No hace ni dos años, en 2019, el histórico restaurante Can Lluís del barrio del Raval de Barcelona celebraba satisfecho su nonagésimo aniversario, ya con la vista puesta en un centenario que, dos años después, es más una quimera que otra cosa. En la actualidad, el establecimiento, catalogado en la categoría de emblemáticos, está cerrado a cal y canto, de hecho, los gestores del restaurante se encontraron la cerradura cambiada, "desahuciados sin avisar". A pesar de estar cerrado desde el inicio de la Covid-19 en este caso no ha sido la pandemia la que ha obligado a bajar la persiana, sino un conflicto con la propiedad del inmueble -un fondo israelí de inversión, de los considerados "buitre" - que ha acabado con casi un siglo de existencia... a la espera de lo que determine el juez.

Esta historia empieza en 1929, cuando Lluís Rodríguez y Elisa Vilaplana, procedentes de tierras alicantinas, abren Can Lluís en la esquina de la calle de la Cera con Reina Amàlia, en el corazón del Raval de los gitanos, en los bajos de un edificio propiedad de la familia Mestres, que vive allí. Empieza entonces a tomar forma toda una institución del barrio, con cocina casera catalana y valenciana que da solera a un local por el cual han pasado desde Manuel Vázquez Montalban hasta Peret, pasando por Terenci Moix, La Trinca, Ovidi Montllor y "todos los actores que venían de Madrid", según relata a elNacional.cat con firmeza no exenta de nostalgia Júlia Ferrer, alma de la cocina de Can Lluís y mujer de Ferran Rodríguez Abella, representante de la tercera generación de los Rodríguez que regentan el restaurante, que recuerda que entre el bagaje histórico del local se incluyen "cinco libros de firmas", donde hay espacio para prácticamente el todo Barcelona del siglo XX.

Una bomba anarquista

A lo largo de los noventa y pocos años de vida, el establecimiento las ha visto de todos los colores, "acostumbrados a sufrir y a disfrutar", pero el peor momento fue la tragedia vivida en el año 1946, cuando la policía intentó detener a dos anarquistas -un hombre y una mujer- dentro del restaurante. Durante aquella "detención indebida", la mujer lanzó una bomba -de la que todavía se podían ver los efectos en el suelo del restaurante- matando en el acto al propietario del local y a uno de sus hijos, mientras que la policía la abatió y detuvo al hombre.

El restaurante Can Lluís ofrecía cocina tradicional catalana y valenciana / Can Lluís

El año 1954 el establecimiento pasa a la segunda generación, siguiendo con el modelo de restaurante "tradicional". Pasan los años y el local se convierte en un "punto de encuentro" para actores, escritores y barceloneses en general. "Todo el mundo que entraba era de la familia", evoca a Júlia Ferrer.

90 aniversario con nubes al fondo

Pero las verdaderas dificultades se empezaron a hacer visibles con el cambio de siglo. En el año 2003 Can Lluís pasa a la tercera generación pero hay muchas dudas de que pase a la cuarta. Los cambios en la Ley de Arrendamientos Urbanos comportan una revisión del alquiler del local, con un aumento considerable. Con todo, los problemas llegan a partir del 2015, cuando muere la propietaria del inmueble. "El administrador de la finca la compró a los hijos y la vendió a un fondo de inversión israelí", relata, y es aquí donde empiezan los problemas que han comportado el cierre.

Cartel de la celebración del 90 aniversario de Can Lluís

A pesar de renegociar un nuevo alquiler, los Rodríguez no pueden afrontar las exigencias de la nueva propiedad: "Nos ponen dificultades para poder traspasar el local y nos damos cuenta de que no hay perspectivas de continuar el negocio". A pesar de ello y sin olvidar los problemas, en el 2019 el local celebra el 90 aniversario con muchas actividades -cenas, tertulias, sesiones de magia, music-hall...- que se alargan durante seis semanas. Es literalmente, la calma antes de la tormenta, porque con el temporal Gloria de enero del 2020 los problemas todavía se harán se agrandarán.

Del Gloria a la Covid

El mismo 2019 la propiedad decidió rehabilitar el edificio, causando desperfectos en el restaurante y, según Júlia Ferrer, "sin pagarlos". Pero lo peor todavía tiene que llegar: con el edificio en obras, el temporal Gloria inunda de tal manera el inmueble que se hunde el techo del servicio de mujeres del restaurante, por suerte, es domingo, día de descanso, y no hay daños personales. El enfrentamiento con la propiedad se reaviva: "nos piden que paguemos la mitad de la reparación", se queja Ferrer.

A partir de aquí, todo se acelera: entra en juego la inspección del Ayuntamiento, empieza el confinamiento por la pandemia del coronavirus y la renegociación del alquiler del local -que como está cerrado no genera ingresos- llega a un punto muerto cuando la propiedad "deja de enviarnos los recibos y después nos demandan, según ellos, por no pagar alquiler", sin embargo "sin notificar nada".

El restaurante Can Lluís, en la esquina de las calles de la Cera y de la Reina Amàlia / Esteve Vilarrúbies - Ruta dels Emblemàtics

Las desgracias no acaban aquí. En octubre del 2020 entran a robar y los Mossos encuentran "a un señor con un colchón". El local queda destrozado, con buena parte del material culinario e informático desaparecido. Y todavía tiene que llegar lo peor: el 29 de enero del 2021, "nos encontramos la cerradura cambiada" y cuando, con conformidad con los Mossos hacen venir al cerrajero, de golpe salta una alarma que los gestores de Can Lluís no habían instalado.

"Nos desahuciaron sin aviso", se lamenta Ferrer. Can Lluís no puede volver a abrir, toca indemnizar a los cuatro trabajadores y llevar el asunto al juzgado, donde los gestores del restaurante piden "la nulidad por un desahucio incorrecto". Ahora, todo está en manos del juez, que en caso de dar la razón a la familia Rodríguez, les permitiría reconsiderar el futuro del restaurante bien "por la vía de la compra del local o por la del traspaso". Mientras tanto, otro establecimiento emblemático de Barcelona ha echado el cierre. ¿Será el último?

 

Imagen principal: El restaurante Can Lluís esta misma semana, cerrado a cal y canto / Jordi Palmer