Políticas de oferta: construir futuro en lugar de repartir escasez

- Esteve Almirall
- Barcelona. Jueves, 10 de abril de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 3 minutos
Gestionar la escasez es una de las funciones esenciales de la política, la economía y la gestión empresarial. Las tres disciplinas comparten un núcleo común: la asignación de recursos limitados. Sin embargo, la política a menudo parece vivir de espaldas a esta realidad, operando como si los recursos fueran infinitos. Se anuncian múltiples acciones sin priorizar, se promete hacer más con todo sin renunciar a nada, como si no existiera el coste de oportunidad. Esto genera una paradoja recurrente: si era tan fácil, ¿por qué no se hizo antes?
Un ámbito paradigmático de esta contradicción es el de la vivienda. Ante una oferta escasa y unos precios desbocados, muchos gobiernos han optado por limitar la demanda. Prohibir los pisos turísticos, restringir el alquiler de temporada, vetar Airbnb o dificultar el acceso a inquilinos temporales son ejemplos habituales. Este enfoque es políticamente rentable: genera titulares inmediatos, transmite sensación de control y a menudo transmite la idea —errónea— de que se protege a la ciudadanía frente a "agentes externos".
Pero en economía, nada es gratis. Reducir la demanda significa, en la práctica, eliminar actividades económicas. Y eliminar actividad implica reducir el PIB, disminuir la riqueza generada y eliminar oportunidades. El impacto no es solo directo. Es sistémico. Por ejemplo, los estudiantes extranjeros que ocupan pisos de alquiler temporal son, en realidad, una exportación: aportan ingresos, mantienen ocupadas plazas universitarias, sostienen servicios locales y contribuyen al dinamismo económico. Cortar este flujo perjudica no solo al mercado inmobiliario, sino también al ecosistema académico, al comercio de barrio y a la atracción de talento.
Las políticas de demanda generan titulares inmediatos, pero no resuelven los problemas de fondo. Solo ampliando la oferta, con visión de largo plazo, podremos construir una sociedad más próspera y resiliente
El gran problema de estas políticas es que no resuelven el problema de fondo. Una vez se han prohibido los pisos turísticos y restringido los alquileres temporales, la escasez de vivienda persiste. El elefante sigue en la habitación. Los precios no bajan significativamente, la demanda insatisfecha continúa y los sueldos locales siguen siendo demasiado bajos para afrontar unos costes de vida cada vez más globales. Además, estas intervenciones sobre la demanda tienen rendimientos decrecientes: cada nueva regulación tiene un impacto menor y genera más distorsiones. Por ejemplo, mientras prohibir pisos turísticos conflictivos puede aliviar tensiones vecinales, dificultar la llegada de profesionales y estudiantes extranjeros a ciudades con vocación de hub internacional perjudica más que ayuda.
La alternativa existe y es conocida: las políticas de oferta. Estas, en lugar de repartir mejor la escasez, amplían la capacidad del sistema. Generan riqueza, mejoran el bienestar colectivo y abren la puerta a un futuro más próspero. Aplicadas a la vivienda, significan construir más pisos, fomentar la rehabilitación, recalificar suelo, incentivar la inversión en alquiler asequible o favorecer la colaboración público-privada. En cercanías, supone más infraestructuras, trenes más frecuentes y fiables, y una gestión eficiente. En energía, significa apostar por fuentes renovables, redes inteligentes y soberanía tecnológica. En la IA generativa, significa capacitar talento, invertir en centros de investigación y construir ecosistemas digitales que transformen investigación en innovación e incrementen el PIB real per capita.
Ahora bien, las políticas de oferta tienen tres grandes obstáculos:
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No son inmediatas
Requieren tiempo. Construir vivienda pública, desarrollar infraestructuras o formar especialistas en IA no se logra en seis meses. Son políticas de maduración lenta, con efectos profundos pero diferidos. Y esto choca con la ansiedad del ciclo electoral corto, donde los resultados deben ser visibles en el plazo de una legislatura. Siempre habrá quien diga que es demasiado poco y demasiado tarde. -
Requieren visión de país y acuerdos a largo plazo
Para que las políticas de oferta funcionen, hacen falta pactos transversales que sobrevivan a los gobiernos. Este es uno de los grandes déficits de las democracias occidentales: la incapacidad de acordar proyectos de país duraderos. En muchas economías asiáticas, en cambio, esto sí es posible. Se fijan prioridades nacionales —energía, educación, infraestructuras, tecnología— que se despliegan durante décadas. Aquí, en cambio, todo se reduce a ciclos de cuatro años (menos uno de elecciones). -
Se necesita una administración orientada a resultados
Una administración pública eficaz debe tener incentivos alineados con los objetivos del país. En Corea del Sur, Singapur o China, la promoción de los funcionarios depende del cumplimiento de objetivos concretos (KPIs). Esto asegura el alineamiento entre los intereses individuales y colectivos. En Europa, en cambio, la carrera administrativa suele basarse en la antigüedad o en mecanismos burocráticos desconectados del resultado final.
El caso chino es paradigmático. Con el plan Made in China 2025, el gobierno estableció una agenda de objetivos ambiciosos: liderar la producción de automóviles, baterías, electrónica, biotecnología e inteligencia artificial. Para lograrlo, creó decenas de marcas locales, subvencionó la I+D, protegió los mercados interiores, impuso transferencia tecnológica y estableció alianzas con universidades. Incluso rompió la norma tradicional de exigir un socio local permitiendo que Tesla se instalara de forma independiente. ¿El resultado? Tesla ha dejado de ser líder en China. Hoy lo es BYD, una empresa local con mejor tecnología y mayor capacidad de producción.
Este modelo —con todas sus sombras— muestra que el éxito no ha venido de limitar la demanda, sino de aumentar y transformar la oferta. El sueño chino de una sociedad de abundancia no se ha construido prohibiendo, sino produciendo. Y ahora, con la IA y la robótica al alcance, ese sueño se convierte también en una oportunidad global.
Pero solo lo haremos realidad si somos capaces de incrementar nuestra oferta de bienes y servicios, tanto públicos como privados. Construir es más difícil que repartir. Pero es el único camino hacia un futuro mejor.
Repartir la escasez nunca ha sido una fórmula de éxito para ninguna sociedad. ¡Aumentar la abundancia, sí!