El distrito de Ciutat Vella es el núcleo fundacional de la gran urbe metropolitana que hoy es Barcelona. Habitada desde tiempo de los romanos, cuando en el Mont Tàber se estableció la Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino, hasta nuestros días, su trama urbana ha sido cincelada a lo largo de los siglos y modulada por los avatares históricos. Entre aquellos muros que la encorsetaron hay miles de historias, detalles, cicatrices y rincones a menudo desconocidos, y también algunas mentiras y leyendas urbanas que, por mucho que se hayan repetido a lo largo del tiempo, son fundamentalmente invenciones. Ciutat Vella es, en todo caso, producto de todo ello.
Ahora, el libro 'Barcelona, la memòria de les pedres' (Albertí Editor, 2022), obra del licenciado en Antropología Social y Cultural, Psicología y Documentación Juan Carlos Bote Escobar (Mataró, 1976) recoge el tránsito histórico de este distrito y su evolución a lo largo de los siglos a partir de sus grandes construcciones, las reformas urbanísticas y, en resumen, las vivencias de sus habitantes, que han dejado miles de huellas que a menudo pasan desapercibidas pero que, de hecho, son básicas para entender como ha evolucionado la ciudad y sus habitantes y explican por qué es como es la Barcelona del siglo XXI.
Una ciudad de murallas
Si una característica define Ciutat Vella es el hecho que se trata de un recinto amurallado, de hecho un triple recinto amurallado. La muralla romana y las dos medievales. La gracia de Bote es que en el libro revela algunos de los secretos mejor guardados de cada recinto, como que en la calle de Avinyó, 19, sede de la Asociación Excursionista de Etnografía y Folclore, se pueden ver al mismo tiempo lienzos de pared de las dos murallas romanas, la del siglo I y la del siglo III. Quizás no es lo suficientemente sabido, pero con respecto al segundo recinto, el que incluía la muralla de la Rambla, la situación de las antiguas puertas se puede reconocer fácilmente.
Para hacerlo, es suficiente de localizar, bajando o subiendo por la Rambla, una serie de grupos de farolas de cinco brazos. Resulta que están colocados precisamente allí donde había los antiguos portales de Santa Anna, de Portaferrisa, de la Boqueria, de Trencaclaus y de Sant Francesc. O que en la rampa de acceso al parking de la plaza del Teatre se conserva un lienzo de muralla. Con respecto a la segunda muralla medieval, la del siglo XV y que engloba también el Raval, según el autor todavía se puede ver huidizamente un trozo cuando "se utiliza el ascensor que baja a la estación de los ferrocarriles de la Plaza de Catalunya" o, previo pago de la entrada, en el célebre y al mismo tiempo sórdido Bagdad Club.
Además, el autor defiende la tesis que, precisamente, fue la presencia de la muralla romana, aparentemente "hipertrofiada" ante la magnitud física de la misma ciudad de Barcino, la que explica que Barcelona haya acabado siendo la capital de Catalunya, porque fue la ciudad escogida por el visigodo Ataulfo para establecerse y hacerse construir un palacio real, motivo suficiente para que, posteriormente, los carolingios hicieran la ciudad principal de los incipientes condados de la marca que establecieron más allá de los Pirineos, y desde entonces hasta el siglo XXI nunca más se ha discutido la capitalidad de Barcelona.
Cicatrices grandes y pequeñas
Ciutat Vella está hecha también de cicatrices, algunas pequeñas, como los pequeños tableros de alquerque -un juego simple si nos referimos con otro nombre, 'cinco en raya'- que se han encontrado grabados en piedra de los cuales los hay que provienen de la época visigótica, o las hendiduras visibles en varias iglesias, incisiones en sillares donde los afiladores hacían su trabajo bajo la suposición de que afilar en lugares sagrados "otorgaba unas propiedades especiales a la herramienta afilada" y que todavía son visibles en la Catedral o en la iglesia de Santa Anna e incluso en edificios civiles como los muros del Palau de la Generalitat de la calle de Sant Sever.
Otras cicatrices de Ciutat Vella son tan grandes que pueden llegar a pasar desapercibidas precisamente por eso, se trata de grandes reformas urbanísticas, 'urbicidios' dice el autor, como el eje Ferran - Jaume I - Princesa, abierto a mediados del siglo XIX, la misma plaza de Sant Jaume, que supuso derribar varios edificios entre el Ayuntamiento y la Generalitat para dotar la ciudad de un foro cívico situado, más o menos, donde estaba el centro de la ciudad romana, o la conocida apertura de la Via Laietana, que a principios del siglo XX destripó completamente Ciutat Vella y que todavía hoy es materia polémica.
Algunas mentiras sorprendentes
La ciudad es espacio abonado para la creación de leyendas urbanas, y muchas veces las fabulaciones sin fundamento han servido para dar explicaciones a situaciones que no eran lo suficientemente conocidas. Así, la existencia de varias esculturas de caracoles en la catedral ha dado lugar a historias como que simbolizaban los cuernos de uno de los constructores por su mujer infiel, o que eran un recordatorio de una plaga de estos animales. La explicación de Bote, mucho más sencilla, es tan simple como que servían "para señalizar la existencia de las escaleras de caracol" que conectaban el terrado con la planta baja. Decepcionante, pero práctico.
Otras mentiras que señala el autor de 'Barcelona, la memòria de les pedres' son la de la falsa cana de la moldura del lateral de la capilla de Santa Llúcia. Si la creencia popular es que era el modelo de la medida exacta de la cana barcelonesa -un tipo de medida anterior a la adopción del sistema métrico-, la realidad es que no se ajusta a la medida real de la cana y el autor apuesta porque "simplemente se trata de un elemento decorativo". Lo que sí que es cierto, en todo caso, es que Barcelona tuvo un papel destacado en la definición del metro, ya que se utilizó como referencia para medir el meridiano que conecta la capital catalana con Dunkerque, pasando por París.
Y todavía una última mentira como colofón. La supuesta sinagoga mayor de Barcelona de la calle Marlet, descubierta a finales del siglo XX, no es tal según el autor de este libro, que recuerda que "hay evidencia documental que en realidad estaba en la calle de Salomón bien Adret, 9", es decir, muy cerca pero no en el mismo lugar. En todo caso, y más allá de la discusión que todo ello pueda suscitar, el hecho es que el libro es una fuente de detalles que a menudo pasan por alto.
Sólo algunos más, para abrir boca: las marcas de isla que todavía se conservan en un edificio de la Barceloneta; el vitral de Santa Maria del Mar que junta a los rivales de la guerra de Sucesión, el archiduque Carlos y Felipe, duque de Anjou; los centenarios letreros publicitarios que todavía se conservan en la plaza Reial; el claustro gótico del monasterio de Santa Maria de Jerusalem trasplantado a un colegio del Eixample o la sorprendente revelación que en Barcelona hay diecisiete fuentes de Canaletes. ¿Vienen ganas de leer?