Disparos a plena luz del día en la Barceloneta. Las pistolas eran de agua y por supuesto no hubo nada parecido a un herido, pero eso poco importó: la imagen de los chorritos dio la vuelta al mundo y puso el turismo masivo de Barcelona de nuevo en el centro de la agenda. Hoteleros y activistas coinciden esta vez (aunque discrepen en las formas y vías alternativas): el turismo ha tocado techo. Pero decrecer, apuntan los expertos, puede afectar sobre todo a los más vulnerables que perderían empleos. ¿Estamos preparados?

De entrada, nadie cuestiona la importancia del turismo para la economía española -con un 11,6% del PIB y 2 millones de puestos de trabajo, el 9,3%-, que le ha impulsado al mejor desempeño económico de la Eurozona, catalana (12,8% del PIB y 538.000 ocupados, el 14,2%, 150.000 de ellos en Barcelona, cuya economía depende en un 7,3% del Producto Interior Bruto. 

Pero tampoco existe ya casi nadie que cuestione sus impactos negativos. Un argumento favorable al decrecimiento turístico, pero este a nivel global, es el de la gran cantidad de emisiones de CO2 que genera. Los viajes en avión y el transporte marítimo, pendientes de su descarbonización, representan un 22% de las emisiones vinculadas al transporte, que a su vez produce un 23% de las emisiones mundiales. Los viajes turísticos, así pues, suponen el 5% de las emisiones totales y no existe ahora mismo otra forma de reducir sus emisiones que con decrecimiento. 

Vivienda

En materia de vivienda, Alberto Hidalgo, economista experto en economía urbana y turismo en la Universidad de Lucca, en Italia,  concluye que “una vivienda turística o un hotel más es una vivienda menos, por lo que podemos concluir que disminuye la oferta y el precio de la vivienda sube con el turismo”. 

Barcelona, con 1,6 millones de habitantes y 12 millones de turistas al año, es, en pugna con San Sebastián y Madrid, y con Palma a la zaga, la ciudad más cara para alquiler en España. El precio medio de una vivienda de alquiler es de 18 euros el metro cuadrado, con lo que un piso de 50 metros valdría 900 euros y 1.800 uno de 100, en una media que cuenta barrios más baratos y menos turísticos. En la turística Ciutat Vella, el precio alcanza los 24,5 euros por metro cuadrado, o sea 2.400 y 1.2000 euros respectivamente por viviendas del tamaño anteriormente comentado. 

Ante esa realidad, el Ayuntamiento de Ada Colau aprobó una moratoria para no abrir hoteles en el centro de la ciudad que se terminó en diciembre del año pasado y limitó las licencias de pisos turísticos. Los precios del alquiler siguieron subiendo descontroladamente. Collboni, que levantó la moratoria hotelera, ha anunciado recientemente que cerrará los 10.000 pisos turísticos de la ciudad en 2028, acogiéndose a un decreto del Govern y con tal de mejorar un parque de vivienda residencial que actualmente es de 827.557 inmuebles, 695.771 de ellas viviendas habituales.

Dos vecinas de Barcelona disparan agua a turistas en la manifestación del pasado sábado. Fotografía: Lorena Sopena - Europa Press

La limitación a los pisos turísticos, que contenta además a un sector hotelero que perderá competencia, “debe ayudar a oxigenar el mercado de la vivienda” desde una óptica de decrecimiento, “si reduces la oferta en principio tendrás menos visitantes y más vivienda”, apunta Aleix Calveras, investigador especializado en economía del turismo. 

Las medidas del Ayuntamiento y de Catalunya para regular no solo el piso turístico, sino el de temporada, ven también ahora un eco en el Gobierno español, que quiere crear un registro de este tipo de vivienda de cara al año que viene y poner coto a dos modelos que aumentan el precio del alquiler. El temporal, advierten las administraciones, debe estar destinado a estudiantes, investigadores y trabajadores que pasan un tiempo en la ciudad. 

