El hidrógeno verde no es fácil de explicar y ni siquiera los químicos que conocen sus secretos tienen claro el alcance de su futuro en el mapa de las energías renovables en medio del fervor de inversión que ya está moviendo miles de millones en España. Lo que sí que tienen claro es que "la apuesta ya está tomada" y que "va a tener un papel importante", palabras de Julio Lloret, químico y uno de los fundadores de Jolt, start-up catalana que ha inventado una tecnología para los electrolizadores con la que pretende mejorar la producción y la eficiencia de hidrógeno. Después de una inversión inicial de 400.000 euros, cerró en junio una ronda de financiación de 6 millones de euros en la que participaron Ship2B Ventures, Climentum Capital y Axon Partners Group, cifra algo inferior a los 5 millones que esperan facturar el año que viene, cuando esperan poner en marcha su planta de producción en L'Hospitalet, según explica Arturo Vilavella, director de operaciones de la empresa.
La startup catalana, nacida al calor del Institut Català d'Investigació Química (ICIQ), partió del descubrimiento de otro químico fundador de la empresa, Alberto Bucci, que explica entre las probetas y electrodos de la institución en qué consiste. "Para separar las moléculas de agua, las de oxígeno a un lado y las de hidrógeno en otro, que nos darán energía, es necesario una descarga energética. El electrodo que recibe la corriente y el catalizador que separa las moléculas son las claves de este proceso. Y estamos recubriendo el catalizador con una pintura industrial que es 'nuestra fórmula de la Coca-Cola' que hace que dure más tiempo y funcione mejor y que, por tanto, el hidrógeno cueste menos energía y sea más eficiente y más barato", desarrolla.
Tanto Bucci, químico e investigador de posdoctorado en ICIQ, como Lloret, también químico y líder de investigaciones y profsor en el mismo Instituto, como Vilavella, ingeniero químico, son científicos aventurándose en el mundo empresarial. Pero es este último quien, con un máster en Esade y experiencia en liderazgo de producción y dirección de operaciones en laboratorios Grifols y Bofill, respectivamente, quien lleva la voz empresarial, a la espera de que se mude a España el CEO de la empresa, Leon Rizzi. En un negocio aún por arrancar y en fase de despliegue industrial, pero ya con viabilidad garantizada en los primeros años, los clientes que compren esta tecnología están aun por cerrar, pero existen "cartas de interés" de potenciales compradores, mayormente internacionales, que hacen confiar al equipo en una facturación cercana a los cuatro millones de euros en poco tiempo, y emplear a unas 20 personas, en la planta de L'Hospitalet de Llobregat que debe empezar a funcionar el año que viene, para fabricar unos 20.000 metros cuadrados de electrodos, que podrían llegar a ser 60.000, revestidos de pintura al año.
Para estos científicos emprendedores, las relaciones entre la institución pública y lo privado son clave, y una muestra de cómo la inversión pública en I+D puede acabar transformándose en actividad económica. "De hecho, hemos firmado un acuerdo de transferencia tecnológica con el ICIQ de que ellos son propietarios de la patente y van a cobrar unos royalties por lo que vendamos", aclara Vilavella. "Es una forma de devolver a la institución pública una inversión que no es solo estos años de investigación, sinó también la formación de todo el personal que trabajará en estas compañías, que es donde hacemos el mejor papel. Para eso necesitamos estar haciendo investigación", se esplaia Lloret. "A veces suceden estas cosas, investigación de frontera que se puede llevar al mercado. Es un camino que se transita menos de lo que nos gustaría pero que se nos transita", completa.
