¿Dónde vamos a trabajar cuando ya no haya empleos? ¿Qué va a ocurrir en un próximo futuro con los millones de seres humanos cuyo trabajo no va a ser necesario para garantizar ni su propia supervivencia ni la del conjunto de nuestra especie?

Ante estas formulaciones en forma de pregunta muchos de los que ya tenemos una edad para ser considerados como “séniors” evocamos cuáles eran nuestros sueños profesionales en nuestra adolescencia. Probablemente, igual que tantos otros jóvenes de hoy, soñábamos con desarrollar actividades profesionales futuras a través de actividades (trabajo) como profesor, médico, bombero o incluso astronauta. Habíamos sido educados para ello y no teníamos miedo sobre el futuro. No tengo ninguna certeza sobre si las percepciones de nuestros adolescentes y de los que lo serán pronto son y serán las mismas. 

Luego la vida, nuestras capacidades, talentos y motivaciones, el entorno, las circunstancias o la buena o mala suerte nos llevaron a otra parte. Lo cierto es que muchos de nosotros hemos dedicado nuestras vidas profesionales a actividades que seguramente no entraban en los escenarios vitales que habíamos imaginado en la adolescencia. Sin embargo, había un camino, una perspectiva, un futuro y un entorno social favorable a nuestro desarrollo profesional. Y esto fue habitual en las generaciones nacidas durante el siglo XX, aunque no lo tengo tan claro para las que lo han hecho ya en el presente siglo. 

Muchos hemos dedicado la vida profesional a actividades que seguramente no entraban en los escenarios vitales que habíamos imaginado en la adolescencia

Desde la revolución industrial el empleo ha sido el elemento estructural de la vida social, la fuente principal de ingresos de las personas y condicionante de las coberturas sociales que hoy garantizamos cuándo no se accede a él o en otras situaciones (enfermedad y jubilación, entre otras) en las sociedades más desarrolladas. Forma parte de la cultura social y es un elemento esencial de desarrollo personal y colectivo, razón por la que no podemos entender nuestras sociedades sin él. Sin embargo, ya empezamos a visualizar que esto no va a ser permanente y que es muy probable que, en un futuro mucho más cercano de lo que a menudo pensamos, nuestras estructuras sociales y vitales cambien y que el empleo deje de ser un horizonte plausible y alcanzable para muchas personas. 

Tomando en cuenta su relevancia social los problemas vinculados al empleo deberían de ser prioritarios en la escala de preocupaciones y ocupaciones de nuestra clase política. Recordemos que existen numerosas previsiones en el sentido de que gran parte de los empleos actuales van a ser directamente impactados por los procesos de transformación y desarrollo de la robótica y de la inteligencia artificial y que muchas de las actividades que hoy desarrollamos los seres humanos sean llevadas a cabo, incluso de una forma más eficiente, por máquinas. 

El impacto a corto plazo puede ser muy importante. Lo que me lleva a plantearme si la revolución que vivimos responderá a los mismos parámetros y dinámicas que las precedentes: impacto relevante a corto plazo y relanzamiento e incluso crecimiento del empleo a medio o largo plazo. Las previsiones pueden ser incluso catastróficas, pero nadie duda de que este impacto va a ser mucho más rápido (de hecho, ya estamos asistiendo a él) y supondrá cambios relevantes en las demandas (en términos de habilidades y competencias) que se requerirán a los seres humanos. En resumen: no sabemos cuáles serán los empleos del futuro y mucho menos si los habrá para todas las personas y en qué condiciones. Podemos encontrar decenas y decenas de análisis que predicen que el proceso ocasionará la pérdida de un gran volumen de empleos, además de un incremento sustancial de la desigualdad social.

A corto plazo muchos países vivirán en situaciones de incremento de la desigualdad social

El CIS nos recuerda que el empleo figura de forma reiterada en la lista de las cinco primeras preocupaciones de los ciudadanos de nuestro país. El INE, por su parte, confirma que un 26% de la ciudadanía vive en situaciones de pobreza o de exclusión social. Y al mismo tiempo constatamos la existencia de muchas demandas que no pueden ser cubiertas porque las empresas y organizaciones no consiguen identificar o reclutar a profesionales que tengan las competencias que demandan. ¡Un mundo de locos!    

A corto plazo –y como bien ha descrito de forma reiterada el World Economic Forum– muchos países van a vivir en situaciones de incremento de la desigualdad social. Entornos en los que convivirán pequeños grupos de población susceptibles de acumular cada vez más riqueza y poder con amplias masas que tendrán graves problemas para garantizarse su subsistencia.

Todo ello nos ha de llevar a plantearnos –más pronto que tarde– las diferentes opciones de reparto del volumen de empleos, la creación y/o mantenimiento de empleos que no aporten valor u otros sistemas similares, o la implantación de medidas masivas de Rentas Básicas de carácter más o menos universal. Un proceso que deberíamos aprovechar para redefinir completamente el concepto y significado de la actividad que hoy denominamos trabajo y, al hacerlo, establecer nuevos criterios para la vida humana. ¡No podemos seguir mirando hacia otro lado! Este problema no se resolverá por sí solo. 

En definitiva, es absolutamente necesario que nos planteemos: ¿En qué empleos trabajaremos cuando una gran parte del trabajo sea desarrollado por máquinas? ¿Qué haremos para garantizar una supervivencia digna por parte de los humanos que no puedan trabajar?