El Palau de la Música Catalana es una de las joyas del modernismo barcelonés. Incluso hay quienes consideran el edificio de Lluís Domènech i Montaner como la obra cumbre del modernismo catalán, y como tal es un espacio visitado por centenares de miles de personas anualmente que, además, tienen la posibilidad de disfrutar del interior durante cualquiera de los conciertos que ahí tienen lugar. La magnitud de la obra y en especial su impresionante fachada, que hace esquina en las calles Sant Pere Més Alt y Amadeu Vives es un mérito propio, pero también una circunstancia que eclipsa el edificio que hay justo delante en la calle Amadeu Vives, el que acoge la escuela La Salle Comtal, una construcción coetánea del Palau, de estilo neogótico llena de pinceladas modernistas, que bien vale una visita.
La escuela como tal no está abierta al público, aparte, lógicamente, de sus usuarios, pero formó parte del circuito de edificios visitables del certamen de arquitectura Open House del pasado mes de octubre, ofreciendo visitas guiadas que cuentan con la participación del alumnado. Una buena ocasión para descubrir ricos detalles modernistas como hierros forjados y baldosas.
El edificio fue construido entre 1905 y 1906 por el arquitecto Bonaventura Bassegoda i Amigó y fue galardonado con el primer premio del Concurso Anual de Edificios Artísticos en 1907, un año en que también competían obras como la casa Batlló de Gaudí y la casa Bonaventura Ferrer de Pere Falqués, las dos en el paseo de Gràcia. Precisamente, la mención del concurso -a manera de segundo premio-, fue aquel mismo año para la casa Llorens de la calle Còrsega, inmueble pendiente de rehabilitación que permitirá la recuperación de dos monumentales torreones desaparecidos. Por cierto, el vecino Palau de la Música se llevó el mismo galardón dos años más tarde, en 1909.
Diseñado para la función docente
En todo caso, volviendo a La Salle Comtal, se trata de un edificio diseñado directamente para la función docente, con un importante aprovechamiento de la luz y con soluciones destinadas a conseguir una buena higiene, con amplios pasillos, aulas aireadas y un patio central para garantizar el recreo y el deporte. Fruto de la época en que se construyó, combina sobriedad y funcionalidad, pero destaca por una serie de elementos que lo convierten en alguna cosa más que un colegio, como la monumentalidad de la fachada, entre las cuales destacan los símbolos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle así como el lema benedictino 'Ora et labora' hecho con mosaico de trencadís y los hierros forjados de los cierres de las ventanas y aperturas de los bajos.
En el interior, a los hierros forjados de las barandillas de las escaleras, a menudo con ornamentos florales, se suman por su interés artístico otros espacios, como el actual comedor de los más pequeños, donde destacan las baldosas de motivos vegetales, en especial los dedicados a las flores de azahar.
El recinto, que todavía acoge una pequeña comunidad de hermanos que viven en el piso superior, está articulado en torno al patio central, desde el cual se puede disfrutar de la disposición de las ventanas de la parte más noble del edificio, además de imaginar un espacio de juegos a las horas del recreo, marcados por la presencia central de una doble escalera y el toque de una campana que todavía se utiliza en la actualidad. Quien firma este artículo, en condición de exalumno, todavía recuerda el repique de campana del fin del recreo.