Relación público-privada
La relación con la subvención pública estatal, en cambio, no ha sido tan exitosa. Jolt recibió 100.000 euros de ayudas de Acció del programa Startup Capital y una línea de crédito con Avança, de la Generalitat, pero no pudo optar a los Proyectos Estratégicos para la Recuperación y la Transformación Económica, PERTE, pese a su gran foco en la transición energética. "Era complicado entrar en las empresas que puedan recibir ayudas porque éramos empresa de nueva constitución y los requisitos financieros eran prácticamente igualar en aval lo mismo que recibes de dinero público", explica Vilavella. "Han descuidado lo que hace falta. Más innovación, sacar investigación propia al mercado para marcar la diferencia. Si no, tendremos que comprar tecnología fuera. Si lo que queremos es correr, está bien. Pero hay que sembrar bases para que dentro de 15 años la tecnología sea nuestra", aporta Lloret, el único con ganas de dar guerra en este sentido.
"Hay empresas que nos han pedido exclusividad, pero no nos interesa", explica Vilavella, que aclara que la primera planta será "una fábrica piloto" que automatiza el proceso de fabricación y empieza a darle escala, "pero no a la escala que prevemos que será necesaria de aquí a dos o tres años". O sea, que las perspectivas de crecimiento, si la tecnología funciona y tiene éxito, pueden ser muy altas.
Los mismos científicos, en concreto Bucci, reconoce que "no se puede vender el hidrógeno verde como la gran panacea para todo", pero al mismo tiempo se muestran convencidos de que su crecimiento será imparable. Es decir, no cabe imaginarse que a corto plazo todo va a ir a hidrógeno, como pudo parecer en el fervor inversor en hidrógeno que desató en España el Gobierno y las empresas energéticas y la aprobación del corredor de hidrógeno verde H2Med entre Portugal, España y Francia. Pero la investigación y sus múltiples usos sí que deben marcar, están convencidos, un papel clave en la descarbonización. "Uno de los mayores usos del hidrógeno verde será para el amoniaco verde, que puede no ser muy útil para los coches, pero solo con el uso que se le puede dar en fertilizantes ya es un potencial enorme. El amoniaco lo utilizamos para muchísimas cosas", alerta Bucci.
España como referente del hidrógeno verde
"El hecho de que tengamos sol y viento sitúa a España en una posición privilegiada para producir y transportar hidrógeno, porque estamos a las puertas de Europa y tenemos acceso a capacidad técnica y de ingeniería. Si utilizamos hidrógeno en casa para almacenar energía fotovoltaica no utilizada, por ejemplo, o la producimos cerca de la energía solar y la eólica, tiene un potencial enorme", abunda Lloret. La clave del hidrógeno verde es que no es una fuente de energía en sí, sinó una práctica -aunque todavía demasiado cara- forma de almacenarla y transportarla.
Seguramente tarde o no sea el vector energéctico ideal para el transporte urbano, si bien ya existe un coche de hidrógeno, el Toyota Mirai, que permite recorrer 600 quilómetros por 25 euros, "tendría que desplegarse una gran red de hidrogeneras en lugar de gasolineras, podría llevar 20 o 30 años", estima Bucci. Pero los investigadores sí que confían mucho en su potencial para fertilizantes, para la fabricación de acero y para el transporte pesado de mercancías, con el debate científico y económico todavía muy abierto.
El hidrógeno como solución energética no es nueva, lo novedoso es ver en esa solución a partir de eólica y fotovoltaica parte del futuro de las renovables y un gran potencial para la economía española. Con un elevado coste, una ocupación de espacio elevada e incómoda (dos gramos de hidrógeno ocupan 22,4 litros) y fuertes competidores en el mundo de las renovables, como los biocombustibles en el sector marítimo, la electricidad en los automóviles o aviones de pequeños recorridos o los SAF en el sector aéreo, la investigación que consiga disminuir su precio y aumentar su eficiencia será una de las claves para determinar su potencial, que todavía es imposible de calcular.
Ahí es donde entran empresas como Jolt, que desde universidades -en este caso- públicas desarrollan investigaciones que luego van al sector privado y se convierten en negocios, inversión, facturación y beneficios al servicio de la descarbonización. Abren, además, la puerta a que su electrodo se utilice para otros procesos de electrólisis o separación de moléculas, como la fabricación de amoníaco o la clorificación del agua.