Transformación y trabajo del futuro
- Josep Puigvert Ibars
- BARCELONA. Sábado, 24 de agosto de 2024. 05:30
- Actualizado: Lunes, 26 de agosto de 2024. 09:32
- Tiempo de lectura: 3 minutos
Tenemos ya la certeza de que vivimos un periodo de transición que terminará con cambios radicales en el concepto tradicional de “empleo”. Un periodo transitorio cuyo impacto puede ser brutal para los y las profesionales que pierdan sus empleos y que con una alta probabilidad no van a tener acceso a corto plazo a nuevas oportunidades laborales.
Este impacto en el empleo se ha producido en todas las revoluciones que hemos vivido históricamente. Un impacto que, es probable, sea mucho más rápido y brutal en estos momentos. Aunque ya sabemos que va a ser diferente en aspectos relativos a la velocidad (va a ser mucho más rápida), no sabemos si la recuperación se hará de forma acelerada. También desconocemos si se mantendrá la hipótesis (confirmada en los procesos anteriores) de que finalmente se terminarán generando un número de oportunidades suficientes para cubrir los que se hayan perdido inicialmente. No tenemos ninguna certeza sobre los términos en cuanto a volumen y calidad de los empleos que se vayan a crear como consecuencia del propio proceso de transformación.
Lo que está ocurriendo, si no queremos mirar hacia otro lado, es una realidad que no admite engaños. Vivimos una tendencia imparable dirigida a la reducción de los puestos de trabajo (empleos) de calidad (con buenas condiciones laborales y retributivas) y un crecimiento de las oportunidades en sectores como el comercio, el turismo y los servicios, aunque con condiciones más precarias. Aunque nadie conoce qué va a ocurrir realmente en los próximos años todas las previsiones formulan hipótesis relativas a reducciones significativas en el volumen de empleos disponibles que algunos sitúan incluso en el 40% en un plazo realmente corto (tres a cinco años).
Vivimos una tendencia imparable hacia la reducción de empleos de calidad y un crecimiento de las oportunidades en sectores más precarios
Mientras tanto, tenemos algunas certezas que nos pueden llevar a la confirmación de que una parte relevante de estos trabajadores desplazados por la tecnología y los cambios en los hábitos de consumo no podrán ser “recolocables” a corto plazo. Lo ocurrido en el primer semestre de este año con las reestructuraciones en diferentes sectores, incluido el tecnológico, no deja de ser más que la punta del iceberg.
Vivimos en un entorno en el que los principios de un empleo para cada persona y un empleo para toda la vida –unos fundamentos que forman parte de nuestra cultura social– han dejado de ser válidos. A decir verdad, todavía lo son en el entorno de la Función Pública pero sólo para una tercera parte del conjunto de la masa laboral disponible en las sociedades más desarrolladas.
Pero… ¿y si entendiéramos el trabajo de otra manera? ¿Y si la idea de un empleo de ocho horas y con una definición determinada diese paso a otro tipo de prestación? ¿Cómo podemos delimitar las actividades que un ser humano puede o debe hacer? ¿Y si la idea de productividad tradicional vinculada directamente a un tiempo de trabajo, que de hecho siempre ha estado en cuestión, diese paso a otro tipo de aportación cuantificada en función de otros criterios, y eso llevase a que el trabajo se definiese de otra manera?
Hace falta una perspectiva abierta a los cambios estructurales y nuevos paradigmas sociales, y plantearse incluso el debate de cómo repartimos el trabajo humano
Abordar estas cuestiones supone tener una perspectiva abierta a la puesta en marcha de cambios estructurales y a la capacidad de diseñar nuevos paradigmas sociales. Implican desde los entornos educativos y de aprendizaje hasta el diseño de nuevos marcos legales e incluso plantea el debate de cómo repartimos el trabajo humano. Para ello existen fórmulas diversas que al mismo tiempo no son contradictorias entre sí: desde el reparto del trabajo existente (a través de diferentes fórmulas) a la consideración como trabajo de actividades que hoy no lo son (como las realizadas para el mantenimiento y el cuidado familiar), hasta la creación de ocupaciones sociales que permitan acceder a algún tipo de compensación económica. Y es que deberíamos huir del concepto de subsidio tradicional y vincular todas las compensaciones sociales a algún tipo de actividad.
Aunque probablemente la solución final pasará por un mix entre los planteamientos anteriores con otros que, quizás, hoy no somos capaces de visualizar y mucho menos definir. Y ello como consecuencia de plantearnos y encontrar las mejores respuestas a cuestiones como las que siguen: ¿Por qué nos aferramos a la jornada de ocho horas como elemento fundamental de la ecuación? ¿Qué ocurriría si comenzásemos a pensar menos en un cómputo horario y más en términos de productividad obtenida? ¿Podrían generarse nuevos modelos de productividad más flexibles, más equitativos y saludables? ¿Necesitamos un nuevo sistema impositivo que grave de forma diferencial a la robótica y la inteligencia artificial? ¿Cómo podemos crear actividades sociales que no se conviertan en un nuevo elemento de discriminación? Y aún más: ¿Podemos admitir culturalmente la existencia de un determinado porcentaje de ciudadanía a la que vamos a excluir de forma permanente de la posibilidad de disponer de una alternativa laboral? ¿Y qué hacemos con estos colectivos?
Todas ellas son cuestiones que deberían estar en la “cartera” de nuestros líderes. Deberían de ser objeto de un profundo análisis, discusión y debate social. El hecho de que ya existan ámbitos que trabajan sobre ellos no supone, ni mucho menos, que lo sean ni con la intensidad, la velocidad, la influencia y el impacto requeridos.