El actual contexto empresarial es, por decirlo de alguna manera, retador. A la etapa post pandémica, con importantes deudas que muchas empresas tuvieron que asumir y que ahora toca pagar, se le han añadido una crisis energética derivada de la guerra, una inflación histórica que empobrece a toda la población, un cambio climático que no sólo se conoce sino que se sufre y un mercado laboral con claros signos de obsolescencia profesional ante una inteligencia que cada vez es más artificial. 

Ante estas grandes macrotendencias, ¿cómo se imaginan la reunión de plan estratégico que los equipos directivos deben estar teniendo en estas épocas de inicio de año? Incluso si vamos un paso más allá, ¿tienen sentido estas reuniones de estrategia?

Como ya indicó Henry Mintzberg, reconocido experto mundial en gestión de organizaciones, la primera falacia en estrategia es que el plan parta de unas predicciones, algo que el contexto actual imposibilita hacerlas. Pensando que esta incertidumbre empieza a parecer estructural quizá podríamos quedarnos aquí y decir “bye, bye” a la estrategia y simplemente vivir el momento.

Esto tendría sentido si nos limitamos a pensar que la estrategia es sólo aquello que acaba en un documento que se basa en el largo plazo, la planificación y su ejecución denominado Plan Estratégico. Como sabemos, caminando por las empresas, esto no es así. La estrategia no es lo que dicen las empresas sino lo que hacen, por tanto existen también aquellas que no la discuten o incluso huyen de ella.

La situación actual exige un giro hacia “conversaciones estratégicas” y no tanto a esas propuestas que se aterrizan con planificación e indicadores fijos y que acaban cayendo en el síndrome de la confirmación. Esto no es nuevo, la estrategia deliberada versus emergente siempre ha existido. El reto está en darle la vuelta a los pesos, el momento actual y muy probablemente futuro amerita a priorizar la estrategia emergente –es decir aquella que reacciona a las oportunidades y retos del momento- en lugar de la deliberada. El actual contexto exige más de exploración que de explotación sobre un entorno estable con unas pautas predefinidas para que nadie se salga del guión.  

La estrategia emergente, aunque pueda parecer lo contrario, es mucho más compleja de implementar que la deliberada. En la deliberada sabemos, supuestamente, dónde vamos y con qué nos vamos a encontrar. Hay indicadores, existe una visión, un plan para tratar de hacerla realidad y es definida por un equipo directivo. Para simplificar podríamos decir que en la estrategia deliberada tenemos un mapa en el que se nos indica claramente el “qué”, el “como” y el “quién”. En la estrategia emergente dejamos de lado ese mapa para pasar a utilizar una brújula. Esa brújula no olvida en ningún momento la misión, visión y propósito de la organización sino que parte de una premisa distinta para hacerla realidad. Asume que no existe un único camino para llegar a hacerla realidad y que conforme avancemos encontraremos diferentes alternativas, a la derecha y a la izquierda, que tendremos que valorar si son válidas o no. En la deliberada esas opciones no se ven, aquí sí.

El balance más adecuado entre el uso de la estrategia deliberada o emergente, entre los mapas y las brújulas dependerá del momento en el que se encuentre la organización aunque algo que el contexto actual parece que ha venido a cambiar es aquello de estrategias emergentes para empresas emergentes –es decir de nueva creación-. Las empresas establecidas caminan por las mismas aguas movedizas y no tienen más remedio que iterar, de manera real, con el mercado y estar sumamente atentas a las oportunidades. Sin necesidad de pensar demasiado nos encontramos estos días de frente con el fenómeno de la inteligencia artificial, algo que parece ha dejado de estar en manos de las organizaciones más tecnológicas para pasar de lleno a estar al alcance de las personas. ¿Estamos teniendo en nuestra organización esa “conversación estratégica” sobre las implicaciones del ChatGPT, por citar un ejemplo, para nuestro negocio?

Ante semejante transformación, algo que gana más protagonismo que nunca es la cultura de la organización. La que integre la resiliencia, la flexibilidad y la adaptación constante al entorno es la que parte mejor preparada para esta transición del plan estratégico definido a la conversación estratégica variable. Esta nueva visión emergente exige salir del despacho de la alta dirección para librarse cada día en el mercado con sus jugadores. El enorme reto actual requiere de la inteligencia colectiva y esa no es otra que la suma de todas las inteligencias que actúan –dentro y fuera- de la organización.  

Por tanto, la estrategia no sólo no puede desaparecer sino que gana más protagonismo que nunca. El momento es emergente y la estrategia también. ¿Emergemos?