Más allá del riesgo a la picaresca que pueda sortear estas medidas, la limitación de las viviendas turísticas y de uso temporal tiene dos peligros más. Uno, “que no puedes saber lo que hará el propietario cuando deje de tener el piso como turístico”, apunta Calveras. “¿Lo venderá a un turista que lo tendrá como segunda residencia, como sucede en Baleares? ¿A un expat? ¿Lo pondrá realmente en alquiler?”, se pregunta. 

Los expertos coinciden en que la regulación de pisos turísticos es positiva, pero apuntan a que por sí sola no hará caer los precios del alquiler

El otro es que se trata de una “medida insuficiente”, porque la cantidad de personas que quiere vivir en grandes ciudades como Barcelona y el área metropolitana, focos de atractivo económico, educativo y social, también tensiona el mercado inmobiliario con un efecto de onda expansiva que llega a ciudades del área metropolitana. El área metropolitana de Barcelona, con 3,3 millones de habitantes, concentra casi la mitad de la población de Catalunya, que cuenta con 7,7 millones de habitantes. 

Así pues, las medidas de coto a la vivienda turística pueden servir para aliviar la sensación de colapso de determinadas zonas, pero en términos de vivienda deberá ir acompañada de otras medidas como la promoción de vivienda social y asequible, a la espera de que la regulación de precios aprobada recientemente tenga también un efecto en el alquiler de Barcelona, ante el rechazo de las patronales. 

Empleo 

Más allá de la vivienda, el turismo cuenta con otro problema asociado a la calidad y estabilidad del empleo: genera trabajos de poco valor añadido, bajos sueldos y unos beneficios concentrados en los grandes empresarios del sector hotelero y los propietarios de pisos turísticos. Mejorar las condiciones laborales del sector y reemplazar esos empleos por otros con mejores condiciones en caso de decrecimiento turístico son dos retos mayúsculos. Los pequeños bares y comercios no siempre aspiran a grandes márgenes por los elevados precios del alquiler de los locales. 

Con cifras de 2022, tan solo el 44% de los empleos turísticos son indefinidos (poco menos de dos millones de empleos), por un 55,7% de temporales, 2,5 millones, en España. Un 37% de los contratados no tienen educación secundaria, mientras que un 35% tan solo ha estudiado secundario, dejando un hueco de tan solo un 17% de los trabajadores con educación superior, algunos de ellos sobrecualificados. 

Con horarios muy desfavorables para la conciliación y trabajo los fines de semana, el empleo turístico ofrece además salarios muy bajos. Tras una mejora por las subidas del salario mínimo y por el elevado número de vacantes, el sueldo del sector turístico sigue siendo un 4,7% inferior a la media nacional, al llegar a los 23.863 euros anuales, pero los sueldos de camareros son muy inferiores y rondan los 16.000 euros anuales, eso sí con cifras del INE de 2022. 

Protesta frente a un hotel. Fotografía: Europa Press

“Los salarios ya están subiendo y deben subir más”, defiende Alberto Moreno, que aboga por una solución más basada en un cambio de paradigma que en un decrecimiento radical. “Si mejora la calidad del turismo, un turismo que gasta más y es más exigente, también mejoran las condiciones laborales y el valor añadido del empleo”, reflexiona. 

Moreno recuerda además que “el turismo es un problema en lugares muy puntuales y en temporadas concretas, en otros hay un potencial de que crezca y donde puede ayudar a la economía local”, por lo que apuesta por una mayor dispersión del turismo, dejando de fomentar los lugares masificados y potenciando las temporadas bajas. 

Una de las medidas en la que coinciden expertos para reducir el impacto negativo del turismo en las ciudades masificadas y, en cambio, puede repartir mejor sus beneficios económicos es la tasa turística, que en Barcelona es actualmente de entre 0,22 y 4,40 euros por noche en función de la categoría. Hay margen para subirla, coinciden los expertos Calviá y Moreno. Y los beneficios, coinciden los expertos, no deben ir destinados a la promoción turística, sino a otras actividades. 

