Me preguntan que por qué, sistemáticamente, los hogares españoles acabamos gastando más de lo que prevemos gastar durante las Navidades. ¿No tenemos ya bien desarrollada y entrenada la capacidad de realizar presupuestos personales y familiares? Si por algo se ha caracterizado este 2023 ha sido por la apremiante e ineludible obligación de afinar el lápiz con el control presupuestario del hogar. La inflación, por un lado, y el aumento del euríbor, por el otro, ha dejado a muchos hogares españoles con unas limitaciones de gasto mensual que únicamente han podido ser cumplidas a base de una planificación sin precedentes.

Estas Navidades muchos han sido los hogares que, siguiendo el patrón del año, han tratado de planificar cuidadosamente el gasto y establecer un presupuesto máximo a las manducas familiares, festines varios, amigos invisibles, Papás Noeles y Reyes Magos que, al final del recorrido a salvar, se imponen como la principal amenaza presupuestaria del hogar. Sin embargo, la mayoría de estudios sociológicos sobre comportamiento, nivel de gasto y reparto de partidas muestran que estamos gastando más que el año pasado.

La gran pregunta es: ¿por qué si hemos sido entrenados, especialmente este último año, para controlar el gasto, durante las Navidades se descontrola? ¿Por qué perdemos la capacidad adquirida estos días de Dios?

La respuesta es muy bestia.

Porque confluyen, simultáneamente y con toda su fuerza, la mayoría de factores que desarbolan al consumidor, a ese Homo Nativitatis que pierde su condición de Homo Economicus en diciembre. A saber.

¿Por qué si hemos sido entrenados, especialmente este último año, para controlar el gasto, durante las navidades se descontrola?

En primer lugar, la presión ambiental. Las luces navideñas en los centros comerciales, las tonadillas musicales que ablandan el corazón del más duro, la decoración… Todo ello nos transporta a recuerdos familiares e infantiles, nos evoca el cariño de nuestros padres y abuelos, el amor que nos demostraron, los momentos más felices de nuestras infancias. Y eso no tiene precio. La presión ambiental es tremenda, propia de parque de atracciones judeocristiano.

En segundo lugar, la presión social. Hacemos lo que vemos, somos gregarios, imitamos los patrones que presenciamos. Cuando uno ve a tanta gente con bolsas de regalos, cuando observa que los demás consumen y regalan, cuando observamos a otra persona que, acertada o erróneamente, juzgamos con menor capacidad adquisitiva que la nuestra adquirir el marisco que este año hemos decidido obviar, nos decimos, cual Milei motosierra en ristre, ¡qué carajo!, y sacamos la billetera y ordenamos al pescadero: ¡guárdeme un langostinos!, y claudicamos, y la comilona supera a la anterior y rebasa con creces el presupuesto que le otorgamos en el sosiego de nuestro hogar, hoja de cálculo de presupuesto navideño, mediante.

En tercer lugar, la presión familiar. Si mi padre se gasta equis en mí, ¿cómo no voy a gastar yo lo mismo en él? Cuando uno sospecha el regalo que el familiar o la pareja ha adquirido para nosotros y sabemos que se ha saltado el acuerdo explícito de euros máximos al que se llegó a inicios de mes ("cariño, acordamos un máximo de ciento cincuenta euros en el otro, ¿vale?"), nos sentimos rácanos y deseamos evitar una situación vergonzosa donde nuestro regalo, frente al ajeno, ha quedado rezagado de forma escandalosa. Durante la Navidad se pone a prueba nuestro amor.

Confluyen, con toda su fuerza, la mayoría de factores que desarbolan al consumidor y el Homo Nativitatis sustituye al Homo Economicus

En cuarto lugar, la presión por la equidad. Quienes tienen hijos sabrán de lo que les hablo. Un padre o una madre establece una regla inviolable. El presupuesto es el mismo para cada hijo. A ver, que si uno de ellos tiene menos de dos años, no se entera y esta regla te la puedes saltar. Pero a partir de los seis años, los niños abren regalos con un ojo puesto en el que está abriendo su hermano. ¿Qué sucede? Pues que es un sudoku cuadrar esa equidad. Cuando se suman los tickets y se comprueba, dos días antes de la llegada de sus Majestades de Oriente, que un hermano recibe cincuenta euros más que otro y que el benjamín está incluso a setenta euros de sus otros dos, el sentido de equidad puede más que el límite presupuestario, se coge la VISA y se va uno al centro comercial a buscar dos productos que resuelvan la desigualdad filial. La redistribución de la riqueza y la igualdad social imperan en cada casa.

Por último, la presión temporal. Hoy es Navidad. Mañana no lo es. Hoy son los Reyes Magos. Mañana, es tarde. O ahora o nunca. Porque las Navidades de 2024 quedan demasiado lejos como para corregir cualquier error. Y ante la duda, se compra. No sea que uno ha dejado pasar las fiestas, dándole más importancia a su cuenta corriente que al amor.

Feliz Navidad a todos.