El trágico balance de la DANA que el pasado 29 de octubre provocó más de dos centenares de muertos en el País Valencià y el episodio barcelonés del 4 de noviembre, que se saldó con importantes inundaciones en el Baix Llobregat, ha creado un estado de preocupación por las posibilidades que en Barcelona mismo se pueda reproducir una situación similar. De hecho, la capital de Catalunya no ha estado exenta de sufrir inundaciones, pero en época reciente esta posibilidad se ha desvanecido en gran parte gracias a una importante red de depósitos de recogida de aguas pluviales, quince grandes depósitos con capacidad para absorber 500.000 m³ de agua de lluvia para evitar inundaciones. Ahora bien, si hay una inundación histórica en Barcelona, esta es la que tuvo lugar el 15 de septiembre de 1862, que inundó todo el centro de la ciudad y que tuvo un testigo excepcional, el escritor danés Hans Christian Andersen.

🌧️ Así es la red de depósitos de aguas pluviales de Barcelona para evitar inundaciones

Vamos por partes: la Barcelona de 1862 era una ciudad que vivía un gran cambio urbanístico, de hecho, desde una perspectiva histórica, se puede decir que fue el más importante de todos lo que ha vivido la ciudad en sus dos milenios de historia. La ciudad acababa de demoler sus murallas medievales y empezaba a tomar forma el plan Cerdà, que acabaría por convertir una zona de campos y explotaciones agrarias en lo que modernamente conocemos como el distrito del Eixample. En este contexto de conversión de la ciudad tenía un papel importante la canalización de las rieras que desde Collserola y las colinas del llano de Barcelona vertían el agua de lluvia al mar.

De hecho, las mismas murallas tenían su función como canalizadoras de las aguas pluviales, ya que sus fosos servían para desviarlas y evitar así inundaciones en la ciudad histórica, de manera tal que la Rambla, como antiguo cauce de riera, había perdido su función original convirtiéndose en el paseo central que simboliza la ciudad. En este contexto, el mismo Ildefons Cerdà, dentro de su proyecto de Eixample, proponía la construcción de dos canales, uno hacia el Besòs y otro hacia el Llobregat, para canalizar el agua de lluvia fuera de murallas y evitar así inundaciones intramuros. Ahora bien, en el año 1862, este proyecto todavía estaba por hacer, mientras que las murallas habían dejado de hacer esta función adicional de canalizar el agua de lluvia.

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Grabado de época sobre los efectos de la inundación

"Las crecidas pluviales habían sido canalizadas hasta entonces por los fosos de las murallas, pero una vez desaparecidas, todavía no se había realizado ningún sistema sustitutorio, de manera que solo era cuestión de tiempo que algún aguacero provocara una catástrofe", explica el escritor Ròmul Brotons i Segarra a la obra La ciutat expansiva. Barcelona 1860-1900 (Albertí Editor, 2015). De hecho, el antiguo foso había sido llenado de piedra y tierra con el objetivo de allanar una parte de la ciudad que se abría a la construcción del nuevo Eixample y, por lo tanto, la Barcelona histórica, ahora sin murallas, no tenía ninguna protección ante una situación de gota fría, lo que actualmente denominamos DANA.

Andersen: "Antiguamente aquí había, además del desagüe en el mar, otro que conducía la crecida de las aguas al foso que rodeaba Barcelona; pero este ha sido recientemente llenado de grava y piedras con el fin de proporcionar solar de construcción para el ensanche de la ciudad"

Y he aquí que el 15 de septiembre de 1862 llegó la catástrofe. Un episodio significativo de lluvias que duraba desde principios de mes comportó aquel día el desbordamiento de rieras, principalmente la de Malla, que hacía un recorrido similar a la actual Rambla de Catalunya y que el siglo XIV fue canalizada en dirección al Portal Nou y, más modernamente, hacia el Bogatell, donde desembocaba el mar. A la altura de la actual plaza de Catalunya, la riera daba un giro de noventa grados entre la estación de tren de Martorell y el paseo de Gràcia, y allí fue donde se rompieron los muros de contención y se desbordó: "Desbordada y, sin murallas, la riera recuperó su curso histórico y siguió Rambla abajo, arramblando con todo lo que encontraba," recoge el blog especializado Històries de Barcelona, en un artículo sobre aquella jornada.

