En los últimos meses hemos asistido a una preocupación creciente por la productividad, concepto crítico y complejo y, a la vez, poco conocido. Informes y artículos han puesto de manifiesto que la diferencia entre la productividad europea y la de los Estados Unidos es importante, aproximadamente un 20% inferior en la Unión Europea, distancia que se ensancha aún más entre España, incluida Catalunya, y los países comunitarios, del orden de un 24% más baja respecto a la eurozona, con un crecimiento en los últimos años de una tercera parte en comparación con la media de la Unión Europea (0,3% frente a 0,9% anuales). Y debemos tener presente que la productividad y el nivel de progreso y riqueza de la sociedad están íntimamente vinculados. Si no aumenta el primero, no crece el segundo.

La productividad es un término poliédrico, que depende de múltiples factores: demográficos, culturales, sociales, reguladores, tecnológicos, educativos, empresariales, personales... Algunos necesitan una perspectiva de medio y largo plazo para su solución, pero otros se pueden abordar a más corto plazo. En unos, las posibilidades de incidir mediante intervenciones de política económica son amplias y se puede actuar directamente, aunque en otros se requieren políticas de mayor alcance. Algunos estudios revelan que a corto plazo los campos más apropiados sobre los que se puede actuar, garantizando, al mismo tiempo, aumentos de capacidad productiva y cohesión social, son la tasa de ocupación y, especialmente, la productividad horaria. Sobre esta última, los factores en los que hay que incidir son el capital físico (maquinaria, software, dotación de infraestructuras...) y el capital intangible (personas, conocimiento, procesos organizativos y aspectos de mercado).

Hay que implementar medidas que ayuden a las empresas a mejorar su información sobre la productividad en todos los sentidos

Hace años, un empresario me comentaba que él tenía claro que dentro de la fábrica se trabajaba con la máxima productividad, pero que cuando las mercancías salían por la puerta de la empresa, todo aquel esfuerzo iba menguando, y tenían lugar continuas pérdidas de productividad que conducían a un deterioro de la competitividad. Esto permite reflexionar sobre la productividad a dos niveles desde la perspectiva empresarial: "puertas adentro" (micro) y "puertas afuera" (macro). Esta diferenciación hay que tenerla presente tanto por parte de investigadores como de autoridades en lo que respecta a sus diagnósticos, propuestas y políticas. Cabe decir, además, que hasta el momento la primera está siendo, seguramente, poco contemplada cuando se habla de productividad.

La productividad "puertas adentro", es decir, la productividad micro, pivota sobre tres ejes basados, fundamentalmente, en los factores determinantes de la mencionada productividad horaria: la tecnología, el talento, y la planificación y organización de la actividad. En cuanto a la tecnología, las empresas necesitan sobre todo tecnología y equipamiento de proceso, aunque sin olvidar la de producto, con una buena dosis de colaboración dentro del conjunto del ecosistema de innovación (universidades, centros de investigación, proveedores, clientes...), en el que se prime tanto la generación como, especialmente, la transferencia tecnológica. En esto último, las carencias siguen siendo preocupantes.

En cuanto al talento, la realidad impone su creciente protagonismo para la competitividad y, obviamente, la productividad, otorgando a la cualificación y, sobre todo, a las competencias un valor básico (aptitud y actitud). En este sentido, diversos factores están provocando destacados cuellos de botella en términos cuantitativos y cualitativos (número de candidatos, especializaciones...), que cuestionan la sucesión dentro de las empresas, el futuro de determinados sectores, la competitividad de actividades y firmas, el aprovechamiento de ventajas y capacidades... Por su parte, la planificación y organización de la actividad ha sido hasta el momento poco abordada por muchas empresas y por las administraciones públicas, y es un campo que ofrece importantes posibilidades de mejora en productividad, además de que los mercados cada vez exigen dedicar más recursos a este ámbito.

La productividad es una cuestión compleja de abordar, que necesita la voluntad y la responsabilidad del conjunto de la sociedad

Vinculado a todo lo anterior, hay que, entre otras cosas, implementar medidas que ayuden a las empresas a mejorar su información sobre la productividad en todos los sentidos, facilitando instrumentos para construir indicadores de medición efectivos, vía, por ejemplo, la digitalización y la inteligencia artificial, y poner en marcha acciones de benchmarking sobre las prácticas más exitosas en la materia. Al respecto, sería interesante, también, crear desde el sector público la figura del "consultor en productividad", experto que analizaría la situación de las empresas y propondría estrategias en este ámbito, e impulsar programas específicos dirigidos a mejorar la planificación y organización de la actividad empresarial en sentido amplio o, simplemente, a reforzar las ayudas a la renovación de equipamiento y tecnologías.

Por último, no se puede olvidar que las tendencias de mercado y las nuevas condiciones competitivas están configurando una economía y un tejido empresarial diferentes a los del pasado, en los que predominan aspectos como, por ejemplo, ofertas de las compañías amplias y heterogéneas, producciones personalizadas y de series cortas/únicas, o fabricación contra pedidos en lugar de contra stocks. Esto determina unos nuevos rasgos singulares en materia de productividad, con un peso creciente de los costos diferenciales en la competitividad, frente a los cuales se necesitan nuevos enfoques y nuevas fórmulas, en las que el talento, la planificación y la organización y las tecnologías adquieren un mayor protagonismo. Ante lo anterior, se debe potenciar la definición de estrategias específicas de productividad dentro de las compañías, algo aún poco extendido en el tejido empresarial, sobre todo de menor dimensión.

Hoy en día nadie pone en cuestión que todo lo que se haga debe hacerse con calidad y sostenibilidad. ¡Y así debería ser también en cuanto a la productividad!

La productividad "puertas afuera", o la productividad macro, es multidisciplinaria, ya que está condicionada por muchos y diversos factores a diferente escala. Una encuesta del Col·legi d'Economistes de Catalunya de hace unos meses preguntaba a los economistas sobre las principales medidas para mejorar la productividad de la economía catalana. Las tres primeras son la apuesta por reformar las administraciones públicas para favorecer el desarrollo de la actividad económica (48,0% de los economistas), el aumento de la inversión en infraestructuras y de su nivel de ejecución (46,3%), y la mejora del sistema educativo (44,6%), seguidas de la aplicación más intensiva de las nuevas tecnologías a la producción (39,0%), y del incremento de la inversión en innovación (31,1%).

Las reflexiones anteriores muestran que la productividad es una cuestión compleja de abordar, que necesita la voluntad y la responsabilidad de todos, del conjunto de la sociedad. Esto justifica por sí mismo la urgencia de crear y desplegar una campaña social, a todos los niveles (empresas, administraciones públicas, sistema de enseñanza, ciudadanos...), que impulse el interés por la productividad más allá de los discursos, y que fomente una verdadera "cultura de la productividad", a semejanza de lo que hace unos años se hizo con la "cultura de la calidad" o de la actual "cultura de la sostenibilidad", y, si cabe, poner en marcha un "Centre Català de la Productivitat", imitando el "Centre Català de la Qualitat" creado a principios de los años noventa del siglo pasado. Hoy en día nadie pone en cuestión que todo lo que se haga debe hacerse con calidad y sostenibilidad. ¡Y así debería ser también en cuanto a la productividad!