Trump rompe el juego, no solo alimentario

- Tomás García Azcárate
- MADRID. Miércoles, 26 de marzo de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 3 minutos
Seguramente, cuando usted sufrido lector lea este artículo, ya estará desfasado. Los acontecimientos se precipitan, las decisiones son imprevisibles y nuevas (malas) noticias pueden haberse producido entre el instante en que lo termino y el momento en el que ON ECONOMIA lo publica.
El presidente Trump está como elefante en una cacharrería. La mejor imagen que se me ocurre con sus aranceles (los impuestos, los anunciados, los retirados, los vueltos a anunciar, los aumentados y los disminuidos) es el de un jugador de billar americano que está dando inicialmente a una bola, pero que mueve todas las que están encima de la mesa. Por lo menos para mí, las trayectorias de todas estas son imprevisibles.
Lo mismo pasa con los aranceles. Por supuesto, hay cosas que sabemos. Un arancel a nuestras exportaciones afectaría a muchos productos, en primer lugar nuestro aceite de oliva y nuestros vinos. Los Estados Unidos son el primer mercado de exportación, fuera de las expediciones a los restantes Estados miembros de la Unión Europea, para nuestros alimentos y bebidas, con ventas por 3.500 millones de euros (un tercio por el aceite de oliva) y el séptimo socio comercial.
Los efectos inducidos
Pero luego están las distintas olas de efectos indirectos. Con el aumento de la inflación, la Reserva Federal tendrá una política monetaria más restrictiva, lo que impactará el Producto Interior Bruto. Las bolsas ya están reaccionando, a la hora de escribir este artículo, negativamente dañando el ahorro de los consumidores y las pensiones de los jubilados. En cambio, el dólar se está debilitando, favoreciendo sus exportaciones y dificultando las importaciones.
La bajada del dólar, y subida correspondiente del euro, impacta el mercado del petróleo, provocando un aumento de las cotizaciones en dólares, aumento que se limita por el menor crecimiento del PIB.
Seguimos con los efectos inducidos. Los nuevos aranceles provocan respuestas de los otros países. Ya conocemos las primeras medidas chinas y europeas. Afectan (entre otros) a las carnes de cerdo y pollo, a los cereales y a la soja. Deberían provocar un desplazamiento de sus importaciones, favorables a Brasil y Argentina y, en alguna medida, España para las carnes.
Un arancel a nuestras exportaciones afectaría a muchos productos, en primer lugar nuestro aceite de oliva y nuestros vinos
La esperable subida de los alimentos para el ganado suramericanos encarecería nuestras importaciones (efecto negativo para nosotros), y provocan una bajada de las cotizaciones del maíz y soja de los Estados Unidos, como ya refleja la bolsa de Chicago, que golpea a los agricultores americanos votantes republicanos en su gran mayoría. El efecto bumerán existe.
Si no hubiera medidas de retorsión europeas que afecten a las importaciones de soja de los EE. UU., esto desplazaría nuestras compras hacia productos de los Estados Unidos más baratos (efecto positivo). Pero como las hay, la soja forma parte de la lista de sanciones europeas, con lo que el efecto depresivo sobre los precios internos americanos se vería acrecentado.
Esta subida de los precios de los alimentos para el ganado va a encarecer el coste de producción de la carne de pollo y cerdo, tanto en América Latina como en Europa (efecto negativo). Las sanciones chinas abren oportunidades de mercado para todos en China (efecto positivo), pero el aumento del precio impactará la demanda potencial de sus consumidores. En el año 2024, el mercado chino fue el primer mercado en volumen de las exportaciones españolas de porcino, por más de 1.066 millones, aunque con una bajada del 10% con respecto al anterior.
Efectos económicos
La guerra de aranceles, y la acrecentada incertidumbre, debería tener un impacto negativo sobre el crecimiento mundial y de la zona euro, en especial sobre el gran enfermo de Europa, Alemania, que no necesitaba de esta tensión suplementaria.
Una Europa estancada, una Alemania enferma, justifica una política monetaria menos restrictiva por parte del Banco Central Europeo (efecto positivo) pero impactará negativamente nuestras exportaciones alimentarias y el turismo (efecto negativo sobre nuestra economía), que se acrecentaría con el encarecimiento del euro como la disminución del crecimiento mundial. Todo ello impactaría negativamente la demanda externa (e interna) de nuestros productos agroalimentarios, hoy (¿todavía?) una de las macromagnitudes positivas de nuestra economía.
Más inflación dañaría la renta disponible de los hogares norteamericanos y endurecería la política monetaria de la Reserva Federal, con un efecto negativo suplementario sobre la demanda de nuestros productos y nuestras exportaciones.
La era de la incertidumbre
Este el título de un magnífico libro de John Kenneth Galbraith. Este título era plenamente acertado en 1977, cuando Galbraith escribió el libro, pero lo es aún mucho más hoy, cuando los cimientos del mundo que conocemos, construidos tras la Segunda Guerra Mundial, se están tambaleando.
Podemos, por lo tanto, concluir que las consecuencias de la nueva política implementada en los Estados Unidos son totalmente imprevisibles.
Asoman tiempos difíciles en los que sería aún más necesario que nunca un auténtico Pacto de Estado para nuestra alimentación
Pero sí que sabemos que aranceles, incertidumbres, anuncios varios, guerras comerciales, guerras reales e inflación forman un cóctel explosivo negativo, en particular para un país que es, al mismo tiempo, exportador de productos agroalimentarios y dependiente del turismo.
Hoy la mitad de los alimentos que producimos se vende fuera de nuestras fronteras y una parte significativa de nuestra demanda interna es generada por el turismo.
Asoman tiempos difíciles en los que sería aún más necesario que nunca un auténtico Pacto de Estado para nuestra alimentación, la española y la europea. Una Europa que busca con razón su autonomía estratégica debe pensar no solo en armamentos y capacidad industrial, no solo en redes sociales e inteligencia artificial, sino incorporar como variable de primer orden en la ecuación su alimentación.