Es un hecho palpable, y así también se han hecho eco los muchísimos titulares de medios de comunicación nacionales e internacionales, que Barcelona es atractiva a escala mundial porque tiene la marca, el ecosistema y la calidad de vida que lo hacen posible.

Según datos del 2022, el informe del Observatorio Barcelona concluía que ese mismo año, la capital catalana se situaba entre las veinte ciudades con más atractividad, captación de talento y competitividad global del mundo. Se posicionaba además entre las cinco primeras en el ámbito mundial para la celebración de congresos, y su aeropuerto, a pesar de no contar con esta ampliación tan anhelada por una gran mayoría de agentes económicos del país, recuperaba la séptima posición de entre las principales instalaciones aeroportuarias de Europa.

Para añadir algún dato más, este 2023 el informe de la Startup Heatmap Europe situaba Barcelona, por sexto año consecutivo, en el segundo lugar del ranking de hubs preferido para los fundadores de empresas emergentes en la Unión Europea.

En conclusión, y a pesar de no contar con el efecto capitalidad, en Barcelona y en Catalunya tenemos suficientes elementos para enorgullecernos de dónde vivimos, y del talento y del tejido empresarial que las conforman.

Ahora, sin embargo, querría dejar de lado este estado de autocomplacencia y hacer un ejercicio honesto de autocrítica.

¿En qué podemos mejorar? ¿Cómo podemos favorecer la creación de empresas y su consolidación? ¿Cómo podemos transformar nuestro actual modelo productivo, todavía excesivamente subordinado al turismo, en un modelo basado en la investigación, el desarrollo y la innovación? ¿Cómo podemos incentivar la competitividad de las empresas y al mismo tiempo mejorar la calidad de vida de las personas? ¿Cómo podemos captar, pero también muy importante, retener este talento tan demandado y tan necesario?

Una de las grandes carencias que debemos cambiar si queremos realmente progresar como ciudad y como país es la formación en emprendimiento. Emprender no es necesariamente complicado. El gran reto es que este emprendimiento sea exitoso. Monetizar, crecer sólida y sostenidamente supone un desafío nada menor. En este sentido, es del todo imprescindible que nuestras administraciones y agentes económicos hagan un verdadero acompañamiento, una mentoría que dote este talento de las herramientas suficientes para transformar las ideas en proyectos sólidos, viables y de futuro. Analizar bien el mercado, crear buenos equipos, gestionar adecuadamente la deuda y disponer del pertinente asesoramiento legal.

Este pasado 22 de diciembre de 2022 se publicó en el BOE el texto definitivo de la tan esperada Ley de fomento del ecosistema de las empresas emergentes, más conocida como Ley de Startups, después de diez meses de tramitación legislativa. Es un primer paso, indiscutiblemente, pero denota notables carencias que hay que abordar de forma activa y sin complejos.

Uno de los primeros escollos de esta Ley de Startups lo tenemos en la misma definición del concepto "empresa emergente", que de entre los muchos requisitos de obligado y simultáneo cumplimiento requiere evaluación y la certificación de ENISA. Y es aquí donde chocamos con la losa de la administración, en su lentitud y el funcionamiento pesado, que en vez de sumar eternizan la tramitación de cualquier medida.

Otro punto cuestionable, precisamente con respecto a su impacto real, es la ampliación de la reducción del impuesto de sociedades del 25% al 15%, hasta 4 años desde que se obtienen beneficios, siempre que la sociedad mantenga la condición de empresa emergente. Toda una paradoja cuando sabemos sobradamente que estas empresas no obtienen resultados positivos los primeros años y que la certificación de "empresa emergente" tiene la caducidad al cabo de cinco años (siete en el caso de determinados sectores estratégicos). En este contexto, pues, Barcelona no es lo bastante "amigable" con los temas impositivos con respecto al IRPF y de incentivos.

Un elemento que también introduce la nueva Ley de Startups, y que va dirigido a la atracción de talento, es la apuesta por los teletrabajadores de carácter internacional con la introducción de un marco laboral más amable. Una propuesta que celebro, por descontado. Pero falta y urge una colaboración público-privada y una visión a largo plazo compartida no tan solo para atraer, sino para retener talento.

Nos lo tenemos que creer. Catalunya tiene un mejor producto que marca. Tenemos un enorme talento nacido aquí, formado aquí, que demasiado a menudo encuentra las oportunidades de desarrollo y crecimiento en países de fuera.

Hago un clamor público y contundente. ¿Cuándo haremos esta apuesta valiente por lo que se crea y quiere crecer en casa? ¿Cuándo dotaremos estas iniciativas de recursos y financiación para empoderarlas? ¿Cuándo proyectaremos mejor la marca de Catalunya en el mundo con el firme convencimiento de que podemos jugar y liderar las mejores ligas?

Somos y podemos. ¿Aceptamos el reto?