Reconversión

Existe la duda de que realmente estas medidas deriven en un decrecimiento turístico real, al tiempo que asusta una cierta dependencia de esta actividad económica que además impide la proliferación de otras. Pero además existe la gran pregunta, en lugares saturados como Barcelona o Mallorca, de qué actividad puede reemplazarla si su peso en el PIB empieza a caer. “Es imposible saberlo de antemano”, coinciden varias voces expertas, recelosas de que la política industrial tenga peso en esa sustitución. 

“Cuando la actividad turística empiece a cesar, los edificios comerciales vinculados al turismo abrirán paso a otros, pero no se puede saber cuáles”, apunta Juanjo Ganuza, catedrático de economía en Funcas que ha publicado un estudio reciente sobre política industrial, de la que recela “excepto en momentos de fallos de mercado”. “No corresponde al estado prever qué actividades deben ocupar su lugar si este decae”, completa, si bien apunta a que el sector público sí que puede dinamizar la economía invirtiendo en sanidad, educación o infraestructuras.

Calviá cree que “a una ciudad como Barcelona, no debe costarle mucho reemplazar el turismo por otras actividades económicas, pero a lugares como Mallorca les puede costar más”. 

Manifestación contra el turismo masivo en Barcelona. Fotografía: Lorena Sopena / Europa Press

El consenso sobre el elevado peso del turismo en la economía española coincide con un clamor europeo y español, guiado por el informe Letta, sobre la necesidad de una industria más fuerte. En un contexto “diferente, donde ha regresado la competencia entre países, los aranceles y los incentivos a la industria”, apunta Ganuza, cierto estímulo de la actividad industrial podría tener sentido, aunque él es de entrada receloso. 

Apunta Ganuza además que “el turismo es un sector intensivo en mano de obra, requiere de muchos trabajadores” y coincide con Alberto Moreno en que una pérdida sustancial de actividad turística “perjudicaría sobre todo a los trabajadores más vulnerables”. 

El turismo es intensivo en empleo y una caída de actividad turística podría perjudicar sobre todo a los trabajadores más vulnerables

“En general, no creo que la política industrial activa sea eficaz”, defiende Ganuza. Esfuerzos públicos en Catalunya como el de atraer a la fábrica de microchips de Lotte o a la automovilística Chery apuntan en esa dirección de diversificar la economía catalana, que con todo cuenta con un 21% del PIB dedicado a la industria, por encima del 15% español. 

Reconoce Ganuza que España y Europa viven “una tormenta perfecta” que apunta hacia una reconversión industrial y recuerda que “se han multiplicado por 10 las ayudas que ha dado Europa” a las empresas. Pero insiste en no vincular este crecimiento a ocupar el lugar del turismo, al que “no hay que estigmatizar”. Con un paro del 9,48% en Catalunya y de un 11,7% en España, hay márgenes de crecimiento sin desplazar al turismo. 

Las energías renovables, fuentes de luz barata para la industria, podrían sumar atractivo a Catalunya, que genera el 14% de su energía con renovables, cinco veces menos que el resto de España. Pero el desafío de la reindustrialización es tan capital que todo apunta a que tan solo se podrá competir con políticas coordinadas europeas. 

El reemplazo de la actividad turística, si decae, no debe ser complicado en una ciudad como Barcelona

Mientras tanto, Moreno aboga por “reconvertir el atractivo turístico en un atractivo laboral de trabajadores altamente cualificados como ha hecho Málaga”. En ese escenario, al que Barcelona y su 22@ también se han apuntado, surgen, sin embargo, nuevas sombras. El primero, que según apuntan los expertos no parece que los trabajadores del turismo puedan ocupar esos nuevos puestos del sector tecnológico, o al menos no dar trabajo a todos ellos. 

Y el segundo, que el fenómeno de los expats o nómadas digitales, que vienen a Barcelona atraídos por el clima y los bajos precios, ya está también generando presión en el sector inmobiliario al generar una doble escala salarial y presionando a los comercios de barrio hacia una reconversión con productos de precios más altos.