¿Por qué hay tanta diferencia entre el precio de los alimentos y el precio que reciben los agricultores?

- Tomás García Azcárate
- MADRID. Miércoles, 12 de marzo de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 4 minutos
El informe del Índice de Precios en Origen y Destino (IPOD) de COAG muestra que el precio de los productos agrícolas se ha incrementado el 293% entre origen y destino en enero, mientras que el de productos ganaderos ha aumentado el 195%.
¿A qué se debe tanta diferencia? La primera reacción intuitiva es que podría haber dos razones: la primera sería que los supermercados nos roban y las segunda que o los agricultores son tontos y vagos, ya que, con este margen tan grande, deberían vender directamente sus productos al consumidor en vez de confiar en los intermediarios.
Los supermercados no nos roban
Yo no sé ustedes, pero yo vivo en un barrio con un supermercado Dia en frente de mi casa, un Ahorramás y un Aldi en la misma manzana y a pocos minutos andando un Acampo, un Mercadona, un Corte Inglés y un Carrefour. En la España urbana (otro gallo canta en el rural profundo) y a diferencia de lo que acontece, por ejemplo, en los Estados Unidos, los supermercados se han integrado en los barrios. De hecho, la gran mayoría de sus clientes venimos andando.
¿Alguien razonable se puede creer que con tanta competencia, un supermercado tiene poder de convicción suficiente para vender a sus compradores productos sensiblemente más caro que sus competidores? Cada día tienen una batalla por la cuota de mercado, y el que sea más caro (o tenga una política de precios errática) pierde clientes.
¿Alguien se puede creer que con tanta competencia, un supermercado tiene poder de convicción para vender mucho más caro que el resto?
La creencia de que hay un acuerdo de precios entre los supermercados no solamente ni cuadra con un mercado hipercompetitivo ni ha podido ser demostrado por las autoridades de la competencia, no solo españolas sino de muchos países.
El problema, para mí, de los supermercados y la cadena alimentaria es otro. Por un lado, está el “efecto imitación”. Todos están pendientes de todos y, cuando uno hace una oferta “espectacular”, enseguida los otros contraatacan con la misma u otras ofertas “especiales”.
Por otro está el desequilibrio de poder entre los actores de la cadena alimentaria, debido a una oferta disgregada por parte de los productores, unos productos a menudo perecederos que han de ser comercializados en plazos muy cortos y la dada vez mayor concentración de los compradores, con supermercados más grandes, centrales de compra conjunta y el mencionado anteriormente “efecto imitación”.
Los agricultores no son tontos ni vagos
La segunda respuesta intuitiva podría ser preguntarse por qué los agricultores no venden directamente eliminando intermediarios que, entonces, serían redundantes.
La primera respuesta es que en muchos casos ya lo hacen. Existen circuitos cortos comerciales (venta directa) o físicos (mercados locales o campesinos) y se están desarrollando.
La segunda respuesta es que los consumidores, a pesar de ello, seguimos mayoritariamente comprando y confiando en los supermercados para nuestros suministros.
La tercera es que llegar al consumidor, no un día especial, sino a lo largo del año, es todo menos sencillo. Hace falta una logística, una organización, una inteligencia colectiva importante para hacerlo un día sí y otro también en un marco, como hemos señalado, extremadamente competitivo.
Llegar al consumidor, no un día especial, sino a lo largo del año, es todo menos sencillo
Les haré una confesión. Yo soy socio de un supermercado cooperativo en Madrid, LA OSA. Hay otros supermercados parecidos, integrados en una red estatal, en otras ciudades, como Foodcoop, en Barcelona, Supercoop Manresa o A vecinal en Zaragoza. Ofrecemos para nuestros socios buenos productos a buenos precios, con una gran oferta (no exclusiva) de productos ecológicos y de proximidad.
Estoy escribiendo este artículo a la vuelta a casa después de haber jugado durante dos horas a ser mozo de almacén, reponiendo mercancía y fronteando productos. Nos lo pasamos muy bien, somos gente estupenda y así colaboramos al funcionamiento de nuestra cooperativa.
