El Templo Expiatorio de la Sagrada Familia es el principal icono de la ciudad de Barcelona. Su silueta se interpreta por todo el mundo como el símbolo que identifica la ciudad, como la Torre Eiffel respecto a París o la Estatua de la Libertad a Nueva York. Las cuatro torres de la fachada de la Natividad no pueden faltar en ninguna representación del skyline de Barcelona, aunque ya hace años que han quedado empequeñecidas por el monstruo arquitectónico en que ha crecido justo detrás de ella, el tronco central de torres, que estas semanas es noticiable una vez se han culminado las dedicadas a los evangelistas Lucas y Marcos.
Ahora bien, la obra más conocida de Antoni Gaudí a nivel mundial es un pozo de curiosidades y aspectos desconocidos, como la existencia de torres dedicadas a apóstoles suplentes. Y otra de estas anécdotas que raramente llegan al público general es el hecho de que, a pesar de haberse convertido en la identificación icónica de la ciudad, la Sagrada Familia no se empezó a construir en Barcelona. De hecho, no fue barcelonesa hasta quince años después de haberse iniciado las obras, cuando los terrenos donde se estaba edificando pasaron a formar parte de la capital de Catalunya a causa de la agregación de los pueblos del llano en 1897.
Efectivamente, aunque en la actualidad la basílica de la Sagrada Familia y el barrio al cual da nombre forman parte del distrito del Eixample y nadie discute su barcelonidad, cuándo se puso la primera piedra del templo, el 19 de marzo de 1882, aquello no era Barcelona, sino el municipio limítrofe de Sant Martí de Provençals. De hecho, el solar donde se empezó a construir el templo por parte de Francesc de Paula del Villar formaba parte de una barriada de Sant Martí llamada el Poblet, que, además, estaba ciertamente en los límites de su municipio, casi haciendo frontera con Barcelona y Gràcia.
La trama Cerdà, autopista a la agregación
De hecho, la misma trama urbana diseñada por Cerdà, aprobada en 1860, no solo se diseñó con la voluntad de urbanizar el llano de Barcelona, despoblado a causa de las restricciones militares, sino también para favorecer la integración de los pueblos próximos, que más tarde o más temprano, acabarían siendo engullidos por la gran ciudad. Así es como encaja que en 1882 ya estuvieran delimitadas las calles donde crecería el plan Cerdà, independientemente de si formaban parte o no de Barcelona. Y aunque Cerdà había previsto reservar ese espacio para la construcción de un hipódromo, finalmente la manzana delimitada por las calles Mallorca, Marina, Provença y Sardenya fue destinada a la construcción de una iglesia.
Así, cuando el día de San José de 1882 se puso la primera piedra de la Sagrada Familia, en un acto bendecido por el obispo de Barcelona, José María de Urquinaona y Bidot, este tuvo que salir de la ciudad y trasladarse a Sant Martí de Provençals para hacerlo. En aquella ocasión ya estaba presente Antoni Gaudí, entonces en calidad de colaborador de Villar en otros trabajos. Y cuando el mismo Gaudí asumió la dirección de las obras después de la renuncia de Villar, el templo seguía sin formar parte de Barcelona, y así fue hasta 1897, cuando Barcelona se zampó Sant Martí de Provençals, junto con los municipios vecinos de Sant Andreu de Palomar, Gràcia, Santa Maria de Sants, les Corts y Sant Gervasi de Cassoles.
¿Y que pasó con el Poblet?
Como ya se ha dicho, los terrenos donde se decidió construir la Sagrada Familia formaban parte de un barrio de Sant Martí de Provençals denominado el Poblet, cuya memoria prácticamente ha desaparecido. En la actualidad, uno de los equipamientos vecinales de la zona recuerda este antiguo nombre, se trata del Casal de Barri Ateneu el Poblet, situado en la calle Nàpols, que escogió esta denominación para recordar aquel antiguo vecindario, que sucumbió con la construcción del Eixample. De hecho, todavía quedan algunos pasajes en que recuerdan su trazado preexistente, y hay documentadas algunas masías, explotaciones rurales -huertas y viñas- y tejares de la zona.
Con todo, más allá de algunos pasajes que se integran en la trama del Eixample, no ha quedado casi nada más. Ni el nombre, de hecho, porque con el paso de los años la existencia de la Sagrada Familia tomó una preeminencia que acabó con cualquier otra posible nomenclatura, consiguiendo que a lo largo del siglo XX se popularizara la denominación de barrio de la Sagrada Familia y así ha quedado oficializado. Con todo, siempre tiene su parte de curiosidad saber que el barrio había tenido otro nombre y que el templo que finalmente lo ha bautizado y que es el icono definitorio de Barcelona, ni siquiera nació en esta ciudad.