Me cuesta hacer algo tan fácil como ponerme a rebufo de un tema tan candente, pero detesto más el aceptar lo inaceptable o admitir lo inadmisible. El caso Rubiales, o mejor dicho el comportamiento del máximo dignatario del fútbol en nuestro país, creo que no responde con el primer principio de un buen líder: ejemplarizar. Por otra parte, no refleja, ninguno de los valores que representa el deporte, sino que más bien atenta contra ellos. Pero si esto no fuera suficiente, quizás sea más fácil de entender si les invito a un ejercicio de imaginación: piensen por un momento que el director general de su empresa realizara un comportamiento similar. ¿Cuál sería la reacción del comité de dirección?, ¿cómo actuarían los empleados de su compañía? ¿Cómo se vería afectado el nivel de credibilidad y legitimidad ante su equipo? A mí me cuesta mucho realizar este ejercicio imaginativo.

Según el dicho popular “nobleza, obliga”, lo que vendría a significar que la relevancia del cargo implica un comportamiento ejemplar, prudente, comedido y respetuoso de acuerdo con el nivel de representatividad que se ostenta. En este caso, el Sr. Rubiales no parece sentirse demasiado obligado por su nivel de nobleza, lo cual nada tiene que ver con ser de alta cuna o de origen aristocrático, sino con el comportamiento de la persona.

Me resulta sorprendente y poco adecuado el recurso de hacer pedagogía paternal y utilizar esta triste situación como “una lección de vida” para sus hijas, presentes en el acto federativo, poniendo como título de su lección el “feminismo bien entendido” en lugar de “vosotras no hagáis lo que ha hecho vuestro padre” o “hay que saber reconocer los errores, pedir perdón de forma sincera y asumir las consecuencias”.

En un derroche de creatividad, Rubiales acuña el término “asesinato social” para describir la confabulación judeomasónica de la que se siente víctima. Desde luego piensa el sordo que los que bailan están locos, y no hay más ciego ni sordo que quien no quiere ver ni escuchar. No es asesinato social, ni física ni figuradamente, simplemente es reprobación social. Otra cosa es que le resulte indiferente y que no le importe que dimita el representante federativo del futbol femenino, que todo el equipo campeón se niegue a competir con la selección nacional mientras se mantengan los mismos dirigentes, que la propia FIFA le sancione ante el incumplimiento de su normativa, que el Consejo Superior de deportes inicie los trámites pertinentes para su inhabilitación y, por si esto no fuera suficiente, las múltiples manifestaciones desde diferentes ámbitos de la sociedad en la que se califica de inadmisible e inaceptable su comportamiento. Ha conseguido algo impensable en estos momentos: que todo el arco parlamentario se haya puesto de acuerdo en reprobar su conducta.

Cuando los dirigentes se aferran a su cargo y tienen intolerancia al verbo dimitir en primera persona del singular, la situación se convierte en surrealista y en un claro ejemplo de que el fútbol se ha convertido en mucho menos que un deporte. Sirva de ejemplo la asignación de la sede del campeonato del mundo a Qatar, hecho que fue investigado por el propio FBI poniendo en evidencia la corrupción político-económica que favoreció dicha designación a un país que vulnera los derechos humanos.

La mejor defensa es una buena defensa y no la elaboración de argumentos bochornosos y de bajo calado, como es ofrecer públicamente en dicha asamblea una renovación del cargo de seleccionador por cuatro años y anunciar su retribución anual de medio millón de euros. “No morderás la mano que te da de comer”. Cómo no se va a poner de pie a aplaudirle en un claro ejemplo de compromiso del seleccionador con su presidente, aunque le aleje del compromiso con sus jugadoras y con su equipo.

De un directivo que recibe una retribución fija cercana a los 700.000 € anuales, no negaré que espero una argumentación más elaborada, un grado de comprensión y empatía acorde con la situación, pero especialmente, mayor ejemplaridad.  Me resulta preocupante y difícil de entender que esta persona sea la mejor alternativa que representa al fútbol de nuestro país. Si esto es así es que este deporte está muy mal, aunque mueva mucho dinero. 

Esta situación no resta, aunque se hable menos, ni un ápice de mérito al logro deportivo de coronarse campeonas del mundo. Pero si me entristece lo sucedido, más tristeza me produce el eco de los aplausos de quienes apoyan esta actuación. Miedo me da que haya muchos Rubiales en el fútbol y que este acabe siendo más un negocio (“dirty business”) que un deporte.

De todas formas, de las malas situaciones aparecen las grandes aportaciones y quizás le tengamos que agradecerle al Sr. Rubiales que su comportamiento haya conseguido unir a mucha gente a favor del respeto y de los valores del deporte, esos que parece no representar.