Unicornios con patas de barro
Crecer por crecer. Nos lo creemos. Lo aplaudimos. Invertimos. Hasta que estalla

- Rat Gasol
- Olèrdola. Martes, 15 de abril de 2025. 05:30
- Actualizado: Martes, 15 de abril de 2025. 07:44
- Tiempo de lectura: 4 minutos
Hay criaturas que habitan el territorio del sueño, seres que no se dejan ver, pero que todo el mundo dice haber visto. El unicornio es uno de ellos: misterioso, perfecto, sublime. Un caballo del color de la leche más pura, con un solo cuerno, símbolo de una belleza inalterable y de una magnificencia que se resiste a la corrupción del tiempo. Dicen que su paso es ligero y silente, y su existencia, nunca confirmada, nutre todo de leyendas y fantasías. El unicornio no tiene prisa. No compite. No lucha. Simplemente, es. Y en esta figura etérea proyectamos un deseo humano profundo por todo lo extraordinario e inalcanzable…
Pero, como suele ocurrir, cuando las personas convertimos los símbolos en estrategias de marketing, los resquebrajamos. Nos apropiamos de la metáfora y la prostituimos. Así es como el mundo empresarial decidió coronar como “unicornios” a aquellas compañías que alcanzan una valoración de más de mil millones de dólares sin haber salido a bolsa. Y lo hizo con un tono de admiración reverencial, como si estas empresas fueran creaciones mitológicas, excepcionales y casi divinas. Les hemos puesto alas, filtros de LinkedIn y discursos TED. Las hemos convertido en el epítome del éxito. Porque tenemos esa obsesión casi enfermiza de etiquetarlo todo: las tormentas, las guerras, las catástrofes… y también los delirios colectivos. Los unicornios empresariales no son sino una fantasía. Un espejismo construido con el barniz de la ambición y la trampa del crecimiento vertiginoso y desmedido.
Los hemos convertido en el epítome del éxito. Pero los unicornios empresariales no son sino una fantasía. Un espejismo construido con el barniz de la ambición y la trampa del crecimiento vertiginoso y desmedido
Pasan los años y todavía vivo con perplejidad mi entorno, la estupidez y el sinsentido del mundo en el que vivimos. Me sorprende y me inquieta la capacidad que tenemos de idolatrar a determinadas compañías únicamente por el hecho de vestir esta etiqueta mágica. La palabra unicornio ahoga la mirada crítica y transforma en admirable lo que, a menudo, es solo una fachada frágil y fácilmente rompedora. ¿Cómo podemos celebrar modelos empresariales que, en determinados casos, basan su éxito en la precarización de las condiciones laborales y en la renuncia a valores más elementales? Nos fascina la cifra, el relato del crecimiento exponencial, pero olvidemos el precio que demasiadas veces se oculta tras el escenario: sueldos irrisorios, jornadas infinitas, falta de derechos. Y aplaudimos. Y compartimos. Y recomendamos.
Pero, ¿qué esconde realmente ese título mágico? ¿Qué hay detrás de este cuerno dorado?
Hemos normalizado empresas que acumulan cientos de millones en pérdidas anuales, que viven endeudadas hasta la última neurona, pero que se presentan como modelos a seguir
Los unicornios modernos a menudo son empresas jóvenes, impulsadas por fondos de capital riesgo con una única obsesión: crecer. Crecer para crecer, como si esto fuera sinónimo de sostenibilidad o éxito real. Nos hemos tragado la falacia. La falacia de que la escala justifica el desequilibrio, que la expansión puede preceder a la rentabilidad indefinidamente. Y en aras de esta visión distorsionada, hemos normalizado empresas que acumulan cientos de millones en pérdidas anuales, que viven endeudadas hasta la última neurona, pero que se presentan como modelos a seguir. Nos lo creemos. Lo aplaudimos. Invertimos.
Pero no hay magia en estas estructuras. No hay unicornios. No hay polvos de estrella ni caminos de luz. Existen potentes estrategias de marketing, narrativas bien construidas y una burbuja de expectativas nutrida por el capital especulativo. El éxito no está en el modelo, sino en la seducción. Seducir a inversores, medios, consumidores e instituciones. Y una vez cautiva a la audiencia, el espejismo se puede alargar años. Hasta que estalla.
No tienen un modelo de negocio rentable. Viven de la financiación externa, de rondas de inversión que se convierten en un fin en sí mismo
Veámoslo de cerca: muchos de estos unicornios, especialmente en el ámbito de la tecnología, no tienen un modelo de negocio rentable. Viven de la financiación externa, de rondas de inversión que se convierten en un fin en sí mismo. Sin beneficios, no hay milagro. Estamos frente a un artificio. Y es ahí donde comienza la falacia.
Los trabajadores de estas empresas a menudo viven inmersos en una cultura del éxito tóxica, donde lo único que importa es la velocidad. La precariedad se disfraza de flexibilidad. La presión, de pasión. El agotamiento, de compromiso. ¿Los valores? Solo chinchetas en la pared. Y mientras la dirección engorda con primas estratosféricas o se vende acciones antes del naufragio, el resto del equipo se queda con la promesa de un equity y de un multiplicador que nunca llegarán a materializarse.
Quizás no hacen falta más unicornios. Quizás necesitamos más camellos. Empresas resilientes, sobrias, capaces de sobrevivir en entornos hostiles sin litros de líquido externo
Lo más perverso es cuando todas las esferas presentan este modelo como inspirador. Nos dicen que hay que soñar a lo grande. Pensar en exponencial. Buscar el próximo unicornio como si fuera una vocación inevitable. Pero quizás no hacen falta más unicornios. Quizás necesitamos más camellos. Empresas resilientes, sobrias, capaces de sobrevivir en entornos hostiles sin litros de líquido externo. Empresas con valores reales y no con burbujas de aire caliente.
La mitología empresarial ha convertido el crecimiento acelerado en una virtud inapelable, a pesar de que ninguna ley natural estable que crecer rápidamente es más ventajoso que crecer bien. De hecho, a menudo este crecimiento enmascara una ausencia absoluta de cimientos. Sin clientes fieles, todo se tambalea. Si una empresa crece a doble dígito, pero tiene una base de clientes inestable, costes de adquisición desmedidos y ninguna fidelización palpable, lo que tenemos es una bomba de relojería.
Desnudar la fábula del unicornio significa exigir responsabilidad, coherencia y resultados tangibles
Desmontar el mito del unicornio no significa negar la innovación o el talento. De hecho, soy una firme defensora de nuestra capacidad innovadora y del espíritu emprendedor que nos lleva a las ideas realidades. Desnudar la fábula del unicornio significa mirar nuestra realidad con los ojos limpios. Exigir responsabilidad, coherencia y resultados tangibles. Dejar de venerar símbolos y empezar a analizar estructuras. Porque el mundo no necesita más magia de humo. Necesita proyectos sólidos. Valientes. Humanos.
Quizás ha llegado la hora de hablar de un nuevo marco, de un nuevo patrón. De empresas que no engorden su valoración para sentirse relevantes. Que no vivan para cerrar rondas, sino para abrir oportunidades. Que no persiga a titulares, sino impacto real.
Los enaltecemos para crecer aceleradamente, pero quizá habría que preguntarnos a quién pisan por el camino.