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El escritor danés Hans Cristian Andersen en una imagen de 1869 / Foto: Thora Hallager

Lisa y llanamente, el agua entró en tromba por la parte superior de la Rambla y arrastró con todo lo que encontró por su camino. "La riera de Malla ha roto su dique junto á la estación de Martorell, y penetrando por su tinglado ha entrado por la Rambla", especificaba la edición vespertina del Diario de Barcelona de aquel mismo día, que añadía que el agua "formaba una espantosa avenida que ha arrastrado la mesa de bebidas junto á Canaletas, las de frutas de mercado de San José y destrozando por completo un gran trozo de la Rambla de Estudios". De hecho, la Rambla dels Estudis y las calles adyacentes fue la parte más perjudicada, con bajos anegados, destrozos en comercios y estragos valorados, según la edición matutina del mismo diario del día siguiente, "en unos siete millones de reales". La misma edición reflejaba un episodio solidario como los que se viven estos días en la Horta de València: "Después de la inundacion, un almacenista de ferretería de la calle de la Boqueria distribuyó á todos los vecinos de dicha calle gran número de palas de las que tenia en su almacén, para que con ellas pudiesen quitar el mucho barro que habia en sus tiendas".

El autor de 'El patito feo' fue testigo

Aunque la prensa de la época, como ya se ha visto, recogió puntualmente los hechos, la riada en la Rambla tuvo un testigo excepcional, el escritor danés Hans Christian Andersen, autor de cuentos muy populares como El patito feo, La sirenita y El soldadito de plomo, entre otros. Andersen se encontraba casualmente alojado en el Hotel Oriente, establecimiento emblemático de la ciudad, en un viaje del que saldría el libro Viaje por España, donde el escritor incluye una vívida crónica de la inundación en Barcelona, recogida en catalán en la obra 1.000 testimonios sobre Barcelona de Lluís Permanyer (La Campana, 2007).

Andersen: "Las calles empedradas de la Rambla eran un río creciente y arrollador"

"Todo eran griteríos y corridas; desde mi balcón vi cómo lanzaban montones de grava delante del hotel; en ambas calles, al lado de la calzada central, situada en un nivel más alto, bajaba rodando una corriente de agua de color café con leche", relata el escritor danés, para añadir más adelante que "las calles empedradas de la Rambla eran un río creciente y arrollador". "En la cordillera había llovido con una fuerza tal, que las rieras desenfrenadas pronto desbordaron el riachuelo que fluye a lo largo de la carretera y la vía del tren", apunta Andersen en referencia a la riera de Malla.

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Una placa recuerda que Hans Christian Andersen vivió desde el Hotel Oriente la inundación de la Rambla / Foto: Jordiferrer

De hecho, el mismo autor apunta a la ausencia de las murallas como una de las causas de la inundación: "Antiguamente aquí había, además del desagüe en el mar, otro que conducía la crecida de las aguas al foso que rodeaba Barcelona; pero este ha sido recientemente llenado de grava y piedras con el fin de proporcionar solar de construcción para el ensanche de la ciudad". A continuación, el relato de Andersen llega a tintes dramáticos: "dentro de las tiendas la gente se movía con el agua hasta las caderas (...) todo eran gritos y clamores. El agua cogía más fuerza, bramaba la corriente de una presa reventada, se elevaba en olas altas que rompían contra las balconadas bajas de las casas (...) yo nunca había comprobado la magnitud del poder del agua; era terrorifico (...) se dijo que dentro de las iglesias los sacerdotes cantaban misa con el agua hasta la cintura (...) en la Rambla las paradas eran patas arriba; coches, mesas y carros, volcados".

¿Muchos estragos, pero pocas víctimas?

La riada causó importantes estragos, además de cortar calles, carreteras y servicios ferroviarios durante días. El mismo Diario de Barcelona explicaba el 20 de septiembre de 1862 que habían acabado las tareas de reparación del "firme de la Rambla de Canaletas que se había llevado la corriente" y que "en muchas casas se continúa estrayendo agua de los sotanos". Ahora bien, en aquellos momentos ese mismo medio solo tenía computada una víctima mortal, un hombre que "empujado por el pánico, había bajado de un carruaje que circulaba por el paseo, siendo arrastrado por la corriente", según detalla el blog citado más arriba.

En cambio, varios medios que modernamente se han hecho eco de este episodio repiten una cifra mucho mayor, un millar de muertos, eso sí, sin citar referencias históricas que lo avalen, lo cual lleva a creer que, si bien la cifra de un único muerto puede quedar corta, la de un millar puede ser solo otra leyenda urbana de Barcelona, como la que insiste en asegurar, sin ningún fundamento, que Gustave Eiffel propuso construir su torre en la ciudad en el marco de la Exposición Universal de 1888 y, al verse rehusado, llevó la propuesta a París... En todo caso, lo que queda para la historia es que el 15 de septiembre de 1862 la Rambla recuperó, a su pesar, su función de riera, como un efecto adverso de la demolición de las murallas.