Productividad y I+D+i: ¿dos caras de una misma moneda?
- Cristina Fornaguera
- Barcelona. Miércoles, 6 de septiembre de 2023. 05:30
- Actualizado: Miércoles, 6 de septiembre de 2023. 08:54
- Tiempo de lectura: 2 minutos
La productividad de España (y de Catalunya) siguen situándose en la cola de los países de la Unión Europea. En un reciente informe del Banco de España, se puso de manifiesto que, aunque el PIB por habitante español sigue creciendo, hay una brecha de un 17% entre el europeo y el nacional. Además, aunque en términos absolutos, la riqueza global va aumentando, la productividad media por habitante es menor que anteriormente. Eso se puede atribuir, entre otros factores, al elevado número de puestos de trabajo a tiempo parcial y en sectores con poco valor añadido, y a las elevadas tasas de paro, hecho que sería deseable revertir si nos queremos situar al frente de las economías de Europa.
¿Y cómo lo podríamos hacer? De entre los múltiples factores que contribuyen a la productividad estatal, es bien sabido que el sector de la investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) se define a menudo como el motor económico de un país. Y aquí está donde radica el problema español.
Es bien cierto que en España se realiza investigación científica puntera, gracias al talento generado en el ámbito nacional y a la financiación por parte de entidades filantrópicas, empresas privadas y fundaciones sin ánimo de lucro. Si nos fijamos, por ejemplo, solo en la investigación en biomedicina, encontramos referentes reconocidos mundialmente, como el oncólogo Manel Esteller o la embrióloga Anna Veiga. Pero a pesar del innegable capital humano, no podemos competir como país con una inversión pública menor del 1,5% en I+D+i, con otros países, como los Estados Unidos o Francia, donde el porcentaje de la inversión en ciencia representa más del 5% del PIB. Es evidente, pues, que la inversión pública española en ciencia es ínfima si se compara con otros países con productividades mucho más elevadas. Nos tenemos que remontar casi a principios de siglo para poder encontrar un incremento de la inversión pública, ya que la financiación basal estatal está congelada desde el 2002. Y eso tiene un impacto negativo directo sobre la productividad.
Así pues, es imprescindible y urgente que se adopten medidas para revertir esta anomalía que impide que el país pueda ser competitivo, no solo en términos de I+D+i, sino también a niveles de productividad estatal. ¿Pero por qué la inversión pública en ciencia es tan escasa? Entre las diferentes razones, nos encontramos con un problema social. Quizás por cuestiones culturales, o simplemente por la inercia de los últimos años, nuestra sociedad cada vez está menos basada en la meritocracia, más bien al contrario. Tendemos a querer no resaltar entre la mayoría. Preferimos sentirnos parte de un grupo y no destacar por ser más eficiente, más productivo o más trabajador. Personalmente, no creo que este sea un problema del ámbito científico, donde sí que hay ambiciones y deseo de resaltar por encima de los otros. Pero no son los científicos los que definen dónde invertirán los estados. Y es que en la sociedad en general, últimamente impera la mediocridad a todos los niveles y a menudo se apartan las personas más eficientes y no se valora la productividad. Solo mirando los horarios laborales, por ejemplo, nos podemos dar cuenta de cómo estamos de distantes de Europa en términos de productividad. ¿Es necesario pasar más de 10 horas en el puesto de trabajo si con 5 horas ya tenemos el trabajo hecho? ¿Por qué valoramos más la cantidad de tiempo que la calidad (y cantidad) del trabajo hecho? Escribiendo estas líneas, creo que queda bien patente la absurdidad de la pregunta, pero si nos fijamos en los puestos de trabajo, seguramente hay muchas situaciones en las cuales valorar las horas en el puesto de trabajo es uno de los indicativos que se utilizan para valorar a los trabajadores, en vez de su productividad.
En mi opinión, todavía estamos lejos de los estándares europeos y eso nos pasa factura en términos económicos. Es necesario un cambio de mentalidad, que se pueda después implementar a escala estatal, con el fin de conseguir que la inversión en I+D+i aumente hasta alcanzar los estándares europeos. Hasta que no se cambie esta mentalidad y se valore el gran impacto positivo que puede tener la inversión en I+D+i en la productividad, no conseguiremos que los órganos de gobierno se den cuenta de la importancia que tiene y aumenten la inversión en ciencia. Solo así, aunque no exclusivamente, podremos obtener el incremento de productividad anhelado que permitirá un mayor nivel de bienestar global.