El año 1888 está marcado con letras de oro en Barcelona. Aquel año se celebró la Exposición Universal, que fue un gran revulsivo para la ciudad. Se trataba del primer gran acontecimiento que situó a la capital de Catalunya en el mapa mundial -cómo lo haría posteriormente la Exposición Internacional de 1929, el Congreso Eucarístico de 1952, los Juegos Olímpicos de 1992 y, a su manera, el Foro de las Culturas de 2004-. El epicentro de la exposición fue el recinto resultante del derribo de la fortaleza de la Ciutadella, donde se situa el parque del mismo nombre y donde se mantuvieron algunos edificios, como el Arsenal, actuals Parlament de Catalunya, o se construyeron de nuevos, algunos de los cuales todavía permanecen, como el Castell dels Tres Dragons y el Hivernacle. Con todo, la mayoría de pabellones desaparecieron una vez acabada la exposición.
Ahora bien, aunque muchos pabellones no pasaban de ser espacios multifuncionales sin especial valor, es cierto que la exposición de 1888 supuso un momento de eclosión constructiva que nos ha dejado como herencia obras como las que sobrevivieron en el parque de la Ciutadella o el Arc de Triomf, que era la puerta de entrada al recinto expositivo. Con todo, también fueron muchos los edificios construidos expresamente para la exposición que posteriormente fueron derribados, una costumbre habitual de la época -recordemos que el año siguiente, en 1889, se construyó en París la Torre Eiffel, un reclamo de la Exposición Universal de aquel año en la capital de Francia que también tenía que ir al suelo-.
Entre estos edificios construidos con motivo de la exposición de 1888 y posteriormente desaparecidos y que merece un lugar de honor en una eventual guía de la Barcelona perdida, se encontraba el Hotel Internacional, un establecimiento hotelero con una singularidad muy específica: fue construido en menos de dos meses, en concreto, en 53 días, y disfrutó de una vida breve, ya que fue derribado poco después de finalizarse la Exposición del 88. Un detalle nada menor, además, es que fue edificado por el arquitecto Lluís Domènech i Muntaner, el cual dos décadas más tarde se convertiría en el gran exponente del modernismo barcelonés, autor del Palau de la Música Catalana y del Hospital de Sant Pau, además de la Casa Navàs de Reus.
El Hotel, construido en el puerto de Barcelona, fue concebido como una obra efímera destinada a acoger a los visitantes más notables de la exposición -se calcula que todo el certamen supuso la llegada de más de 400.000 visitantes de todo el mundo-, a los cuales se les quería ofrecer un establecimiento con todos los requisitos de lujo de la época y que serviría para complementar la oferta hotelera del momento. El resultado constructivo fue una obra monumental, "una planta rectangular de 150 metros de largo, 35 de ancho y 24 de alto, con una superficie construida de 5.250 m² repartida entre la planta baja, el entresuelo y tres pisos, más cuatro torres cantoneras con un piso más de altura y coronadas con cúpula", según recogen Raquel Lacuesta Contreras y Xavier González Toran en la obra El modernisme perdut. La Barcelona antiga (Editorial Base, 2013).
Un 'time-lapse' frenético
Los tempos de construcción deslumbrarían a cualquiera, incluso 130 años más tarde: el 5 de diciembre de 1887 empezaron las obras, con un ejército de más de 800 obreros que, a partir de enero trabajaban las veinticuatro horas del día, en tres turnos de mañana, tarde y noche, este último con la ayuda de potentes focos. El 14 de febrero la construcción se dio por acabada para empezar a trabajar en los acabados de los interiores, que constaban de 600 habitaciones más 30 apartamentos. El 5 de abril se inauguró oficialmente y los primeros huéspedes se pudieron instalar el 12 del mismo mes, solo cuatro días después del inicio de la exposición. Si en aquella época se hubiera podido hacer lo que ahora denominamos un time-lapse, habría sido uno de los más sorprendentes y frenéticos de la historia.
Ahora bien, el hotel fue víctima de la rapidez con que fue construido. Según relata Josefina Romero en el libro Hotels de Barcelona (Albertí Editor, 2024), "la rapidez en la construcción provocó algunos problemas en las instalaciones, hecho que la revista satírica L'esquella de la Torratxa aprovechó para hacer numerosos chistes". En todo caso, a pesar de la magnificencia del aspecto, la espectacularidad de la construcción y el hecho de que no se ahorraron detalles decorativos como los más de 1.000 paneles esgrafiados, el edificio estaba pensado, ya de salida, como efímero, y por eso los mismos materiales utilizados no tenían suficiente calidad para una obra duradera. Además, en vez de cimientos se optó por asegurar la obra con una malla metálica, que justo garantizaba una estabilidad temporal, pero no perenne.
El lugar donde se edificó ya comprometía la permanencia del Hotel, en terrenos del Puerto ganados por el derribo de la muralla de Mar
Asimismo, Hay que tener presente que el lugar donde se edificó ya comprometía la permanencia del Hotel. Estaba situado en lo que ahora es el paseo de Colom, en los terrenos ganados después del derribo de la muralla de Mar y que, según Lacuesta y González "fueron cedidos temporalmente por la Junta de Obras del Port de Barcelona". La ubicación corresponde aproximadamente al espacio que actualmente ocupa el Moll de la Fusta -Moll de Bosch i Gimpera en su denominación oficial- a partir de lo que ahora es la plaza de Correus. Es decir, espacio portuario donde se tenían que construir tinglados y donde aquel hotel, lisa y llanamente, molestaba.
Fracasa el intento de evitar el derribo
Ahora bien, como en Barcelona siempre hay defensores de cualquier causa perdida, el derribo tuvo sus opositores. De hecho, según recogía La Vanguardia en su edición del 28 de marzo de 1888, ya antes de la inauguración del hotel, se puso en marcha una recogida de firmas "para dirigir una exposición al Ayuntamiento en súplica de que el gran Hotel Internacional, quede con el carácter de permanente". "En caso conseguirse así, la empresa propietaria realizará en él algunas obras de embellecimiento y solidez", continúa el mencionado diario. Aunque aquella recogida de firmas no tuvo más seguimiento, pero llegado la hora de la verdad el asunto se reavivó.
La Exposición Universal cerró puertas el 9 de diciembre de 1888 y la intención inicial era proceder al derribo a continuación. Con todo, el hotel sobrevivió todavía unos meses, en parte porque todavía había alguna esperanza de indultarlo. De hecho, la propiedad del hotel intentó conseguir una concesión por doce años e incluso vender el inmueble, pero finalmente se confirmó la orden de derribo y la recuperación del espacio por parte del Puerto. El derribo se inició el 1 de mayo de 1889, prácticamente al cabo de trece meses de su inauguración. Al cabo de poco, el Hotel Internacional ya formaba parte del patrimonio perdido de Barcelona. Y queda para la imaginación de todo el mundo averiguar si la ciudad perdió o ganó con aquel derribo, porque donde había el hotel y después los cobertizos, ahora hay una zona de uso ciudadano abierta a todo el mundo.