Cada día lo tengo más claro. Nos quieren burros, callados y atontados. Y no es consuelo de nada el retroceso a última hora de la conselleria de Educación con respecto a las exigencias del Ministerio de Educación español, que pretende relegar las literaturas a optativas y rebajar el peso del Trabajo de investigación en el bachillerato catalán, además de fusionar las materias de Física y Química en una única asignatura a primer curso. Porque este paso atrás, esta supuesta línea roja que nuestro gobierno ha asegurado que no se toca y que de ninguna de las maneras se cruzará, no ha sido sino la consecuencia directa y forzada ante las protestas de las comunidades educativas, la ciudadanía y una gran mayoría de las formaciones políticas, ante una medida que atenta de lleno contra la singularidad del sistema educativo en Cataluña.

La enseñanza de la literatura es un eslabón imperioso para la difusión de la cultura propia de nuestro país. Menospreciarla y empequeñecerla con actuaciones como estas atenta manifiestamente contra los valores más esenciales del humanismo y contra dos elementos troncales de nuestra identidad: la lengua y la cultura.

Menospreciar y empequeñecer la enseñanza de la literatura atenta contra dos elementos troncales de nuestra identidad: la lengua y la cultura

Pero más allá de esto, que también, la verdadera tragedia de todo, aquello que realmente nos tendría que preocupar y poner el grito en el cielo, a todos y sin excepción, es el progresivo empobrecimiento del itinerario formativo de nuestros jóvenes. Porque nunca mejor dicho, a cada colada perdemos una sábana. Y a los hechos me remito.

Los resultados de la última encuesta de la OCDE que analiza las competencias básicas de la población adulta entre los 16 y los 65 años en 31 países, ponen de manifiesto la situación de emergencia que vive actualmente España. El Estado español suspende en alfabetización, aritmética y resolución de problemas entre los países desarrollados. Se sitúa más de 10 puntos por debajo de la media en las tres áreas de competencia, junto con Chile, Croacia, Francia, Hungría, Israel, Italia, Corea del Sur, Lituania, Polonia y Portugal.

Sin embargo, como si esto no fuera con nosotros, aquí continuamos con nuestra sopa de letras, a ver si por azar esta vez acertamos. Y es que parecerá una broma, pero no lo es. España ha aprobado ocho leyes educativas en cuarenta años de democracia. Cada gobierno ha impuesto su propia receta, a veces incluso antes que la norma anterior, y de signo político contrario, se haya implementado del todo. Y este baile de siglas (LGE, LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, LOMCE o 'ley Wert', y LOMLOE o 'ley Celaá') no ha hecho sino convertir la educación en un terreno de competición partidista. Un despropósito infinito que repercute en la calidad de la enseñanza y en nuestra competitividad en tanto que parte de un mundo global.

España ha aprobado ocho leyes educativas en cuarenta años de democracia. Un despropósito infinito que repercute en la calidad de la enseñanza y en nuestra competitividad

Y aunque lo intento, porque quiero creer y necesito creer que las sucesivas modificaciones tienen su razón de ser y se basan en criterios pedagógicos contrastados y consensuados, no llego a comprender esta necesidad imperiosa de nuestros políticos de turno de rebajar cada vez más el nivel de exigencia y esfuerzo de los currículums formativos.

La educación es la base del presente para que el futuro sea garantía de éxito. Esta ocurrencia de adelgazar el peso de las literaturas significa, lisa y llanamente, no enseñar a leer y que nuestros jóvenes agraven todavía más su nivel de comprensión. En pocas palabras, verter las generaciones futuras a la mediocridad. Porque la ausencia de una cultura general construye sociedades sin criterio, sin capacidad de imaginar y de cuestionar, sociedades más manipulables y sumisas. Y este escenario nos tendría que hacer pensar y sublevar.

La ausencia de una cultura general construye sociedades sin criterio, sin capacidad de imaginar y de cuestionar, sociedades más manipulables y sumisas

Necesitamos que nuestros jóvenes estudien y se preparen no tan solo para encontrar un trabajo, que también, sino con la firme intencionalidad de optar a oportunidades profesionales de mejor calidad. Las niñas, los niños y los adolescentes de hoy son el motor de trabajo del mañana, son el capital humano y el talento que deben determinar el peso competitivo e innovador de nuestro país y de las muchas verticales económicas que lo configuran. Cuando afinamos y relegamos a un segundo término asignaturas troncales que estimulan la capacidad de lectura, comprensión y razonamiento de nuestros estudiantes, estamos engordando un agravio sin retorno con respecto de aquellos que vienen de fuera y que lo hacen altamente formados y preparados.

Pero no tan solo eso. Amplificamos este agravio dentro de nuestro mismo sistema educativo que, recordamos, está configurado por un modelo mixto de enseñanza pública-concertada y privada. Yo misma me he manifestado repetidas veces abiertamente favorable a la convivencia pacífica, sana y necesaria de una oferta educativa plural, del mismo modo que en el ámbito sanitario. Ahora bien, este modelo mixto de enseñanza pública y privada no debe representar en absoluto la amplificación de las desigualdades sociales. Y esto pasa por una defensa a ultranza de un mismo itinerario curricular de calidad que dote a todos nuestros estudiantes, aunque vengan de marcos sociales diferentes, de las capacidades y las habilidades necesarias para afrontar los retos de futuro.

Cabe decir que este requerimiento del Gobierno se produce después de constatar que, pasados cuatro años de la entrada en vigor de la LOMLOE, de la ministra Isabel Celaá, Cataluña es hoy por hoy el único territorio del Estado que todavía no ha implementado todas las modificaciones educativas de la norma estatal y que, por lo tanto, a diferencia del resto de comunidades, garantiza que la literatura siga siendo una modalidad de 2.º de Bachillerato.

Dicho esto, es necesario que nos plantemos y rechacemos una modificación del currículum formativo que no tan solo dinamita la singularidad cultural y lingüística de Cataluña sino que recorta las competencias de nuestros jóvenes y su proyección futura. Porque, y sin voluntad de menospreciar ningún oficio, ¿queremos consolidar un país de camareros, repartidores, cajeros y reponedores de estanterías o, por el contrario, queremos empoderar a las generaciones del mañana en liderazgo, emprendeduría y pensamiento crítico? La respuesta está en nuestras manos.