La Torre Bellesguard es una de las obras visitables de Antoni Gaudí en Barcelona y, aunque es una obra maestra del modernismo, no es de las más conocidas. Parte de culpa la tiene su localización, prácticamente en la falda de Collserola, en el distrito de Sarrià - Sant Gervasi, alejado de cualquier itinerario turístico. Con todo, ya hace diez años que está abierta al público y precisamente, con ocasión de este décimo aniversario se han programado visitas específicas donde se muestran espacios hasta ahora no visitables, como las estancias familiares del primer piso y se difunden novedades como el descubrimiento de un juego de luces que solo se produce durante la tarde del día de Navidad.
Además, la propiedad del edificio, la aseguradora Catalana Occident, trabaja en un ambicioso plan para redefinir el espacio visitable con la posibilidad de abrir nuevas estancias de cara a la conmemoración, el año 2026, del centenario de la muerte de Gaudí. Mientras eso no pasa, el hecho es que el edificio, como todos los de este arquitecto, está rodeado de simbolismos, mensajes, vinculaciones con la historia de Catalunya y aspectos que no siempre se aprecian a primera vista. Esta es una selección de una decena de las sorpresas que esconde este edificio, aunque hay muchas más.
Los bancos del jardín. Una maravilla acústica muy fisgona
El jardín que rodea la Torre Bellesguard conserva dos bancos muy singulares, de forma ovalada y colocados uno delante del otro, que responden a un diseño ergonómico que los hace bastante cómodos, pero sobre todo, destacan por su acústica. Su forma permite que dos personas, sentadas una en cada extremo del banco, se entiendan perfectamente susurrando. Una teoría malintencionada del uso de estos bancos es su utilidad para escuchar disimuladamente conversaciones íntimas. Así, una pareja de enamorados sentados en un extremo del banco no evitaría que la correspondiente carabina, sentada en el otro extremo, fuera capaz de seguir con todo detalle lo que se pudieran decir.
Los bancos de la entrada. Una lección de historia
Los bancos adosados a la entrada principal de la Torre Bellesguard no solo son una maravilla del arte del trencadís, sino que conforman también una lección de historia con su punto de nostalgia por la grandeza perdida con el fin de la dinastía del casal de Barcelona con la muerte de Martín el Humano. El banco situado a la derecha de la puerta está situado a levante, marca la eclosión del día y simboliza el renacimiento de Catalunya, mientras que el de la izquierda, orientado a poniente, marca la llegada de la noche y la decadencia de Catalunya con la muerte del rey Martín. Los dos bancos frontales remiten a la frase atribuida en Roger de Llúria: "No creo que ningún pez se ose alzar sobre el mar si no lleva las cuatro barras de Catalunya en su cola".
Plafón de la entrada. Bajo custodia policial
El plafón cerámico situado sobre la puerta de entrada con la leyenda Bell Esguard tiene la característica que el color amarillo se obtuvo con pan de oro, razón por la cual se temió por un posible robo durante el traslado desde el taller, situado en el centro de Barcelona, hasta la Torre, ya en la falda de Collserola. Por eso, su traslado tuvo que ser escoltado por la policía.
El vestíbulo. El portero automático de hace cien años
El vestíbulo de la Torre Bellesguard es un compendio del estallido del modernismo aplicado al interior de una vivienda, con hierros forjados, vitrales y cerámicas que dejan boquiabiertos el visitante. Con todo, la gracia del vestíbulo se encuentra en el piso superior, donde un balconcillo estratégicamente situado permite ver sin ser visto, y decidir, si conviene o no abrir la puerta a visitas inesperadas. Como si se tratara de un portero automático con cámara de vídeo, pero de principios del siglo XX.
