Amazon ha sido la última en propinar otro rejonazo de muerte al teletrabajo con ese aviso a sus trabajadores de que para final de año deben volver a la oficina cinco días a la semana. Una decisión que se une a la que ya tomaron multinacionales como Zoom, Nothing, Dell, Meta, Alphabet-Google, Apple, IBM, Nike y otras muchas y que acelera el final definitivo de un modelo de organización del trabajo que había levantado grandes expectativas.

Lo curioso del caso, tanto en este de Amazon como en cualquiera de las otras multinacionales, es que el conjunto de excusas y justificaciones que se presentan y publicitan para abortar este modelo laboral son de lo más variopintas y en ningún caso se va a lo que, en mi opinión, es el fondo de la cuestión. Se enfatiza que el teletrabajo es un impedimento grave para el desarrollo de la cultura corporativa; para la creación de equipos sólidos; para la difusión del conocimiento y el impulso del talento; que se trata de una práctica que perjudica en buena medida a los trabajadores que la ejercen, pues están en desventaja frente a los compañeros que si acuden a diario al puesto de trabajo y están de forma permanente atentos a cualquier movimiento que pueda afectar a las carreras profesionales. El teletrabajo, se asegura, fomenta la desvinculación de los trabajadores, dificulta los procesos de aprendizaje e influye de forma negativa en la productividad. Y, por supuesto, reduce considerablemente el control que cualquier directivo quiere tener sobre sus subordinados.

Pero lo que no se enfatiza nada, sobre lo que apenas hay debate, es la cuestión clave de que el teletrabajo no es una curiosidad, una moda, un elemento de flexibilidad laboral, de impulsar la conciliación o de reorganización de las formas de trabajar; el teletrabajo, por el contrario, es un factor de cambio radical en la organización de las empresas, que rompe con los esquemas conocidos y necesita un espacio nuevo para poder implantarse y prosperar. El teletrabajo es incompatible con el actual sistema de organización de las empresas y corporaciones. Son modelos que se repelen y la evidencia está ahí: el impacto que ha generado el teletrabajo en las grandes multinacionales ha supuesto un colapso organizativo de tal calibre que no ha habido otra opción que eliminarlo para salir del atolladero.

El teletrabajo es incompatible con el actual sistema de organización de las empresas y corporaciones

El teletrabajo, el trabajo en remoto, necesita empresas en modo remoto. No hay otra opción. Todo lo demás es parchear el problema; aplicar modelos híbridos absolutamente provisionales y sin opción de solución definitiva. Y, francamente, hay que asumir que apenas existen empresas en modo remoto en el universo corporativo actual. Para alcanzar el modelo remoto es necesario aplicar cambios estructurales en la organización de las corporaciones. Cambios profundos.

Son necesarios nuevos protocolos que permitan desarrollar una gestión descentralizada del negocio, con pautas muy bien definidas de la forma en la que se desarrolla el trabajo de cada empleado; de cómo se gestiona la relación entre departamentos y personas; cómo se organizan los sistemas de comunicación interna y cómo fluye el conocimiento en todas las capas de la organización. Todo ello con una nueva estructura jerárquica adecuada para la situación en remoto. También son necesarias nuevas culturas de empresa en las que el cumplimiento de objetivos esté por encima de cualquier otra consideración; culturas en las que la obsesión por la presencialidad, el calentar asientos o el mero control, no tiene cabida y en las que la eficiencia es la clave.

Para que esto funcione es necesario que las empresas en remoto identifiquen unas premisas muy claras para establecer sistemas de responsabilidad individual en el desempeño de las funciones de cada empleado, con la idea esencial de que el rendimiento es lo que pone en valor el esfuerzo personal y de equipo y no otras consideraciones habituales en el modelo presencial de trabajo.

Sólo conozco una corporación que aplica con éxito el modelo de empresa en remoto. La clave es que la carrera de cada trabajador depende en exclusiva de su eficiencia

No creo que aplicar las complejidades que este sistema de trabajo en remoto compense a la mayoría de las empresas y organizaciones. Les va bien con el sistema presencial y no auguro ningún porvenir al teletrabajo más allá de su aplicación esporádica o muy ajustada a situaciones muy particulares de ciertos trabajadores; esos que no dependen de su posición en una escala jerárquica para prosperar pues dependen en esencia de sus propias capacidades y que en realidad les permitirían trabajar como autónomos. El teletrabajo está condenado a languidecer, pues aplicarlo en serio provoca caos y genera miedo.

Sólo conozco una corporación que ha aplicado con éxito total el modelo de empresa en remoto. Es una de las autoridades británicas de certificación del sistema de auditoría y contabilidad. Como se sabe, en el mundo anglosajón todo profesional que esté relacionado con las cuentas de una empresa necesita, independientemente de su titulación académica, de una certificación profesional que conceden ciertas organizaciones. Esta es una de ellas y cuenta con más de medio millón de usuarios en todo el mundo. De dos plantas en un elegante edificio modernista a las orillas del Támesis ha pasado a disponer de media planta en la que hay apenas una treintena de puesto de trabajo, de los más de doscientos con los que contaba antes. Si vas cualquier día como mucho te encuentras con una docena  de trabajadores o con algunas reuniones con clientes, proveedores, etc.

Además de implementar un protocolo eficiente de empresa en remoto que cubre todos sus sistemas operativos, la clave de su buen funcionamiento es que han sido capaces de establecer una cultura empresarial en la que el destino, la carrera o la vida laboral de cada trabajador depende en exclusiva de su eficiencia en el cometido de sus tareas y no de cuantas horas está bajo la atenta mirada de su jefe. Unos jefes, por cierto, y esta es otra clave del éxito del modelo en remoto, que casi nunca están en la oficina. Muchos ni siquiera en Londres.