no solo afecta a los individuos que lo sufren de forma directa; tiene implicaciones profundas y devastadoras tanto en el ámbito emocional como organizativo. Entender sus mecanismos, sus consecuencias y sus posibles soluciones es un ejercicio que va mucho más allá de la simple observación; requiere un cambio de paradigma en la forma en que percibimos y gestionamos el poder dentro de las empresas.
La toxicidad en el liderazgo no siempre se presenta con la agresividad que podría parecer inherente al término. Hay líderes que nunca elevan el tono de voz, pero que ejercen una presión sutil, casi imperceptible, capaz de erosionar la salud mental de los empleados con una constancia y una frialdad insospechadas. En ocasiones, puede ser el líder que no da feedback positivo porque considera que hacerlo debilita la autoridad; lo que cuestiona cada decisión con un tono de superioridad o que utiliza el silencio para desorientar y castigar. Pero puede ser también aquel que fomenta rivalidades internas, divide al equipo con favoritismos o exige resultados imposibles sin proporcionar los medios adecuados. En todos estos casos, lo que queda es un rastro de desconfianza, inseguridad y desmotivación que se instala no solo en el trabajo, sino también en la vida personal de quien es víctima.
He vivido en propia piel esta agresión, las críticas destructivas, la indiferencia y el desprecio; comentarios pasivo-agresivos y una falta absoluta de reconocimiento por el trabajo bien hecho. Y me he sentido cargar en la espalda la responsabilidad de errores que no eran míos. Porque este es uno de los aspectos más insidiosos del liderazgo tóxico, la capacidad de trasladar el peso de la culpa y de alimentarse de la inseguridad de los demás.
Y a pesar de todo, siempre he procurado mantener la profesionalidad, el tono sereno y las buenas palabras. Incluso el silencio. Pero no es sencillo, nada sencillo. Porque este proceso te derrumba lentamente la autoestima, te hace vulnerable y te crea una espiral de dudas y temores que a menudo perduran en el tiempo, incluso después de abandonar este entorno laboral
Las empresas que toleran o fomentan un liderazgo tóxico están, en realidad, construyendo las bases para su propia decadencia
Esta devastación emocional, sin embargo, no afecta únicamente a las personas. Las repercusiones a escala organizativa son igualmente severas. Las empresas que toleran o fomentan un liderazgo tóxico están, en realidad, construyendo las bases para su propia decadencia. Si bien puede parecer que este tipo de liderazgo es eficiente a corto plazo, por aquello que impulsa los resultados inmediatos y mantiene los equipos bajo control, a largo plazo desencadena el goteo de renuncias y la pérdida de un valioso capital humano.
Cuando se produce esta fuga de talento, las organizaciones no solo pierden sus conocimientos y habilidades; pierden también su fuerza y su potencial para contribuir al crecimiento y la innovación. Un peaje elevadísimo en términos económicos, por el coste del reemplazo, y en términos intangibles, por el perjuicio reputacional y la moral de los restantes equipos. Sin obviar que aquellos que optan por quedarse, a menudo lo hacen con una actitud apática y sin el compromiso que un día tuvieron. La desmotivación se instala como un elemento endémico y los trabajadores se limitan al estricto cumplimiento de las horas para no perder el puesto de trabajo.
Cuando el clima laboral se deteriora progresivamente, el éxito del proyecto empresarial se ve directamente comprometido. Ya no dispone de un equipo de personas que trabajan conjuntamente para alcanzar un mismo objetivo, sino con un conjunto de individuos que solo intentan sobrevivir en un entorno hostil. Esta dinámica penaliza los resultados corporativos, su imagen externa, la capacidad de captación y retención de talento, y su relación con clientes y colaboradores.
Un liderazgo auténticamente efectivo no se basa en la autoridad ni en la intimidación, sino en la capacidad de construir confianza, estimular y acompañar los equipos con respeto y empatía
Es irrefutable, pues, que el liderazgo tóxico es de igual manera un problema individual y estructural. Pero nos equivoquemos si pensamos que todo se resuelve identificando este referente nocivo y sustituyéndolo. Hay que revisar los valores que rigen las organizaciones, los criterios con los que se seleccionan los líderes y la forma en que éstos están formados. Un liderazgo auténticamente efectivo no se basa en la autoridad ni en la intimidación, sino en la capacidad de construir confianza, estimular y acompañar los equipos con respeto y empatía.
El buen liderazgo transforma las empresas yy dignifica a las personas que trabajan en él. Es aquel liderazgo que inspira y crea entornos donde los individuos se sienten reconocidos, donde pueden crecer, construir y sumar. Y es este tipo de liderazgo, profundamente humano, el que deberíamos exigir a todas las organizaciones que aspiran a ser verdaderamente ejemplares. Porque no solo está en juego el éxito empresarial, también el bienestar de las personas que forman parte. Y esto, lo sabemos todos.