El vitral. La sorpresa del día de Navidad
El vitral que ilumina el vestíbulo de la Torre Bellesguard no solo vale la pena por la profusión de formas y colores que contiene y su simbología de ocho puntas -que se repite en diferentes puntos de la casa-, que remite a la estrella de Navidad y también a la rosa de Reus. También es importante porque recientemente se ha descubierto que Gaudí hizo uso de sus conocimientos de gnomónica para producir un efecto lumínico muy especial que solo se produce una vez al año, concretamente a primera hora de la tarde del día de Navidad, cuando la luz se filtra a través del vitral y cree un poderoso efecto de luces y sombras en el interior del vestíbulo.
La sala de Música. La gracia es que está inacabada
La sala de Música también es llamada de los ladrillos por razones obvias, está toda hecha de este material constructivo. De hecho, eso no sería tan obvio si no fuera porque la sala está inacabada. Tanto es así que toda la casa está hecha de ladrillos y en el exterior, revestida de trencadís de pizarra, y en el interior con las paredes encaladas. Con ocasión de la celebración del centenario de la muerte de Gaudí en 2026 se podría plantear finalizar esta sala, pero entonces perdería su gracia actual, que recuerda otros espacios de Gaudí como las cocheras del Palau Güell o la cripta de la Colònia Güell.
El dragón de la terraza. Una vez lo ves, no te lo quitas de la cabeza
Con la intención de rememorar el castillo del rey Martín, Gaudí construyó una terraza poblada de almenas y con caminos de ronda -cómo se puede comprobar en la fotografía que abre este artículo-. También escondió en ella un icono muy catalán, el del dragón de la leyenda de san Jorge. Gracias al diseño de la buhardilla, en uno de los vértices de la terraza cuatro ventanas a dos niveles permiten identificar una cabeza de dragón delimitada por los ollares -ventanas inferiores- y los ojos -ventanas superiores. De golpe, lo que solo eran muros y ventanas son ahora un dragón. ¡Una vez lo ves, no te lo quitas de la cabeza!
La cruz del pináculo. Todo está en la naturaleza
Es sabido que Antoni Gaudí concebía la arquitectura como una extensión de la naturaleza, donde encontraba su principal fuente de inspiración. En el pináculo que corona la torre Bellesguard hay un buen ejemplo, con una cruz de cuatro brazos horizontales -muy parecida a la que coronará la Sagrada Família- y un quinto brazo vertical. La forma de la cruz bebe directamente de la que adopta el fruto del ciprés una vez se seca y se abre, conformando una estructura que Gaudí supo trasladar magistralmente a su arquitectura. Oportunamente, en los jardines de la Torre Bellesguard no cuesta encontrar ejemplos de estos frutos.
La cochera. ¿Parking o caballeriza?
El espacio de la cochera aprovecha el desnivel del terreno para funcionar como semisótano y es uno de los lugares visitables en la actualidad, ya que está adaptado como zona de servicios, con máquinas de 'vending'. Vale la pena echar una ojeada porque conserva los abrevaderos para caballos originales, aunque, por las fechas en que se construyó el edificio, en la primera década del siglo XX, lo más probable es que fuera más utilizado como aparcamiento de coches a motor que como caballeriza.
La fresquera. Parece un refugio de la Guerra Civil, pero no lo es
La sorpresa final, sin embargo, no está ni estará abierta al público. En el fondo de las cocheras hay un espacio que se había utilizado de cocina y al fondo de esta cocina hay una puerta que da paso a unas escaleras descendentes que, después de una bajada pronunciada, dan paso a un pasadizo de bóveda de ladrillo. Al final de todo, se abre un pequeño espacio circular con un pequeño banco. Fácilmente se podría pensar que se trata de un refugio de la Guerra Civil, pero su profundidad y la ausencia de una salida de aire hace que se descarte esta opción. De hecho, es una fresquera, es decir, un espacio para guardar alimentos en un ambiente fresco y con temperatura constante, la nevera de antes de las neveras. Un espacio habitual en casas acomodadas, pero también en masías tradicionales, como la de Can Valent, en Nou Barris.