La decisión en primera instancia del diario británico The Guardian, y este pasado martes del rotativo catalán La Vanguardia, de dejar de compartir sus respectivos contenidos en la red social X, popularmente conocida como Twitter, no ha hecho sino desencadenar un goteo continuado y ascendiente de bajas en la plataforma propiedad del multimillonario Elon Musk. Y si bien estas no han sido las primeras entidades en adoptar esta iniciativa -también lo han hecho, entre otros, el equipo de fútbol alemán St. Pauli, el Festival de Cine de Berlín o el Royal National Orthopaedic Hospital, para citar tres ejemplos- podríamos decir pero que han sido dos de las más chaladas y que, sin duda, han empezado un melón que nos interpela en todos a reflexionar.

Los medios de comunicación tradicionales, los de toda la vida, que han procurado siempre mantener unos estándares de rigor y credibilidad, chocan ahora con una difícil disyuntiva: o permanecer en un espacio donde preponderan los mensajes incendiarios, las teorías de la conspiración y la manipulación, o bien abandonarlo, dejando la audiencia y sus seguidores a la deriva, a merced de los botes|odres y la desinformación.

Y este dilema se vuelve todavía más profundo cuando sumamos la irrupción de la inteligencia artificial, que a pesar de abrirnos un horizonte de nuevas e infinitas oportunidades, también maximiza las amenazas y nos devuelve a todos más vulnerables. Porque es precisamente esta tecnología 'deepfake', los bulos y los algoritmos, diseñados, con el único y principal objetivo de polarizar, los que debilitan la confianza en la información y las instituciones.

Hoy todos nos hacemos la misma pregunta: ¿nos marchamos o nos quedamos en X? Y en este sentido, son igualmente válidas y respetables ambas decisiones. Tengo que decir que los argumentos que ponen encima de la mesa aquellos que apuestan por la salida de la plataforma no admiten mucha discusión: X es hoy el altavoz por excelencia de la ultraderecha, un nido de "fake news" contra inmigrantes, feministas, personas trans o, incluso, representantes democráticos. De hecho, si los discursos de odio ya habían envenenado Twitter precedente en Elon Musk, su irrupción en la plataforma se ha traducido en la consolidación y la promoción de estas proclamas de rencor.

Pero lo que da más miedo, porque la verdadera sangría de bajas se empezó a producir a partir de este momento, es la implicación de Elon Musk en la campaña de reelección de Donald Trump y, ya ahora, su anunciado y polémico nombramiento, junto con Vivek Ramaswamy, al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) de la futura administración de los Estados Unidos.

Para una gran mayoría, esta politización ha hundido la neutralidad que alguna vez había caracterizado Twitter. La reputación de X como un espacio de intercambio de ideas y de discusión sana se ha visto desplazada por la percepción de una plataforma parcial y sesgada, alineada con unos determinados intereses políticos. Y en un contexto generacional en qué, mayoritariamente, quien más o quien menos interactúa y se informa de lo que sucede al mundo en las redes, esta plataforma digital se ha convertido en una muy poderosa máquina de manipulación.

X nos permite expresar y opinar sobre todo aquello que queremos, cuándo lo queremos y dónde lo queremos. Y esta particularidad, que de inicio resulta tremendamente atractiva, invita inevitablemente a la injuria, al insulto libre y gratuito por parte de determinados sectores e individuos.

Si bien es cierto que con Elon Musk esta tendencia ha ganado músculo, ya hace años que X se ha convertido en un espacio tóxico y que sobre-representa a la extrema derecha, aquí y por todo el mundo. Y precisamente por eso, por el poder adictivo de las redes y por el impacto desmesurado que estas ejercen sobre la opinión de la gente, apelo a no tirar la toalla. Si hoy, en X, prolifera un discurso predominantemente de extrema derecha, nuestra receta para combatir la desinformación y los bulos no tendrían que ser en ningún caso optar por el "que se apañen ellos" y rendirse. El problema no se arreglará ni se solucionará marchándose de X, sino al contrario. Esta medida únicamente deja a la gente sin referentes y da vía libre al engaño y la desinformación.

Más que nunca, y eso nos interpela a todos y sin excepción, hay que trabajar para difundir información de calidad y rigurosa en aquellos canales donde es escasa y predomina el intento de manipulación. El buen periodismo, el periodismo de calidad, se ha convertido en un bien esencial y de primera necesidad, no tan solo para narrar con claridad y objetividad lo que está pasando, sino también para combatir activamente y con determinación los bulos y la desinformación.

Dicho esto, no, no abandonaré X, me niego. Y lo digo consciente de que piso territorio hostil. Y es que, a pesar del aparente éxodo masivo de estos últimos días, los desinformadores están y se apuntalan con virulencia. Y si alguna cosa tengo clara es que las luchas se ganan en el terreno de combate, y dejando este espacio vacío de contranarrativas e información fiable, lo que hacemos finalmente no es otra cosa sino engordar el monstruo.