Jugamos a ello, pero les aseguro que siento una profunda admiración y respeto para todos aquellos empleados que lo hacen un día sí y otro también, para los gestores que aseguran que cada mañana los supermercados están llenos de productos, muchos frescos, en el momento de la apertura. Este milagro se debe al buen hacer de muchos trabajadores, pero tiene un coste.
Comercialmente hablando, unas naranjas en el árbol no son el mismo producto que una red de 2 kilos de naranjas, seleccionadas, preparadas, empaquetadas, transportadas, distribuidas y colocadas en la tienda a las 9 de la mañana.
La paradoja de los porcentajes
Muchos de estos costes son fijos, independientemente de que la materia prima original sea barata o cara.
Si, por poner un ejemplo, estos costes son de 1 euro, si la naranja vale en campo 50 céntimos, el precio al consumidor rondaría 1,5 euros, es decir, sería 3 veces más elevado que el precio pagado al agricultor.
Si la cosecha es abundante y el precio baja a 20 céntimos, el precio final rondaría 1,20 y sería 6 veces más elevado que el precio al agricultor. ¿Cuántas veces hemos oído que hay crisis de precio en el campo, que los precios al consumidor no bajan tanto, como a los productores y que el margen de los distribuidores se ha multiplicado?
¿Entonces qué?
Nada es sencillo y no hay respuesta única y fácil a este dilema. ¿Quiere esto decir que esto es una “maldición bíblica” y que no hay nada que hacer? Por supuesto que no.
Parte de las respuestas posibles ya las hemos dado. Las ventas directas, comerciales o físicas, forman parte de la solución, como lo son los supermercados cooperativos. Nosotros en LA OSA compramos muchos productos directamente a agricultores, fijan ellos mismos el precio y para ellos (para estos pocos) somos un respiro y una ayuda bienvenida.
Pero vivimos en un país en el que el 50% de los productos agrarios y ganaderos se exportan, mayoritariamente a los restantes Estados miembros de la Unión Europea. El otro 50% se dirige a la restauración colectiva (más o menos la mitad) y a la compra de los hogares (de nuevo, otra mitad).
Las ventas directas, comerciales o físicas, forman parte de la solución, como lo son los supermercados cooperativos
Los a menudo vilipendiados “intermediarios” son entonces indispensables. El tema es la ya mencionada “disgregación de la oferta”. Para ser alguien en el mercado, para contar, debes tener peso suficiente. Este peso, este tamaño, dependerá de cuáles son tus mercados (local, regional, nacional o a la exportación) y cuáles son tus productos (perecederos o almacenables).
La legislación es bienvenida. Tenemos una ley de la cadena alimentaria que intenta que cada eslabón de la cadena reciba un precio que cubra sus costes de producción, bienvenido objetivo.
Pero la respuesta principal en una economía de mercado pasa por un mayor equilibrio de poder en la cadena alimentaria, que facilite primero la creación de valor y luego una distribución más equilibrada de este valor entre sus actores.
La respuesta principal en una economía de mercado pasa por un mayor equilibrio de poder en la cadena alimentaria
Esto no es una llamada, que sería absurda, a la “lucha de clases” entre compradores y vendedores, sino a una mayor organización de la oferta agraria para un diálogo más equilibrado.
Esto se llama cooperativas y organizaciones de productores. La legislación lo debe estimular. Ya lo hace Europa, por ejemplo, en el caso de las frutas y hortalizas. Ya lo hacen el Gobierno del estado y los gobiernos autonómicos con el apoyo a las cooperativas y a su integración.
Sin duda, más pueden (y deben) hacer los poderes públicos. Pero, parafraseando a Karl Marx, el futuro de los productores agrarios está en sus manos. Sin su protagonismo, sin una decidida voluntad de trabajar y comercializar juntos, no habría ni cooperativismo ni asociacionismo.